miércoles, 30 de enero de 2008

Segundo tiempo

16

Eran ya las once y media, la noche era una de esas que da miedo salir al patio aunque el perro ladre hasta estallar sus pulmones, así era. Para Ángelo tambien lo era, siempre había sido así, aunque debía hacerse de tripas corazón y aguantar toda la noche, todo por unas lucas de más.

Hace una semana que se le había acabado el contrato en lo que el ciber del mall era, y no le quedaba más que volver a esto, a guardia de seguridad, labor que ya había desempeñado varias veces, no llenaba todas sus expectativas, pero que va, era trabajo y para Ángelo era argumento suficiente.

El chico, poniéndose una chaqueta del uniforme el mejor estado, así que era fácil que cualquier mequetrefe se metiera al terreno, pero no, él pensaba, “el que entre va a saber lo que es bueno, ja”.

La noche estaba fría. A pesar de estar en plena temporada calurosa, el viento de las noches gélidas semejaba mucho al frío del más crudo invierno que él había experimentado. Caminó por un rato, chequeando que todo estuviese en orden, tal como lo hacía cada noche, cada noche. El robusto chico se sentía agobiado por la monotonía de tener que ser el rondín de este maldito condominio, sentía que el merecía más que esto, mucho más, esto sería sólo un paso intermedio para algo, algo grande, no sabía que sería pero sería grande.

Era evidente su insatisfacción, teniendo en cuenta los recientes hechos, especialmente lo referido a lo que sucedió en la casa de Anthony, su amigo; todos esos tipos tratando de hacerles dios sabe que cosa, y él dándoles la madre paliza. Sentía que Dios le había dado un don como respuesta a sus ruegos, la rapidez con la que se podía mover si se lo proponía era increíble.

Sumido en sus pensamientos, volvió a la caseta que lo cobijaba en su jornada, sentándose en la silla, tomando su teléfono celular, revisando si lo habían llamado en su ausencia. Y de hecho, tenía un mensaje de texto. Era de un número que al principio no reconoció. El mensaje decía: “No te vi más en el ciber, te busqué y no supe donde estabas. Bárbara”

Luego reconoció el número, era de la rubia que aquel día, le dejó el número de teléfono, aquella, la de los pechos enormes. El chico sonrió.

Pensó un rato en como demonios se había conseguido su número celular y en responderle o no. Revisó la hora del mensaje, era reciente, solo hace unos seis minutos. Se devanó los sesos pensando en hacerlo, hasta que se decidió. Era sólo un mensaje.

“Acá estoy pues, si me quieres ver, ven a hacerme un poco de compañía”. Y adjunto al mensaje mandó la dirección del condominio, total, estaba sólo, había poca gente en los departamentos y él era el único guardia ese día. Que va, tentaba a su suerte.

Al rato después, recibía un mensaje de vuelta que decía “Estoy en la puerta”

Extrañado por la pronta respuesta, se levantó de su asiento y fue a abrir la puerta. Sabía que lo que estaba haciendo estaba errado, que hasta lo podían despedir por aquello, pero que va, ¿quién lo sabría?

Abrió la puerta a sobresaltos, estaba nervioso. El cielo se había despejado y se asomaban las primeras fugitivas estrellas, iluminando la sinuosa y lúgubre noche, plagada de monotonía y extrañeza

- Te demoraste en abrir- dijo la rubia, de profundos ojos azules

- Mmm…Hola- dijo Ángelo tras titubear un instante- pasa, a la caseta

- ¿Acá trabajas?- preguntó la chica al entrar al lugar, instalándose prestamente una de las dos sillas que allí habían

- Sí – respondió- por ahora, hasta que entre a estudiar

- ¿Estudiar?- inquirió la rubia que se le acercaba felinamente

- Sí…sí, eso quiero- respondió confundido mientras la chica se le acercaba poniéndole una mano sobre el pecho- ¿Qué estai hacien…?

Alcanzó a decir, hasta que de afuera se escuchó un gran estruendo, como si algo se hubiese caído. Lo repentino del golpe le heló la sangre por un instante; con esa misma sangre fría, se alejó de la chica, y con la velocidad inhumana que poseía, el chico de ojos verdes corrió hacia la procedencia de los ruidos.

- ¡Alto ahí!- gritó cortando la salida al intruso, quien llevaba tapada la cara- ¡muéstrate!

- Si tú lo quieres así- respondió el tipo sacándose el pasamontañas que ocultaba su identidad- Mi nombre es Bernard, y necesito que vengas con nosotros, eres alguien , digamos, necesario para la compañía

- No iré a ningún lado viejo- dijo sacando su luma, en el momento en el que se movía velozmente a taparle la huida al tipo, quien en ese preciso instante se volteó como para salir del lugar

- Acompáñame-dijo sereno el tipo, el viejo de barba oscura

- Creo que tu tampoco iras a ningún lado- respondió Ángelo, botando la luma al suelo, asestándole una patada en la quijada que tumbó el tipo hacia el suelo

- No estaba equivocado, nunca me equivoco con ustedes- dijo Bernard, levantándose del suelo- Hernán Ángelo Cortés, 20 años, guardia de seguridad, campeón de Tae kwon do, etcétera, sabemos todo de ti

- ¿Qué?¿Quien chucha soy vo’?- dijo casi desesperado el chico

- ¿Y tu sabes quien soy yo?- respondió alguien a su espalda, era la chica, la rubia, Bárbara, como había dicho llamarse.

- Linda, mantente alejada de esto, puede ser peligroso para ti- aconsejó Ángelo, quién valerosamente, no despegaba los ojos en el viejo, que todavía estaba en el suelo

- Deberías preocuparte más por ti- dijo con seguridad el viejo de barba- hoy en día nada es lo que parece, es cosa de mirar atrás tuyo

- ¿Ah?- alcanzó a decir Ángelo, en el momento en que la chica le daba un fuerte golpe en las piernas con el metal de la luma, que había quedado en el piso, golpe que mando al chico rápido al suelo

- Te cortamos las alas, versión chilena de flash- dijo entre carcajadas la chica voluptuosa, mientras Ángelo se retorcía de dolor por el golpe. posiblemente había roto su pierna.

- Ayúdame a que me levante- ordenó Bernard, quien permanecía en el suelo

- Sí profesor- respondió la chica extendiendo su mano, en el momento en que los músculos de rostro y cuerpo entero comenzaron a moverse grotescamente, como si volvieran a su lugar, y de hecho, eso era.

Ángelo miraba atónito y adolorido el espantoso espectáculo, tras la vomitiva mutación que la chica sufría, pudo distinguir un rostro familiar, era precisamente Darío, amigo suyo, quien tomando su forma natural corrió a traer un maletín negro, desde el interior de un auto que los aguardaba afuera.

- Vamos a dar un paseo Sr. Cortés- dijo el viejo de barba , extrayendo una jeringa con una dudosa sustancia dentro, la que apuñaló en la pierna sangrante de Ángelo, quien desfallecía casi ipso facto.

- ¿Llamo a los de limpieza?- preguntó Darío

- Sí, y que lo lleven alas instalaciones- respondió Bernard, regresando al automóvil- apúrate chico.

- Calma profesor, que no soy tan rápido como este – respondió sarcásticamente el chico de tez pálida, caminando junto con su jefe hacia fuera del condominio.

La noche seguía su curso. Se había vuelto a nublar la luna. Todo se sumía nuevamente en la ignominiosa oscuridad en la que había comenzado todo. El susurro del viento era el único canto en los momentos en que unos tipos de negro, se llevaban el cuerpo inerte de Ángelo, hacía frío. Eran las doce en punto.

***

lunes, 21 de enero de 2008

Éxodo

***
15

Ella corrió despavorida por unas horas, no sabía donde iba. La oscuridad de la noche y la que rondaba por su mente la tenían completamente confundida. Ella nunca quiso herir a nadie, menos a sus seres más queridos; todo estaba siendo demasiado para ella, ya no podía más.
Se detuvo a unos kilómetros de la carretera, donde literalmente se desplomó del cansancio. Cuando la adrenalina acaba, el cuerpo así responde, vaya que lo hace, Natalia daba fe de ello.
No sabía donde estaba, y menos lo que era; no sabía si era la misma de siempre, o un monstruo, que era el pensamiento que más la agobiaba en su interior. No quería encontrarse con nadie, no quería herir a nadie, volvía a decir entre susurros en su cabeza. Pero estaba allí, tumbada en la hierba, en medio de la noche, en una completa y absurda ignominia sobre el futuro, los más dantescos fantasmas pasaban por su cabeza cuando recordaba lo que pasó: su madre… su hermana… y luego lo que pasó con el Parra…
Él le dijo que huyera, era por algo. No sabía si hacer caso a las palabras del chico, o volver y afrontar lo que pasó. No, seguramente tenía que huir, quizás no por hacer caso a las palabras de quien casi la mata, sino por alejarse, para evitar que pase de nuevo. Aquello era insoportable.
Se levantó del suelo. No había ni una luz en el azabache de la noche, sólo el ruido del pasar de los autos a lo lejos la impulsaba en alguna dirección, la que tomo como por inercia.
Frente a Natalia, como a dos metros de ella, había una densa mata de matorrales, los que debía cruzar estoicamente si se disponía llegar a la carretera, donde pensaría hacia donde se dirigiría. Se metió en la marañosa hierba, rasgando sus pies descalzos y tironeando sus ropas en el pasar. Divisó dos figuras humanas en el otro lado, y allí permaneció hasta que estas se movieran. Eran dos hombres que bebían en el campo, Natalia pudo darse cuenta que estaban bastante borrachos, por el tambalear de sus pasos.
Cuando los hombres salieron de su vista, Natalia salió de su escondite, retomando su incierto éxodo, a través de la oscura estepa de hierba en donde estaba. Miró hacia al cielo, no con la espera de una ayuda divina, sino con el afán de ver si clarearía pronto, y no, no lo haría.
Caminó unos metros más, con las plantas de los pies desgarradas por las espinas que pisaba en cada paso, con alma compungida por la culpa, por el miedo, por el miedo al futuro, a lo incierto que era luego de los incidentes: su madre, su hermana, el ataque frustrado de Felipe. Nada para ella era indicio de un futuro luminoso, sentía que su vida sería tan oscura como esta noche, noche de la agonía, noche de la amargura, del miedo.
Divisó una luz en el fondo. Estaba llegando a la carretera, quien sabe cual y hacia donde, pero la carretera al fin. Dio un par de pasos, cambiando la hierba espinosa por frío concreto, lo que fue una bendición para sus lacerados pies. Caminó en la dirección que su instinto le decía que era la correcta, lo que no le aseguraba que lo fuera, pero que va, aun así continuó su camino.
Comenzó a sentir frío, se frotó los brazos para entrar en calor un poco, lo que era negado por la gélida brisa que arreció el camino, como si alguna broma divina estaba haciendo su camino insoportable.
Pensó en hacer algo que nunca en su vida había hecho: hacer dedo. Era arriesgado, pero la situación lo ameritaba. Quien sabía si permanecía allí por el resto de aquella infame e insoportable noche, era complicado pero útil en los nervios del escape.
A lo lejos vio unas luces altas que la encandilaron por un momento, era un camión de carga que venía en su rumbo. Levantó la mano para hacer que el gran vehículo se detuviera, lo que afortunadamente sucedió al instante.
- ¿Te llevo?- dijo el conductor del camión, un hombre viejo, de facciones toscas y sombrías
- Sí… sí por favor- respondió Natalia tras titubear unos instantes. Era el primer ser humano con el que se contactaba desde su casa, desde aquello.
Ella subió nerviosa y con dificultad al camión, el que al instante en que Natalia se instaló, partió con pesado rumbo en su camino.
- ¿Oscura la noche eh?- dijo el conductor mientras buscaba algo en la guantera- ni luz, ni luna ni estrellas, una boca de lobo de aquellas- agregó, al ver el silencio de Natalia
- ¿Para dónde va?- inquirió la chica que con dificultad se ponía el cinturón de seguridad, como el conductor le indicó con señas.
- Pa’ San Felipe- respondió sin mirarla, sacando un bolsa de la guantera- ¿Tienes hambre?- preguntó pasándole la bolsa que había extraído de la guantera
- Gra… gracias- respondió la chica recibiendo la bolsa y viendo su contenido: era una especie de sándwich con algo que parecía palta. con algo de desgano lo tomo y le dio una mordida, tenía hambre, mucha, no sabía cuanto tiempo llevaba sin comer, y menos cuanto tiempo llevaba corriendo, escapando.
Anduvieron varios kilómetros en un completo y sepulcral silencio. Sólo las luces de los postes que iban y venían en el camino, eran el único matiz en la tan anodina escena. Natalia estaba cansada, pero no quería quedarse dormida, temía lo que quizás sucedería si desfallecía.
- ¿Tienes sueño?- preguntó el conductor, mirándola de reojo para no perder el camino.
- Algo…- respondió dudosa la chica que tenía la mirada clavada en el cristal del costado, sin mirarlo, dando cabeceos y pestañeos largos por el sueño.
- Duerme un poco, que yo bajo a comprar algo- agregó el conductor mientras detenía el vehículo, al lado de una bencinera.
Ahí, literalmente echada sobre el cristal, Natalia se encandilaba con las luces del lugar, exhausta, rendida completamente al sopor de las horas que le faltaban de sueño. Pensaba en que haría, en donde iría, pero sobre todo en quien se estaba convirtiendo. Así, entre sopor y pensamientos tristes, cayo frente al sueño que la acribillaba violentamente.
Despertó de sobresalto, abriendo los ojos luego de una horrible pesadilla. Pero eso no era todo, el sueño no era tan terrible con la realidad que vio al despertar. El tipo, el conductor, la tenía maniatada de pies y manos al asiento del camión. Las ventanas y puertas estaban cerradas y algo de alba se divisaba a través del cristal.
- ¿Despertó mijita?- dijo con un aire alcohólico, el que otrora fue su salvador
- ¿Qué? ¿qué está haciendo…?- alcanzó a decir en el momento en que el camionero le tapó la boca con una de sus pesada manos, mientras que con la otra comenzaba a manosear el cuerpo de Natalia, disponiéndose a abusar de ella.
La chica, que se encontraba con las ropas desgarradas, alcanzó a morder fuertemente la mano de su agresor, lo que este respondió con una bofetada que casi la noquea. Milla, como la llamaban sus cercanos, estaba asustada, completamente sintiéndose presa del pánico de lo inevitable, de aquel negro futuro que previno desde ayer.
De pronto, comenzó a suceder de nuevo. Natalia sintió el mismo malestar que sintió cuando murieron su madre y su hermana. Sintió la misma amargura que sintió cuando vio desfallecer a sus seres queridos. Sus ojos, hinchados y lacrimosos comenzaron a soltar borbotones de sangre.
“Sí, inevitablemente estaba sucediendo”. Pensó, la chica que recibía ya el peso inerte del hombre de rasgos sombríos, los que ahora eran los rasgos de un hombre muerto: rígido, pesado, con los ojos desorbitados y sangrantes.
Tras una hora de esfuerzo, Natalia se sacó el tipo de encima, y tras otro tanto de tiempo logro desatar las amarras que la aprisionaban, no eran más que la obra burda de un borracho.
Había amanecido. La escena que vio tras bajarse del camión era deplorable, el tipo, su victima-victimario, tendido de cabeza contra el volante del camión, sangrante; sus ropas estaban hechas jirones y su mente turbada y shockeada por lo que había vuelto a hacer: había asesinado a otro ser humano. Tomó el abrigo que el camionero llevaba y partió.
Caminó un largo trecho sin encontrar nada, sólo árboles y asfalto, ni un alma, ni viva ni muerta.
Tras un rato, llego a una bifurcación del camino, la que le pareció un rayo de luz en medio de la noche oscura, oscura, como la anterior. Era el camino de entrada a Llay-Llay, donde afortunadamente, tenía familiares que la recibirían si llegaba.
Llegó tras una hora más de camino a lo que era el centro de la ciudad, eran las ocho de la mañana, momento en el que el bestial sol del interior aun no comenzaba a brillar con su fuerza plena. Había poca gente, los que recién iban a sus trabajos. Natalia apretó el puño dentro del bolsillo del abrigo, respiro profundo: su éxodo había acabado.

***