domingo, 28 de octubre de 2007

Acuerdos

6

Llevaba ya el séptimo cigarrillo y ya no sentía nada. La incertidumbre del no saber que hacer era insoportable.
Había despertado en su cama luego de la puñalada con la jeringa que le había dado el tipo de barba, que lo había dejado fuera de combate. Se había levantado y buscado a su madre por toda la casa, la que estaba como si nada hubiese pasado. Se la habían llevado.
Encontró sobre la mesa un papel con un número de teléfono, firmado con las letras “P.S.”. Se quedó pasmado un buen rato mientras pensaba si todo lo que le había pasado era un sueño o era realidad; prefería que hubiese sido irreal, pero no, era mas concreto que el muro que sostenía la casa.
Botó la colilla del último cigarrillo y salió, necesitaba aire fresco para pensar. Fue a un cibercafé, para ver si estaban uno de sus amigos, necesitaba hablar con alguien, un consejo, un saber que hacer. La duda carcomía su ser cada minuto en que pensaba si su madre estaría bien o mal, hablo con su amigo Eduardo unos cinco minutos, hasta que una canción en ingles, anunciaba en su teléfono celular que una llamada estaba entrando.
- Y, ¿Pensabas que fue todo un sueño?- dijo una voz rasposa al otro lado de la línea.-te debe de doler la cabeza como un demonio, esa droga era dura chico.
- ¡Dime donde la tienen!- grito Felipe, adivinando su interlocutor.
- Tranquilo hombre fuerte, ella está bien – respondió el tipo de barba- esta, digamos, pasando una pequeña temporada de vacaciones.
- ¡Si le hacen algo…!- alcanzó a decir Felipe.
- Calma hombre, si haces todo lo que te pidamos ella estará bien.
- ¿Y qué mierda quieren que haga?-preguntó el chico de ojos pardos, mientras apretaba un farol de la luz, doblándolo.
- Que trabajes para nosotros- sentenció uno de los raptores de su madre- Solo ven mañana a las nueve al muelle Vergara, ahí estaremos yo y mi colega… ¡ah y dice que le debes un brazo roto!, jaja.
- No me causa risa- dijo enojado, caminando hacia su casa, mientras el farol se desprendía del cableado eléctrico.
- Ah, y por si acaso, te garantizo que ella está bien, es un poco testaruda, pero se esta portando bien. Tienes de donde salir tú ¿eh?- dijo el viejo de barba.
- Entonces…- titubeó Felipe.
- Mañana a las nueve en el muelle Vergara, sin llamadas, sin policías ni terceros- dijo el tipo, antes de cortar la llamada, sin esperar preguntas ni formalidades. Sólo cortó.
Entró a su casa pegando un portazo, de tal fuerza que la vieja fachada de su hogar, se hizo añicos frente al golpe de la puerta. No había forma de controlar esa fuerza, ese extraño don, que sólo viendo a un ser querido en peligro se despertó.
Muchas preguntas rondaban en su mente. Su vida monótona y benditamente normal, había sido golpeada por esto. Maldecía mil veces al cielo y a esta realidad absurda que le estaba tocando vivir. Lloró, lloro de tal manera que sus ojos ardían y no le dejaban dormir. Tenía unas ganas bestiales de tomar por el cuello a los tipos y lanzarlos al abismo.
Luego miró la cruz en la cabecera de su cama. Algo en su interior se calmó, le hizo pensar con la mente fría lo que estaba sucediendo, debía ir mañana al muelle y afrontar como un hombre lo que se le venía encima. Tenía miedo, era cierto, pero pensó: “¡Dios!, hácelo por ella”.
Estaba en esto cuando sonó el teléfono.
- ¿Aló? ¿Parra?, soy el Bily.
- Ah hola viejo, justo necesitaba alguien a quien hablar-contestó el lloroso hombre.
- Será mañana, te llamaba para avisarte algo-dijo acongojado su amigo- falleció el Mauri.
- ¿El Mauri?, ¿el hermano del Chino?-preguntó Felipe, anonadado por la repentina noticia.
- Si hueón, mañana son los funerales- sentenció Anthony- ya loco era pa’ eso, nos vemos mañana, chao.
- Ya, ahí nos vemos, bye.-dijo antes de colgar el auricular.
Ahí se quedó, tumbado en la cama, sin más musica, que la que le brindaba el frío silencio de la noche, en noches como esta, en la que la amargura reinaba en el corazón y la mente de Felipe. Costó, pero luego de unas horas, logró conciliar el sueño.

***

martes, 16 de octubre de 2007

Pérdidas

4

Él se montaba en el microbús con los audífonos puestos, dejando atrás toda realidad aparte de él y su música. Mientras la pila durara, su felicidad transitoria sería un poco mas continúa.
Felipe se sentó en un puesto junto a la ventana, como acostumbraba, para embelesarse con la vista que el mar le otorgaba, y si podía dormitar un poco antes de llegar a Playa Ancha. Odiaba tener pruebas a las ocho, no sentía su cabeza en plenitud de funciones. Miró su reflejo en la ventana del vehículo, una lánguida sonrisa dibujaba su rostro de una aparente felicidad, contraste a la monotonía que sentía.
Llegó con quince minutos de adelanto, como de costumbre, y aún con la musica en sus oidos, se encaminó a la sala en el último piso, donde rendiría dicha prueba.
Hizo la prueba algo nervioso. Mientras escribía, sentía sus puños apretados, tan apretados que hasta le hacía daño, más, era su método de relajación. Acabó la prueba con éxito, algo perplejo por lo subjetivo que pudo ser lo que puso en el papel. Más, salió de la sala, pensando.
Bajó las escaleras teniendo en la mente que en veinte minutos tendría la siguiente clase. Llegó al segundo piso, donde esperaría el efímero pasar de los minutos hasta la hora esperada, pensando fijo en algo, su madre, llevaban dos semanas peleados y mañana era su cumpleaños, y no quería ser tan hipócrita como para abrazarla y decirle “Feliz cumpleaños” , sintiendo adentro rabia contra ella. No, eso no quería.
Se acercó al teléfono y la llamó. Jugueteaba en su bolsillo con el dinero con el que volvería a casa luego de clases, mientras se conectaba la comunicación. Su espera se hizo larga. Largas piteadas del fono lo hicieron asustarse un poco, recordó el sonido de las maquinas en el hospital cuando alguien fallece, macabro.
Colgó el auricular público y salió de la universidad. Sintió esa misma histeria que siempre acusaba en los demás cuando sienten preocupación innecesaria. Para él no era innecesaria.
Tomó la primera micro, que raudamente, por suerte para él, lo llevo a su casa con rapidez. Felipe era un hombre de fe, no creía en el destino, pero sentía algo que lo inquietaba, algo como una corazonada de que su madre lo necesitaba.
Al llegar a la puerta de entrada, vio que estaba abierta, vio tambien una van negra estacionada al frente, donde un tipo de barba aguardaba en su interior leyendo el periodico, el cual, cuando lo divisó tras la calle, salió del vehículo con algo que parecía un revolver. Felipe, espantado, entro corriendo a su casa. Al llegar, vio la puerta en el piso, y todo revuelto
-¡Quien anda ahí!- grito algo titubeante
-¡Felipe! ¡Ayudam…!-escuchó gritar, la voz espantada de su madre.
- ¿Dónde estas?- preguntó el chico de gafas entrando al cuarto de su progenitora, sintiéndose paralizado por la macabra escena que observó: un tipo de gafas oscuras, inoculándole, dios sabe que cosa, con una jeringa a su madre.
-Alto o le disparo- dijo atrás de él, el tipo de barba, quien encañonaba a su madre con un arma- déjanos ir y todo estará bien para ella.
-¡Entréguenla mierda!-gritó Felipe arremetiendo contra el tipo de barba, quitándole el revolver de las manos, destrozando el cañon con sus propias manos.
-Estabamos en lo correcto-dijo el de barba desde el suelo- es él.
-Sí. Completamente de acuerdo-respondió el de gafas- Ahora tu quieto y ella viva-dijo refiriéndose a Felipe, quien quedó pasmado mirándose las manos.
Los tipos salieron raudamente con la madre de Felipe sedada, subiéndose a la van. El tipo de barba, el conductor, subió y puso en marcha el motor, mientras el de gafas oscuras, ponía a la madre del joven en la parte de atrás del vehículo.
Estaba en esto, cuando por la espalda apareció Felipe, quien le asesto un puñetazo en lo pleno de la quijada del tipo de lentes, el cual voló por los aires hasta estrellarse con una reja, cayendo inconsciente.
Se volteó para abatir al de barba, sintiendo la ira subir por su cuerpo, mas sin embargo, este ya lo estaba esperando con jeringa en mano, la cual enterró prestamente en el pecho de Felipe, el que desfalleció casi al instante.

***
5
Hacía calor, mucho, mas del que él podía soportar. Pero aun así trotaba una vuelta más, su profesor se lo exigía. Le gustaba el deporte, pero tras media hora en lo mismo ya era insoportable.
Eduardo terminó la clase y se sentía exhausto. Lo único que quería era volver a sentir la fresca suavidad de su cama, su lugar. Sin embargo algo en su interior lo inquietaba. Las ansias de descansar eran muchas, pero tenía algo pendiente antes de volver a casa. Tomó el teléfono público de fuera del colegio y marcó el número de ella, quería de una vez por todas decirle la verdad, que se arrepentía de una manera infernal, de no haber aprovechado el tiempo, de haber sido inmaduro con sus sentimientos. Más, tenía el teléfono apagado.
Subió con una amargura inmensa al autobús que lo llevaría a Gómez Carreño, el cual sin demora alguna, a pesar de ser la hora punta, lo llevó al quinto sector, donde él vivía.
- ¡Llegué!-gritó al llegar como Eduardo solía hacer.
- ¡Estoy arriba!-escuchó gritar la voz de su padre desde arriba.
- Voy- respondió antes de subir las escaleras- Hola Papá-dijo al pasar, el chico de ojos pequeños.
Exhausto, tiró su bolso sobre su cama y se estiró. Necesitaba ese descanso. No solamente sentía cansancio en su cuerpo debido a las horas de ardua tarea en el colegio, sino su mente y su alma, esa pena que hace dos días lo acongojaba no lo dejaba en paz. Solo rondaban en su cabeza las palabras que no alcanzó a decir, todo aquello que dejó en el tintero.
De pronto, entró su hermano pequeño, Daniel, a preguntarle si Mauricio se había venido con él, luego de la escuela, lo que Eduardo contestó prestamente: se había venido solo.
Las horas pasaban raudas, como tranvía atrasado por la demora del diablo, no se preocupaban de más que avanzar. Pasó unas horas en el computador, donde bajaba musica y hablaba un rato por Messenger con Felipe, o el Parra, como lo llamaba todo el grupo de amigos.
>-Necesito que me ayuden <-escribió Felipe->tengo algo que hacer y no puedo solo los necesito. <
>-¿Qué onda Parra? <-respondió Eduardo.
>- No puedo decirte por MSN, mañana baja en la mañana pa mi casa, ahí con el resto de los cabros lo hablamos <-escribió, mientras salía un icono de “no conectado” al lado de la frase que identificaba el correo de su amigo.
Eduardo apago el PC y bajó, tenia hambre. Al llegar abajo vio a sus padres y su hermana Kathy, sentado en la mesa comiendo algo, mientras veían un programa de televisión.
- ¿Y el Mauri?-preguntó extrañado el chico moreno, mientras veía la hora: eran las tres y media.
- No tengo la menor idea- respondió su padre, mientras colgaba el auricular del teléfono en su lugar.
- Lo hemos llamado toda la tarde y no contesta- dijo compungida su madre, tomándose la cabeza con las manos.
El ambiente estaba tenso, su hermano no solía hacer esto. Cuando salía, acostumbraba avisar, o por lo menos dar una llamada, avisando que iba a salir. Era extraño, pues había quedado de llegar temprano para salir a comprar con Katherine y Eduardo el regalo de cumpleaños para Daniel, el menor de todos.
Su madre se paró y se fue al segundo piso. Su padre, de homónimo nombre se le acercó y le dijo:
- ¿Lo llamas tú ahora?
- Emm, bueno- dijo Eduardo tomando el aparato celular para volver a llamarlo, pero interrumpió un grito afuera: ¡Incendio!
Era precisamente la voz de su hermano, quien, alertaba a los vecinos sobre las llamas furiosas que abrasaban las casas contiguas a la suya.
- ¡Ayuda po’ Andrés! –le dijo Mauricio, quien desenrollaba la manguera del patio, con intenciones de menguar las llamas. Eduardo respondió al llamado de su hermano tomando la manguera y disparando el agua hacia el foco de las llamas.
La escasa agua que salía, ni cosquillas le hacía al fuego que consumía las casas, mientras que los vecinos y parte de su familia sacaban a los residentes de las casas y algunos pocos objetos que pudieran salvarse. Mauricio sacaba a una señora, cuando escucharon un llanto de niño, desde el interior de las llamas. Era Daniel.
Eduardo no supo que hacer, se quedo estupefacto al ver a su hermano pequeño en medio de las inexpugnables manos del fuego, que le cerraban la salida. No sabía que pensar, su mente de improviso se había quedado en cero.
- Yo voy- sentenció Mauricio, rociándose agua sobre el cuerpo, antes de correr hacia la casa en llamas.
El resto de la gente quedó ahí, parada, mirando el heroico acto de Mauricio, quien se internaba en la fogosa realidad de las maderas llameantes, sorteando con suerte, las maderas calcinadas que caían sobre él
- ¡Mauricio, cuidado con…!- alcanzó a decir, en el preciso instante en que casa en llamas donde se había metido Mauricio para sacar a su hermano se desplomaba sobre él, perdiéndose así su figura entre las maderas calcinadas. Había muerto.

***

lunes, 8 de octubre de 2007

Evitable

3
Ya iban a ser las dos, a la hora que habían quedado de juntarse, o más bien, a la hora en que él la iría a buscar al colegio. Anthony volvía a mirar su reloj para verificar si estaba a tiempo, mientras caminaba sudoroso por la avenida Libertad. No quería llegar tarde, no le gustaba hacerlo. Y más todavía si era por ver a Lorena, no la veía hace dos semanas ya. La extrañaba, más que mas ya llevaban diez meses.
Un insolente semáforo peatonal detenía su paso. El rojo que no cambiaba era insoportable. Restaban diez minutos para las dos. De pronto, el semáforo cambio casi al instante, como si respondiese al apuro de Anthony, o Bily, como le decían sus amigos.
Llegó al colegio con diez minutos de retraso. La buscó por todos lados, pregunto por ella a una compañera conocida suya, mas, ya se había marchado. Se había retirado temprano enferma, nuevamente.
-“Sera”-penso, mientras guardaba en su bolso el regalo de aniversario que le había comprado. No había sido un buen día. Una mala calificación en matemáticas, una pelea con su madre y sin su novia ni sus amigos: mal día, pasaría otro viernes solo.
Hizo parar el microbús con rumbo al cerro, donde estaba ubicada su casa, sin saber que los vehículos no serían de su agrado por siempre. Tenía esa sensación de que algo iba a pasar, como cuando uno predice que va a llover, sí, llovería.
Sacó de su bolsillo exactamente las monedas necesarias, lo que le causo una sonrisa -“Mínimo achuntarle a las monedas eh?”-penso al entregar las monedas al chofer. Logró sentarse. Mas, las calles pasaban sin decir nada, en su cara apoyada en la ventana, esa maldita jaqueca no lo había dejado dormir en ya varios días. Sonó su teléfono, era su madre.
- ¿A dónde estas?-consultó su progenitora
- En la plaza de Viña… en la micro, ya voy pa’ la casa-respondió algo dubitativo.
- Anda a buscar a la Belén al colegio que yo no voy a alcanzar-dijo la mujer
- ¡Pero Mamá!- respondió de mala gana- Ya estoy en la micro camino a la casa, ¿Por qué no se viene sola?
- Porque no- respondió autoritaria la madre de Anthony
- Pero Mam…-alcanzo a reprochar, antes que le colgara el teléfono- ¡Puta la huea’!-maldijo al guardar el aparato telefónico.
Se bajó del vehículo, y lanzando puteadas en su mente se encamino hacia el colegio de su hermanita. Ya estaba harto de situaciones como esta, él creía que Belén ya podría cuidarse sola, ya estaba suficientemente grande.
Llegó al colegio de su hermana en el justo momento en que salían todos de golpe. Tras divisarla, llamo a Belén, quien casi sin tener que decir una palabra lo saludó y se puso en marcha.
Callados, completamente callados caminaron hasta un cruce hasta que por fin Belén rompió el silencio.
- Ya estoy harta de que la Mamá te mande a buscarme.
- Yo opino lo miso, que ya estas grande como para que tu hermano mayor te vaya a buscar al colegio- asintió Anthony- Bueno aquí entre nos, tampoco hay hecho meritos como para que la Mamá te de libertades.
- ¿Tu también vay a empezar?- dijo ofuscada la niña
- Yo no estoy empezando nada-respondió levantando las manos-solo que como tu el otro día te desapareciste…
- ¿Sabís que mas?, Chao- dijo cruzando la calle de golpe.
- ¡Espera!- gritó Anthony, cuando una micro color rojo se volcaba sobre su hermana al doblar, evitando un inminente choque.
“Quiero que se detenga”, fue lo único que pensó en ese momento, al ver en peligro a su hermana. Y así sucedió. Como si alguien la hubiese manoteado, el microbús voló por lo aires en dirección a una casa comercial del lugar.
“¡No!”, pensó de nuevo Anthony, y de nuevo sucedió. El rojo vehículo se posó suavemente sobre la acera con todos sus pasajeros ilesos. Quienes se bajaban a ver que fue lo que sucedió, pero Anthony lo sabía, de alguna manera, desquiciada para él, detuvo al microbús sobre su hermana con sólo pensarlo.
Se acercó a su hermana, tras comprobar que estaba a salvo le sugirió que se fueran lo más rápido que pudieran: no quería llamar la atención. Hizo parar un colectivo, estacionado a un costado de la plaza, y su fue, junto con Belén, rumbo a su casa. El dolor de cabeza había cesado, sin embargo estaba exhausto.
Llegaron al living de su hogar, él tiró su bolso sobre un sillón. Belén corrió escaleras arriba apresurada mente.
Anthony buscaba aun una respuesta racional a lo que había pasado, como solía hacer, mas no encontraba ninguna. Subió a su habitación, se recostó sobre su lecho y suspiró, caviló unos momentos y gritó:
-¡Belén!- y casi instantáneamente se asomó por el cuarto contiguo la cabeza de su hermana.
-¿Qué?- preguntó
-No le cuentes a nadie lo que paso hoy-dijo serio el chico de cara regordeta- Ni a la Mamá.
-Bueno-afirmó con voz melodiosa, casi alegre, mientras volvía a su cuarto.
Anthony estaba sumamente cansado. Se extendió por completo sobre la cama, los parpados se le cerraban solos. Sonrió, miró hacia la puerta, la que se cerró de golpe, luego durmió profundamente.

***

jueves, 4 de octubre de 2007

Despertares

***

1

Sonaba el celular, indicando que la jornada comenzaba de nuevo, el chico dejo que sonara un rato, hasta la tercera, y ultima advertencia, era hora de levantarse.

El sol de primavera comenzaba a dar sus primeros cariños en este octubre, mes ajetreado, si de estudios se habla. Tomó una toalla y se metió a la ducha, el agua tibia lo despertaría.

- ¡Andrés, estay atrasado!-grito una voz femenina desde la habitación de al lado del baño, era su hermana; cuatro años menor que él, que cada día tenia que recordarle la hora a Eduardo, pero que mas da así era él.

- ¡Ya voy!- respondió cerrando la llave del agua- ¡voy al tiro!- gritaba mientras salía del baño con la toalla en la cintura.

Eduardo, Andrés, como le decían en su familia, era un joven de recién cumplidos 18 años, de estatura media, buen físico, y sobre todo un buen chico.

A la media hora Eduardo ya estaba saliendo hacia el paradero, junto a su hermano menor, Mauricio, de solo dos años de diferencia.

- ¿Te vay a juntar con tus amigos hoy día?-pregunto Mauricio

- No se- respondió Eduardo- no se todavía depende de si va estar el Parra

- Ah ya, era pa' saber si te esperaba o no-dijo haciendo parar una micro con el dedo índice.

-Chao Mauri- dijo despidiendo a su hermano, creyendo que seria un hasta pronto, un hasta la noche, pero no, seria un adiós, por un largo tiempo.

***

2

Era de noche y en Curauma las noches eran así, frías. A pesar del alivio que la primavera daba durante el día; el viento helado de la noche era la tortura perfecta a cambio de aquel beneficio térmico del sol. Mas tortura lo era para Cristóbal, quien siempre se jactaba de lo friolento que era, y no bromeaba realmente lo era.

Cristóbal era un chico normal, de familia. A sus diecinueve años era una un niño de casa. Familia, universidad y amigos, sus tres partes. Contrastaba por completo con su hermano Damián, por decirlo así, mas lanzado; pasaba el tiempo entre colegio, amigos, deporte, fiestas, novia. Eran diferentes y hasta peleaban bastante pero, aunque ninguno de los dos lo admitía se querían y se cuidaban.

- Cristóbal, ¿a que hora te levantay mañana?- preguntó Damián

- Como a las seis yo cacho- respondió- y ¿pa' que?

- Pa’ que me despiertes po’

- ¿Y la Mamá no esta?- inquirió el joven de larga cabellera

- No, le toca turno- respondió- ¿me despiertas?

- Bueno oh-, afirmó con algo de risa- Buenas noches

- Buenas noches- respondió Damián cerrando la puerta de su habitación. Cristóbal, en lo mismo.

Pasó la noche ligera, como si se apurara a saber lo que sucedería el siguiente día, por algo sería. Alguien dijo que la luna se apura en su transito nocturno para dejar paso a las noticias que traiga el sol de quien sabe donde duerme.

Cristóbal salió de su cama de sobresalto, lo despertó el sonido estridente de una bala. Bajó apresuradamente las escaleras, tomando un bate de baseball en sus manos , vio una imagen que recordaría siempre: Un tipo, de gafas oscuras con un revolver en su mano, y el cuerpo de su hermano inerte sobre la alfombra del primer piso.

- ¡Alto ahí!- gritó Cristóbal bajando las escalera con intención de volarle la cabeza de un batazo, mas, al notar su presencia corrió por la puerta de la casa, hacia el patio, donde lo esperaba una van negra con un tipo de barba al volante. Había

escapado.

Ahí se quedó él por algunos momentos, con el cadáver de su hermano, pensando y llorando de impotencia, de que no pudo hacer nada para evitarlo. Miró con pena el boquete que había dejado la bala en el pecho de su hermano, se imaginó poder revivir a los muertos, como lo hacían los personajes con los que el solía jugar rol, con Anthony y los demás. Tocó la herida con sus manos y sintió algo frío en ellas: era la bala.

Miró asustado el rostro de su hermano, el que perdía el pálido fatal y recobraba su rubor: había vuelto.

-¡Damián!- gritó Cristóbal viendo que su hermano reaccionaba, estaba tosiendo.

- Agg, ¿que mierda pasa?- dijo tratando de levantarse- ¡No gritís!

- Te dispararon, moriste y yo… y yo…-titubeó el hermano mayor mirándose las manos.

- Te buscaban a ti- dijo el resucitado, mirando el agujero en la polera.

-¿Cómo?-preguntó extrañado- ¿Qué estáy diciendo?

-Sí, lo que dije-respondió Damián- el tipo de las gafas oscuras botó la puerta y dijo: “¿Cristóbal Cortés?”, apuntándome con una pistola, yo, asustado, le respondí que sí, mientras tomaba el teléfono, para llamar a los carabineros y me disparó, y yo…

¿Morí dijiste?

-Sí, moriste- respondió- no tenías pulso, no respirabas, esa bala te atravesó el corazón.

- Y la polera-agregó el alto hermano menor- ¿Le vamos a contar a la Mamá lo que pasó?

- No- sentenció- me buscaban a mi y era por algo, y por culpa de eso te dispararon a ti, no quisiera ponerla en peligro.

-¿Secreto?- pregunto el chico que se arreglaba el mechón de la frente.

-Secreto- confirmó su hermano- pero hay que ordenar eso si, a la noche conversamos y vemos que hacemos, por ahora ándate al colegio, que yo me voy pa’ la U.

-Bueno- dijo Damián tomando la puerta y sitiándola en su lugar.

Ordenaron, Cristóbal reparó la puerta mientras su hermano botaba esa polera agujereada. Dejaron todo como si nada hubiese pasado. Cristóbal se miraba las manos, pensando en la remota posibilidad que él había resucitado a su hermano, lo pensaba, pero su escepticidad lo refutaba. Pensaba en algún modo de comprobarlo. Salió al patio, donde hace unos meses había sido enterrado Nicky, su perro, un siberiano de grisáceo color, quien había sido arrollado por un auto.

-“¿Y si…?”- pensó, poniendo las manos en la tierra, buscando una comprobación a su teoría.

-¿Qué estáy haciendo?-le dijo Damián interrumpiendo las cavilaciones de su hermano.

-Nada, absolutamente nada-respondió Cristóbal entrando ala casa subiendo las escaleras.

***