domingo, 23 de diciembre de 2007

Fotografías

14

Sentado, él estaba sentado. Hundido en el sillón pensando, todas las cosas que estaban sucediendo, tanto para él como para sus amigos eran nuevas, y si con nuevas se habla de extrañas, vaya que eran nuevas, lo eran; o por lo menos así era como Salvador pensaba
Había dejado hace unos quince minutos, a su polola en el paradero. Eran las diez y media y estaba solo, solo en el living de su casa, sintiendo la entropía corroer su piel, sus huesos, su mente.
Desde que había dejado la carrera su vida le parecía aburrida. Claro, tenía tiempo para él, tiempo con el que no había contado nunca. Se supondría que utilizaría este tiempo para dedicarlo a su casa, a su pareja, a sus amigos. Más, no estaba haciendo nada de eso, se estaba sumiendo en una soledad alarmantemente absurda.
Fue hacia el computador y se conectó al MSN, a ver si podía distraerse un poco, el devenir de los últimos hechos lo tenían nervioso, la sensación de estar desapareciendo, había pasado de ser una mera sensación a ser realidad, sí que lo era. Esto, era por lo que le sucedió en el centro, mientras tomaba fotografías con su vieja cámara. La gente pasaba a su alrededor, dándole topones con los hombros, como si no lo vieran, incluso, casi lo atropellan dos veces por lo mismo. Ese día caminó y caminó, y seguía sucediendo. Él, sólo había salido con la intención de hacer algo distinto a lo que hacía todos los días, a recobrar uno de sus hobbies, la fotografía, algo que ya estaba echando de menos. Ya que en estos últimos días, vacíos, sentía que no existía, que nadie lo llamaba, ni lo recordaba. Se sentía invisible ante él resto.
Todo iba a bien hasta que llegó a aquel escaparate. En un fatídico instante, Salvador se enteró de la dura verdad, su reflejo lo había abandonado. Se miró las manos, y no estaban en el lugar donde las veía cada mañana. Era más que una sensación, era un hecho; era invisible.
Con estos recuerdos aun latentes, se sentó frente al monitor, abrió su cuenta, no había mucha gente conectada, el único que le apareció l instante en contacto con el era el Parra, uno de sus amigos.
>- Hola loco que tal?-<
>-Hi hi-<>- bien pues, que hay?-<
>- Por mi nada, pero mañana nos vamos a juntar en la pleno centro, a las 4-< escribió su amigo en el MSN.
>- Dale dale, nos vemos ahí entonces-< respondió en la pantalla, e la cual salía un “Bye” de su amigo y el anuncio de “No conectado”, Felipe se había ido.
Luego de unos cuantos minutos frente al computador, entre bajar cosas, revisar páginas y leer comics, se le pasó la hora. Estaba cansado. Apagó el ordenador y se fue a dormir.
Durmió placidamente, como nunca antes lo había hecho, tan profundo que al día siguiente, ni sus sueños recordaba.
Al otro día, nada especial pasó. Le parecía a Salvador, otro maldito día, clon del anterior, otro día que pasaría sin verlo, sin pena ni gloria. O por lo menos le pareció así, hasta la hora acordada, en la que se debía juntar con sus amigos, tal como Felipe le había avisado. Tomó su cámara fotográfica y partió.
Tomó la locomoción para el centro de Viña. Se tumbó en el asiento del microbús, bajo la inclemencia de un insolente sol que cubría todo con su anchura, otro día de esta maldita primavera, preludio de lo que sería un maldito verano hirviente.
Tras media hora eterna de viaje en el vehículo, llegó al lugar acordado. Caminó un rato por la calle Valparaíso, rodeada de gente, que para variar lo empujaba al pasar, sin verlo. Estaba pasando de nuevo, y no se había dado cuenta; miro una ventana en busca de su reflejo y nuevamente no estaba. Respiró profundo, trató de relajarse y se puso a caminar.
Al llegar, no había nadie, solo un hombre alto que leía el diario sentado en una banca. Salvador caminó, aun invisible hacia el hombre que allí estaba. Lo reconoció: era el tío Julio, papá de una amigo de él, de Cristóbal o el Caco, como en el grupo de amigos le decían.
- ¿Tío Julio?- dijo Salvador, olvidando que aun era invisible a la vista humana.
- ¿Quién? – dijo Julio, mirando a todos lados- ¿Salvador?
- Sí, soy yo- respondió el chico que volvía a ser perceptible a la vista- por favor, no me haga preguntas por esto.
- ¿Qué cosa?- inquirió el hombre que doblaba el diario bajo el brazo.
- La manera en como aparecí- respondió Salvador- y de cómo no me veía antes
- No hay problema- dijo Julio- soy bueno guardando secretos.
- Gra-gracias- respondió el chico de gafas, que nervioso lo saludaba dándole la mano- perdóneme una pregunta, pero ¿Qué hacía ud. aquí?
- Mi hijo me dijo que se iban a juntar aquí, pero no ha llegado, tenía que darle un recado- respondió el hombre, tomando un bolso que tenía sobre la banca- ¿me acompañas?
- OK- respondió Salvador- por lo visto no llegó nadie, ya son un cuarto para las cinco
- Mm.- respondió Julio sin abrir la boca, mientras caminaba, en dirección a una auto que estaba estacionado en la calle paralela a donde estaban- ¿Sabes? puedo ayudarte con tu problema
- ¿Qué?- dijo de sobresalto el chico se detuvo en seco- ¿a que-que se refiere?
- A volverte invisible-respondió- se quien te puede ayudar, ellos están dispuestos a darte una cura- dijo el hombre, sacando una jeringa con una droga, de extraña procedencia frente a él.
Salvador se sintió asustado, cuando vio que la jeringa se le acercaba trató de forcejear para evitarla, se sacó al hombre alto de encima, y con gran esfuerzo se puso a correr devolviendo sus anteriores pasos.
Corrió despavorido por las calles de Viña. Sin darse cuenta, había vuelto a ser invisible, como si su cuerpo respondiera al miedo, haciéndose imperceptible al ojo común. Un vehículo casi lo arrolló al cruzar la calle, puesto a que no lo veían. Salvador lo logró evitar, parando en seco, doblando la calle, entrando a la galería en donde había empezado todo. Allí estaba Felpe, el Parra, parado, mirando la hora en su teléfono celular, como de costumbre.
- ¡Parra hueón, me están persiguiendo!- dijo despavorido Salvador acercándose a su amigo, quien lo esperaba, volviéndose visible al verlo.
- ¡Que onda loco, cálmate!- le respondió Felipe, al recibirlo, haciéndolo sentar en la banca
- Me-me estaban persiguiendo -dijo entre jadeos, el chico de gafas y pelo largo- ¡el papá del Caco con una jeringa!
- ¿El tío Julio?- dijo Felipe- clámate entonces, es para tu bien, te lo aseguro
- ¿Qué?-dijo Salvador parándose de golpe- tu-tu tú también.
- Me va a doler mas a mi que a ti amigo- dijo Felipe guardando el celular en el bolsillo
- ¿Qué cosa?- preguntó Salvador con ganas de huir
- Esto-respondió su amigo, asestándole un puñetazo en la quijada, que lo lanzó contra un muro, cayendo al suelo inconsciente.
En el momento que pasaba esto, entraba Julio al lugar, quien revisó el pulso de Salvador comprobando que estaba vivo.
- Casi lo matas- dijo Julio dirigiéndose a Felipe.
- Disculpe Don Julio- respondió Felipe- no puedo controlarlo todavía
- Que no pase nunca más- agregó el padre de Cristóbal- si uno de ellos muere, te ira mal en la compañía
- Disculpe jefe- respondió Felipe, tomando el cuerpo de Salvador en sus hombros- y disculpe, ¿Cuándo voy a poder ver a mi Mamá?
- Cuando completemos esta misión- respondió
- OK-respondió siniestra satisfecho de sus actos el chico con su amigo en brazos, pensaba “Perdóname Salva”
- Apúrate Felipe- dijo su jefe, su supervisor, Julio, Cortés, el padre de su mejor amigo.
- Sí jefe, voy- respondió Felipe, caminando hacia la salida.
Así, los dos hombres se subieron al automóvil que los esperaba afuera, y sin que se diera cuenta la gente, se llevaron a Salvador, dopado, dejando su vieja cámara en la banca, ahí, sola como único espectador y testigo de los hechos.

***

viernes, 14 de diciembre de 2007

La verdad sobre Mauricio

***
13
- Chao Andrés- dijo al subirse al bus, separándose de su hermano; Mauricio no sabía que esta iba a ser la última mañana que se verían.
La mañana, aunque algo fría, era agradable. Mauricio se sentía cómodo, aunque más cómodo se sentiría si aun estuviese en su cama durmiendo. Pero que va, él ya iba rumbo al colegio.
Frente a él, que iba sentado en el penúltimo asiento, había un tipo de barba que lo miraba y anotaba algo en una libreta, cosa que le llamó la atención a Mauricio. Al rato después, el tipo se bajó del microbús, unas cuadras antes del lugar donde Mauricio se tenía que bajar.
Al llegar al colegio, el calor se incrementó, el sol brillaba alto y precioso en medio del cielo, las veredas y asfaltos relucían ante el roce del astro rey. Entró a clases, todo normal, excepto el calor, anormalmente fuerte, a él no le molestaba de sobremanera, pero a sus compañeros sí, muchos estaban al borde del desmayo y algunos deliraban de fiebre.
- Jóvenes- dijo el profesor- debido a la extraña situación climática, se cancelaran las clases de hoy, el profesor de Matemáticas, quien les debería hacer clases la siguiente hora se fue con licencia médica.
- ¿Y nos vamos no más?- preguntó Mauricio algo extrañado
- Sí señor Cortés- respondió el pedagogo. Luego de esto, Mauricio, como todos sus compañeros, tomó sus cosas y partió.
Caminó algunas cuadras, no tenía apuro. Al rato de andar, se fijó que la mayoría de las personas, andaban abrigadas, y al pasar cerca de él se sacaban algunas prendas. Extraño.
Paró en una esquina. Miró hacia atrás y vio un automóvil que de hace varias cuadras lo estaba siguiendo. Era una especie de camioneta negra, con dos tipos adentro, tipos que no alcanzó a ver bien.
Estaba asustado. Mauricio no sabía que hacer, no sabía si lo querían asaltar, o quizás algo peor. Lo único que se ocurrió, fue caminar mas rápido, sin correr, para que no se notara su nerviosismo, según lo que sabía, eso era peor.
La camioneta aún lo seguía. Ahora lo hacía a mayor velocidad. Casi lo alcanzaba. Lo que atinó a hacer, fue entrar a un ciber-café, esconderse allí. Respiró profundo y se puso a pensar que hacer. Al mirar hacia fuera vio que el automóvil se detenía, lo estaban esperando.
“Dios mío, que hago”, pensó mientras la gente que estaba en el local, salía despavorida. Algunas presentaban quemaduras en el rostro, otros salía vomitando. Algo pasaba, algo que a él no lo afectaba.
Cuando salió toda la gente, vio que en la puerta, entraron dos tipos, los que estaban en la camioneta negra, vestidos con unos trajes rarísimos, Mauricio nunca había visto nada así antes.
- Mira lo que ha hecho, señor Cortés- dijo el tipo de barba- mucha gente esta muriendo por culpa suya.
- ¿Qué, qué esta diciendo? ¿Quién es usted?- preguntó asustado Mauricio, cayendo al suelo por el espanto
- Así como lo oye- respondió- nadie aguanta 300 grados Celsius- agregó, mirando un aparato que llevaba en la mano
Mauricio no entendía, miraba a su alrededor y no entendía sus palabras. Se miró sus manos, rojas, vio su cuerpo entero, el que brillaba con un brillo insólito. Sentía su cuerpo al borde de la ignición, el local comenzaba a prenderse en fuego.
- ¡Tráelo!- dijo el tipo de barba al otro que lo acompañaba – ¡calma chico!- dijo mirando a Mauricio, al tiempo que tomaba un extintor y lo rociaba sobre el chico, que ahí, en el suelo, comenzaba a prenderse en llamas.
- ¿Qué me pasa?-dijo asustado- ¿Qué pasa?- alcanzó a decir en el momento en que el otro tipo, le disparaba con un rifle, lo que parecía ser un sedante. Y sí, lo era.
Mauricio estaba inconsciente, completamente sedado. Los dos tipos, sacándose las mascaras, lo llevaron entre los dos hacia la camioneta. Lo depositaron allí y partieron. Mientras salían, los bomberos apagaban los grandes incendios que Mauricio había provocado, retirando tambien, las decenas de cadáveres calcinados que estaban regados por las veredas ardientes.
Cuando Mauricio despertó, estaba en un cuarto, de lo que parecía ser un hospital. El chico estaba adolorido, encerrado en dios sabe donde. Empezó a sentir miedo.
- ¿Qué tal estás?- preguntó el tipo de barba de antes, quien entraba en la habitación.
- ¿Qué pasó?- preguntó asustado- ¿Qué me hicieron?- insistió exaltándose un poco.
- Cálmate- le ordenó el viejo de barba oscura- lo único que sacas con exaltarte es dañar a otros
- ¿Qué?- preguntó Mauricio, sentándose en la camilla.
- Lo que pasó allá, en el centro, no fue un accidente. Fuiste tú- dijo, sentenciando el tipo que lo trajo hasta acá
- Explícate- dijo mirándolo fijo el chico, quien buscaba una manera de escapar.
- En ti- prosiguió el hombre- hay unos genes, que te dan habilidades fuera de lo común, naciste con ellas, algunos les llaman bendiciones, pero pueden ser muy peligrosas
- ¿Quiere decir, que el incendio en el ciber lo provoqué yo?- dijo Mauricio, tratando de entender las descabelladas palabras que salían de la boca del tipo.
- Exacto- sentenció- tu habilidad es el fuego, lo produces y puedes llegar a manipularlo con facilidad. Pero aun es muy pronto para esto, aun no lo puedes controlar
- Entiendo- dijo el chico de las manos rojas
- Nosotros no estamos para herirte- dijo tratando de tranquilizar a Mauricio- de hecho, te daremos algo para los nervios, una medicina que tomar cuando sientas que estás perdiendo el control
- ¿Cuál?- preguntó Mauricio, poniéndose de pie
- Esta- respondió el tipo de barba, mientras sacaba un frasco, pasándoselo al chico que frente a él, se sentía como en la dimensión desconocida- dos pastillas y listo, ahora puedes irte
Dicho esto, el otro hombre que acompañaba al de barba, lo llevó a un vehículo, en cual lo llevó de vuelta a Gómez Carreño. En el viaje, Mauricio pensaba en todo lo que le estaba pasando. Pensaba en la gente que había matado; obvio, fue sin querer, un accidente, pero los remordimientos lo atormentaban cada vez con más fuerza, haciendo que cayeran las primeras lágrimas.
- Aquí te dejo- dijo parando el vehículo, a una s cuantas cuadras de la casa del chico, que sin pronunciar una palabra, se bajada del automóvil, caminando en rumbo a su hogar.
Al avanzar unos metros, una idea lo paralizó por completo: ¿Qué tal si se descontrolaba con su familia? ¿Qué tal si perdía el control cuando estuviesen sus padres, sus hermanos o alguien querido?
El pensamiento lo inquietó, comenzó a temblar del miedo a una perdida, una perdida importante si es alguien querido, no lo podría soportar. Miró el suelo, un papel comenzaba a prenderse en llamas y llevado por el viento cerca de una casa.
“¡No!, ¡No de nuevo!” pensó alarmado, sacando las pastillas de su bolsillo. Temblando, trató de tomarse algunas, pero temblaba de manera tal, que se le cayeron todas al piso, rodando hacia la rejilla del alcantarillado.
“¡No!”, gritó con fuerte y desesperada voz esta vez. Golpeaba el suelo con sus manos, pero ya era muy tarde, todo a su alrededor comenzaba a encenderse en insolentes y furibundas llamas, que saltando unas a otras comenzaban a poseer todo cuanto tocaban.
Gritó y gritó a todos lados, alertando sobre las llamas que abrazaban las casas del lugar, corría de un lado para otro tratando de hallar una respuesta a lo que había causado.
Desde su casa, salió Eduardo, hermano y su padre. Mauricio le ordenó a su hermano que lo ayudara con la manguera, para tratar de atenuar las llamas que la acosaban con inclemencia; más era inútil: mientras él no se calmara, as llamas no se apagarían ni echándole el océano completo.
Mauricio corrió hacia una de las casas, ayudando a salir una vecina, que tosiendo, salía de las maderas calcinadas. En esto escuchó la voz de su hermano pequeño, Daniel, quien pedía ayuda: estaba en medio el fuego.
Sabía que el miedo no solucionaba nada, pero aun así lo sentía, y al sentirlo, el fuego crecía burlón ante él, como mofándose y poniéndole en la cara que lo que pasaba era todo culpa de él. Sacudió la cara, tratando de pensar claro, pero no podía, había provocado que mucha gente muriese, y no quería que pasara más. Más ahora, su propio hermano, moriría por culpa suya.
“Yo lo provoco, yo debo arreglarlo” pensó, mientras se rociaba agua con la manguera. “Debo apagarlo”, era lo único que pensaba, cuando se internaba en medio de las llamas, lanzándose sobre su hermano, cubriéndolo, en el preciso momento en que la casa se desplomaba sobre él.
Ya no había vuelta atrás. Pensaba: “La única forma de apagarlo es esta, apagarme yo mismo. El culpable muere, el inocente vive, le parecía justo”.

***

domingo, 9 de diciembre de 2007

La junta (segunda parte)

***
12
Lo que parecía un auto, no era uno solo, eran varios; y lo que parecía una persona, eran varias. Los Cortés se inquietaron. Cristóbal miró por la ventana, y vio una imagen que lo perturbó: la misma Van que los había perseguido la otra noche.
De los vehículos, comenzaron a salir una gran cantidad de hombres armados, los que comenzaron a rodear el lugar. En medio de ellos, el tipo de barba, dirigiéndolos. Eran alrededor de veinte.
- Hay alguien afuera- dijo Cristóbal a su hermano
- Si caché- respondió Damián- ¿Son ellos?
- Sí- dijo su hermano mayor, mientras miraba por la ventana- lo son.
- ¿Qué hueá Caco?- preguntó Anthony, quien desconocía lo que estaba sucediendo
- Hueón, es el mismo auto que casi mata a la Belén- agregó Ángelo, corriendo hacia la ventan, con su velocidad característica.
- Eeee, ¿Qué pasa?- pregunto algo asustado Eduardo
- Miren- dijo tomando seriedad Damián- el otro día, trataron de matarme, pero no pudieron.
- ¿Cómo así?- preguntó Felipe, fingiendo no saber de que se trataba: ya había sido informado en la compañía.
- Así- respondió, cortándose con la uña el brazo, el cual se regeneró al instante- así no pudieron.
- Estos tipos- dijo agregando Cristóbal- no se quedaron ahí, lo intentaron de nuevo, ellos son, un tipo de barba y uno de gafas oscuras.
Un silencio sepulcral invadió a los chicos. Todos estaban pensando que hacer. Si se defenderse, si huir, o llamar ayuda, o en el peor de los caso, rendirse.
Los hombres afuera empezaron a moverse. Luego de rodear el lugar, unos cinco se dirigieron a la entrada principal, con intención de derribarla; mientras, otros tantos, estaban con intención de romper los vidrios, con la culata de sus fusiles.
Anthony cerró los ojos. Eduardo, llevaba a Daniel y Catherine hacia el baño, para esconderlos allí.
- Quédense acá, no hagan ruido, hasta que todo pase- les dijo serio, haciendo de una vez por todas el papel de hermano mayor
- Sí Andrés- respondió asustada su hermana.
Comenzaba a llover de nuevo. Los hombre de la compañía, luego de la orden de Bernard irrumpieron en la casa. Los primeros derribaron la puerta, mientras los otros entraron con gran estrépito por las ventanas, dejando un destrozo inmenso.
El primero en reaccionar fue Ángelo, quien se abalanzó velozmente sobre uno de los soldados, noqueándolo con una patada puesta en la quijada. Sus amigos habían entendido el mensaje: defenderse como pudieran.
Anthony, levantó con su mente uno de los sillones, lanzándolo contra los hombre que los atacaban, que por una extraña razón no abrían fuego. Belén, se desapareció del lugar, a la vista de su hermano, quien supo que pensaba hacer, pedir ayuda.
- ¡Cuidado!- gritó Damián a su hermano, quien, elevándose del suelo, escapo del agarre de uno de los soldados que los atacaban.
- Gracias- decía desde arriba Cristóbal sin tomar atención al soldado que con un rifle distinto le disparaba. Cristóbal luego de unos segundos desfalleció en el suelo con estrépito, completamente sedado.
Damián corrió a auxiliar a su hermano, más una jeringa apuñaló su cuello en el camino. Lo habían capturado.
Felipe, quien se había refugiado tras la muralla junto al baño, al ver esto, llamó por teléfono a Bernard cumpliendo su parte, avisarle que la misión estaba siendo un éxito, ahora la retirada.
Los soldados, al oír las instrucciones de Bernard, a través de su audífonos, comenzaron a retirase. Ángelo y Anthony, habían podido deshacerse de ocho de los tipos, más salían más y más soldados, los que ahora, emprendían la retirada, con los cuerpos de los hermanos Cortés, sedados.
- No se los llevarán-dijo Eduardo, tomando a uno de ellos por la espalda, el que defendiéndose, se lo sacó de encima, dándole un puñetazo en la quijada de regalo.
Ya afuera, los soldados comenzaron a volver a sus vehículos, con l intención de retirarse. Los chicos, en tanto habían salido, con la intención de impedir que se llevaran a Cristóbal y Damián.
- Tengo una idea- dijo Anthony- yo levanto el auto, y tu Ángelo corres hacia él y sacas a los cabros, ¿OK?
- OK- corroboró su amigo.
- ¿Y yo?- dijo Eduardo.
- Chino…. Tu, cuida a tus hermanos- respondió Felipe, fingiendo estar herido en un costado.
Eduardo bajo los escalones, volviendo al interior de la casa. Corrió hacia el baño, donde había dejado a sus hermanos. Más, no estaban allí. Pensaba en su interior: “No por favor, otra vez no”. Recorrió la casa entera y no estaban, la lluvia se incrementaba.
Salio despavorido, topándose con otro inusual espectáculo: Ángelo y los demás, tirados en el suelo heridos, en el centro vio Daniel y Kathy, de espaldas hacia él. Los autos estaban en el suelo, con las llantas pinchadas. De pronto apareció Belén, quien había teletransportado los hermanos Cortés, fuera de preligo. Daniel miró a su hermana y le dijo: “Ahora”.
La lluvia paraba de pronto. Katherine se elevaba del suelo, impulsada por el viento bajo sus pies. Sus ojos se tornaron completamente de blanco, como si estuvieran desorbitados.
La hermana de Eduardo levantó los brazos. En respuesta a ello, del cielo un gran rayo cayó con ira sobre los autos, haciéndolos estallar al instante.
Eduardo caía de rodillas, de nuevo el fuego. Pero ahora estaba a su favor, sus amigos al fin estaban a salvo.
***

viernes, 23 de noviembre de 2007

La junta (Primera parte)

Habían pasado dos semanas desde la muerte de Mauricio. El luto aun era reciente. Todos sentían todavía reciente la partida del hermano de Eduardo.
Una calurosa tarde en Forestal, dos amigos conversando. Anthony y Ángelo ya llevaban dos horas y media hablando, como siempre había sido desde niños. Ni uno ni el otro encontraba irracional lo que les había sucedido. Por raro que fuese era la realidad misma. Se habían compartido sus experiencias: la corrida milagrosa de Ángelo y el poder dentro de la mente de Anthony
Golpeaban la puerta, uno debía bajar, estaban completamente solos, salvo por Belén, más, cuando Ángelo se paraba para ir, su amigo le dijo:
- Espera- al instante en que cerraba los ojos
- ¿Qué hueá estay haciendo?- pregunto extrañado el chico de verdes ojos
- Practicando- dijo, mientras se abría la puerta de la casa, ante la sonrisa de Ángelo, quien se asomaba a ver quien era, era Felipe.
- Vine como me dijeron- dijo sin saludar el chico que tras sus grandes lentes oscuros, mostraba unas ojeras.
- ¡Wena Parrita!- saludó animosamente Ángelo dándole la mano al chico, vestido íntegramente de negro.
- Sí, Hola, ¿Qué tal?- respondió Felipe algo displicente.
- ¿Qué pasa Parra?- inquirió Anthony, el dueño de casa, mirando a los ojos a su amigo, como solí hacer con toda la gente, tratando de saber las reales intenciones. Más esta vez no funcionaba con él. Sólo sabía que Felipe algo ocultaba.
- Nada loco- respondió El chico que se sacaba bolso y lentes del cuerpo, poniéndolos en la cama de su amigo- Quizás estoy medio cansado Bily.
- ¿Llamaron al Caco y al Damián?- preguntó Ángelo.
- El Cristóbal me llamó a mi- respondió Felipe- me dijo que se venían mas rato
- Ah ya dale- asintió satisfecho Ángelo, quien había hecho la pregunta.
- Yo llamé al Salvita, pero pa’ variar no contestó el teléfono- agregó Anthony, ante la mirada gacha de Felpe y la atención de Ángelo- Porque la idea es que seamos hartos, pa’ subirle el animo al Chino.
- Oye ¿Y le contaste al Parra?- pregunto Ángelo.
- No-respondió su amigo- ¿le contamos?
- ¿Qué hay que contarme?- preguntó extrañado el chico de negro, levantado la mirada
- Un secreto, obviamente,- previno Anthony- el otro día, que fui a buscar a mi hermanita, casi la atropellan, pero lo evite, te va a sonar algo loco pero…lo hice solo con pensarlo
- ¿Qué huea?- dijo Felipe abriendo mucho los ojos
- Algo como esto- dijo Anthony, cerrando los ojos. La mirada de su amigo estaba inquieta, como buscando algo fuera de lo normal en la habitación. Más, casi al instante, los lentes de sol de Felipe, que estaban sobre el velador de Anthony, comentaron a levantarse en el aire, solos.
El rostro de Felipe pasó de la extrañeza a la tristeza. Sabía entonces, que si uno de sus amigos estaba presentando actitudes, como las que estaba buscando la compañía, sería seguro, blanco de alguna operación. Y peor aun, quizás, tendría que él mismo, lastimar a quienes quería.
- ¿Y que opinai’?- preguntó Anthony, mirando a los dos chicos- Quedaste pa’ atrás ¿o no?
- Yo quedé igual cuando me mostró- agregó Ángelo poniendo una mano sobre el hombre del chico que levanta cosas con la mente.- y el no es el único que hace… cosas
- ¿Cómo?- preguntó extrañado Felipe.
- Así-respondió Ángelo, al instante en que movió hacia atrás de Felipe, de una manera tan rápida, que nadie pudo verlo con detenimiento- ¿ves?
Felipe no alcanzó a ver los movimientos de Ángelo, ni siquiera el roce del viento en su cara. La velocidad de su amigo era impresionante.
Tras media hora, llegaron Cristóbal y su hermano Damián. Los hermanos venían cansados, como si hubiese trajinado por mucho rato.
- Me llamó el Chino, venía en camino- dijo el mayor de los Cortés, mientras se recostaba en la cama de Anthony.
- Igual debe ser penca perder a un hermano- dijo Damián, logrando que todos se quedaran callados con su repentino comentario. Cristóbal lo miró de reojo.
- Mm.-respondió Ángelo- por lo menos todos lo recuerdan como un héroe.
- El Mauri- agregaba Anthony- me estaba cayendo mejor, incluso se estaba juntando más con nosotros
Todos esperaron el comentario de Felipe, para cerrar el círculo, pero nada pasó. Todos se miraban unos a otros, algunos de reojo, otros de frente, todos sentían que tenían algo que decir, u ocultar. El viento entraba fuerte y frío por la ventana, comenzaba a arreciar esa fresca brisa de la tarde, común en aquella parte de Viña del Mar.
El silencio no se rompía. Usualmente, estarían hablando sobre series, juegos o sobre cualquier otra estupidez, y estaría bien, ellos solían ser así; más ahora no, ya no podían, sus anodinas vidas habían sido golpeadas por las respuestas que sus cuerpos les dieron frente a las más duras pruebas. Más la pérdida de Mauricio. Ya nada sería igual.
Sonó la puerta abriéndose abajo. Ángelo, bajó en un instante a ver, todos estaban espirituados por las cosas que les habían pasado, especialmente los Cortés. Más, no era nadie más que Eduardo, que había llegado.
Al entrar, el chico de aspecto oriental, quedó pasmado, frente a la aparición súbita de Ángelo, más las caras de todos apuntándolo a él, algo asustados.
No habían sido días fáciles para Eduardo. Sus padres, sumidos en una depresión enorme; y él, teniendo que ser fuerte por ellos y por sus hermanos. Sentía que lo necesitaban más que nunca.
- Les tengo que decir una cosa- dijo Eduardo, tras salir del espanto
- ¿Qué Chino?- inquirió Anthony, sentad en la escalera hacia el segundo piso.
- Afuera están la Kathy y el Dani, que quisieron venir conmigo…- dijo Eduardo con un tono bajo.
- Pero Chino- interrumpió el dueño de casa- hácelos pasar po’.
- Ya dale- respondió Eduardo, haciendo, en señas, pasar a sus dos hermanos menores.
Mientras entraban, los jóvenes empezaron a hablar entre ellos, y a saludar a Kathy y al pequeño Daniel, quien se había sido salvado por su difunto hermano. Luego de eso, Cristóbal puso musica en el computador y todos comenzaron a conversar, algunos en grupos, otros solo con una persona. A Anthony, le importaba sólo una cosa, que Eduardo se sintiera mejor.
Nadie tocaba el tema de los “poderes”, que algunos de los chicos tenían, era ya un tema Tabú entre ellos. A veces, cuando un par, o un grupo de personas, se conocen tan bien, ya no tienen necesidad de decirse aquellas cosas, el silencio, lo decía todo.
Paraba un auto afuera, los perros ladraban. Era la gente de la compañía. A Felipe ya lo habían prevenido de esto, de hecho su misión era asegurar que estuviesen allí los Cortés. Se apenaba por tener que traicionar a sus amigos. Más, su madre lo necesitaba.
La armonía de este grupo de amigos unidos aún en la tristeza estaba a punto de ser rota…
Continuara...

viernes, 9 de noviembre de 2007

Segundos acuerdos

10

Felipe lanzaba la corbata al sillón. Estaba solo. El funeral fue triste, silencioso, nadie se atrevió ni a decir una palabra frente al féretro de Mauricio, a quien había comenzado a conocer.
El calor se mantenía, a pesar de la lluvia que estaba cayendo, la atmósfera hirviente, anhelante, se mantenía intacta. Se metió a la ducha helada por nos momentos, para ver si con esa literalidad, podía pensar un poco más fríamente. Salió, se miro al espejo y se vio: vio al chico de siempre, al chico bueno, de iglesia, aquel de moral intachable, quien, ahora, estaba dispuesto hasta matar con tal de recuperar a su madre a salvo.
Las ocho en punto, o así lo marcaba el reloj de su teléfono celular. El chico de lentes comenzó a ponerse nervioso: necesitaba que el reloj se apurase, para así saber con que mierda lo podían extorsionar. ¿Dinero?, no, de seguro no, eso era lo que menos tenía. Aparte, el tipo, ya le había dicho que se trataba de un trabajo. Pero quizás que trabajo sería…
Tomó de la cocina un cuchillo, el más amenazador que encontró, y se lo guardó en el cinto del pantalón, para sentir una, quizás, falsa seguridad.
Partió al lugar citado, con una sensación de vacío inmenso en su interior. Ese vacío que se siente cuando no sabes que hacer, no sabía si seguirles el juego, con tal de tener a su madre a salvo o mandar todo a la mierda, y aprovechar el magnífico don que Dios le dio, para retorcer a los captores y desollarlos vivos.
Cinco para las ocho, frío, octavo cigarrillo. La espera se hacía eterna. La ansiedad corroía su ser. Los nervios lo estaban matando.
Y se detuvo un vehículo familiar, el de los tipos. De dentro se bajó sólo el tipo de barba, lo que le causó extrañeza a Felipe, quien se le acercó unos metros y dijo:
- Eres valiente ¿Sabes?
- ¿Por venir solo dices?- preguntó seguro el tipo de barba- se que no harás ninguna tontería estando tu madre en juego, es lo único que te queda.
- ¿Qué dices?- dijo extrañado el chico de ojos pardos
- Sabemos todo de ti-afirmó- nacimiento, desaparición de tu padre, viaje de tu hermana, estudios, hasta tu salud dental.
- ¿Crees que me asustas con eso?- dijo Felipe tratando de ser fuerte
- Deberías…- agregó- En fin, mi nombre es Bernard, trabajo, junto a mi lesionado socio, en una compañía, en la que nos dedicamos a gente como tu.
- ¿Cómo yo?- volvió a inquirir- ¿A qué te refieres con eso?
- Especiales- respondió- con variantes en sus genes que provocan habilidades increíbles. Tan increíbles que a veces no se pueden controlar, y ahí entramos nosotros, o mejor aun, aquí entras tú.
- ¿Qué tengo que ver yo con ello?- preguntó Felpe, empuñando la mano
- Mucho, tú tienes la fuerza suficiente como para resistir algunas habilidades- afirmó con propiedad- aquí un ejemplo: Mujer, Nombre de pila Natalia, nickname, Milla, 20 años, ubicación Gómez Carreño, estudiante, y de familia de 3 personas.
- ¿Qué?- grito asombrado- ella… ella es amiga mía, no la metas en esto por favor.
- No me dejaste terminar- dijo Bernard, gesticulando con las manos- han muerto tres personas en los últimos dos meses, y en todos asociamos, y comprobamos la influencia de Milla, de una manera extraña, hay sangre de ella en todas las victimas.
- Ya entiendo- murmuró el chico de lentes- y pretendes que yo la detenga.
- Muchas veces es sólo detener, pero esta vez no- dijo el viejo- esta vez no basta con eso, hay que silenciarla.
- ¿Silenciarla? – dijo algo exaltado el hombre fuerte
- ¿Has matado a alguien alguna vez?- Preguntó del tipo de barba, sacando un maletín del vehículo.
- Por supuesto que no- respondió firmemente Felipe.
- Aprenderás- agregó, sacando un revolver del maletín, pasándoselo a Felipe, quien algo ofuscado lo guardo en el bolsillo de su negra chaqueta.
- Ella está ahora en su casa- afirmó- está vigilada, está ahí hace horas. Es el momento preciso para que tú entres.
- ¿Qué debo hacer?- preguntó Felipe, mientras seguía a Bernard, quien se subía a la Van.
- Silenciarla- sentenció, mientras se subía al vehículo; Felipe, lo imitó y partieron.
Entrar, disparar, quemar el departamento y listo: esas eran las instrucciones que Bernard le había dado, más ahí lo dejó. Parado frente a un cajero automático, con la mente anhelante y dubitativa: ¿realmente haría cualquier cosa por recuperarla?
Caminó hacía la entrada de los edificios donde vivía Natalia, estaba oscuro. Entró, el portón estaba abierto, descompuesto hace semanas. No había sido mucho tiempo desde que estuvo con ella la última vez, se juntaron cantaron, rieron, y sobre todo estuvieron ahí, los tres, junto a Eduardo, eran felices.
Subió cada peldaño con el corazón en la mano, como sintiendo en su mente sesenta razones para desistir, más ochenta más para hacerlo, pensaba: “Mierda, hácelo por ella”
Tocó la puerta una vez, estaba abierta. Entró sigilosamente, sin hacer ningún ruido, sin ni siquiera respirar. Buscó en las habitaciones a Natalia, su amiga.
Volteó cerca del pasillo que conducía a la habitación de ella, se topó con un espectáculo que lo dejó estupefacto: los cadáveres de la madre de Milla y el de su hermana, allí inertes, con un fuerte olor debido al tiempo de descomposición, tres días, estimaba.
Con la mano sobre la boca, para no vomitar, tanto por el olor como por el miedo, se acercó a los cadáveres. Ambos sangraban de los ojos, como si la vida se les hubiese arrancado por ellos. Escuchó un gemido, llanto, luego la voz:
- ¡Yo no quería!, se me acercaron… - decía entre gemidos Natalia, quien salía de la habitación poniéndose de espaldas a él, viéndolo por un espejo.
- ¡Milla!- dijo Felipe, apretando el arma en su bolsillo, acercándose unos centímetros.
- ¡Para!, ¡No te acerques!- le gritó- no quiero hacerte daño, no quiero que tu... que tu... como ellas...- alcanzó a decir, antes de romper a llorar.
Le costaba verla llorar. Primero porque era la primera vez la veía así de vulnerable, ella solía jugar a la chica ruda. Y en segundo porque la quería, y sabía lo que tenía que hacer; sabía que debía tomar el revolver y ponerle una bala dentro a ella, lo sabía.
Sacó el arma, se le acercó sin que ella se diera cuenta y le dijo:
- Te quiero amiga- cerrando los ojos, puso el dedo en el gatillo, sin tocarlo
- ¿Qué?- dijo Natalia, volteándose, echándose espantada hacia atrás.
Felipe tambaleaba, era la primera vez que mataría a alguien, lo superaba. No podía hacerlo. Natalia comenzó a llorar, sus ojos se oscurecían. “¡No otra vez!”, pensó, mientras sus saladas lágrimas de mujer se tornaban en rojas gotas de sangre que salían a borbotones de sus ojos, ella gritaba, lloraba. Felipe, comenzó a ver nublado, rojo, sus fuerzas flaqueaban, desfallecía.
El chico se desplomó sobre el piso, inerte. Sus ojos lloraban roja sangre, tal como los de su amiga, quien lo miraba atónita, ya cansada de llorar. Había muerto.
Natalia se acercó al cuerpo del chico, lo abrazó y lloró una vez más. Esta vez sus lágrimas eran del prístino color de las lágrimas cuando se sufre el propio dolor, no el ajeno. Maldecía al cielo por este castigo, no podía mirar a nadie a los ojos sin que este muriese casi al instante, se sentía como una maldita viuda negra, capaz de matar a quienes amaba, como a su madre y a su hermana.
Ahora Felipe. Pensar que lo estaba recién conociendo a fondo, estaba sintiéndose realmente amiga suya, y pasaba esto, lo había asesinado.
De pronto, Milla sintió un empujón en su pecho que la lanzó contra el techo, haciéndola sangrar por la boca. Era Felipe, había vuelto.
- Parra... Agg- masculló Natalia levantándose del piso, adolorida por la fuerza con la que fue lanzada.
- Felipe ya no está aquí preciosa- dijo el chico, refiriéndose a sí mismo – habla conmigo mejor, que yo le daré el recado, ¡jajajaja!- rió estrepitosamente, tomando el revolver del piso
- ¡Parra! – dijo Milla cayendo al piso aterrada por la locura de su amigo.
- Creo que va a ser lo de siempre, siempre acabando lo que este estúpido deja a medias- dijo Felipe, fuera de sí, sacándole el seguro al arma, poniéndola a medio metro de la cabeza de Natalia.
Y el disparo tronó como un cañón. El humo saliente de la punta del revolver lo sellaba todo, había terminado. Era uno de los pasos más difíciles que había tenido que tomar en toda su vida, esto ya no haría que su anodina vida fuera lo de siempre, la musica ya no volvería a sonarle tan armoniosa como lo solía hacer. Más, el disparo había dado en la muralla, ella estaba intacta.
- ¡Vete!, huye mientras puedas- dijo Felipe, botando el arma al suelo, cayendo él tambien de rodillas. Era ahora él el que lloraba.
- Pero…-alcanzó a decir Natalia, antes de que el confundido chico la interrumpiera.
- ¡Sólo vete!, están vigilando afuera, ándate por atrás, por la quebrada, huye lo mas que puedas, corre Milla, corre.
Ella se quedó congelada por algunos momentos, pensando si esto era fantasía o realidad, si realmente esto estaba pasando. Y era verdad, vaya que si lo era, mas de lo que ella podía aguantar.
Salió del departamento, corrió con todas su fuerzas, el corazón puso en ello, el alma entera. Corrió como si llevase el diablo adentro, pero no, sólo era el miedo, no tanto el miedo a ser herida, sino el miedo a herir. Había huido entre las sombras de la noche.
Mientras, Felipe tomó fuerzas de la nada y roció todos los cuartos de parafina, prendiendo el gas. Comenzó a bajar los escalones, encendiendo el noveno cigarrillo, lanzando el encendedor prendido al departamento, el que se envolvió en llamas de un instante a otro.
Abajo, lo aguardaba un auto azul, con el tipo de lentes, vendado, saliendo de el. Arriba, el fuego hacía su limpio trabajo otra vez. Para él todo estaba bien, ella estaría a salvo.

***

lunes, 5 de noviembre de 2007

Tiempo

9

La tarde había sido rara, el trabajo, la gente, incluso la mujer que vendía globos al frente de él le parecía rara. Bueno, rara obviamente había sido esta jornada, pues había asistido al funeral del hermano de un amigo suyo, Mauricio. Pensaba en lo heroico de la muerte de él. Morir por quien uno ama, para Ángelo era la forma mas digna de morir, tenía fe en ello.
Las horas pasaban lentas. Más, este no había sido un buen día para el comercio. La poca gente que transitaba por el mall, parecía desinteresada por completo en sus servicios; nadie buscaba una fotocopia ni una hora de Internet a las tres y media de la tarde.
Sentía el lánguido pasar de las horas en su pelo, en su cara, en sus ojos. Sentía como si la aguja delgada del reloj lacerara su cuerpo con la infamia que es responder a esto, al constructo absurdo del hombre, el tiempo.
Una cliente. Por fin una maldita cliente en todo el día. Mejor aun considerando los “atributos” que tenía la joven. Era más o menos baja, rubia, ojos pardos, como los de él. Luego de salir de lo embobado que había quedado con el generoso escote de la muchacha, la hizo pasar a uno de los equipos a su izquierda.
- ¡Ángelo!- gritó su compañero- anda a buscar dos renma de carta a la oficina por fa’
- ¿Ahora?- pregunto algo ofuscado el chico
- No, pa’ mañana- dijo irónico el tipo espigado.
- Ya, voy al tiro- respondió Ángelo, parándose de la silla circular en la que pasaba gran parte de su día.
Hacía calor, esta primavera lentamente daba anuncios de lo que sería un calido verano. Ni una pizca de un fresco viento que lo refresque en su empresa. Así, acalorado partió caminando a la oficina, a buscar el mandado. Las sombras de los árboles dibujaban sus extrañas figuras sobre las aceras, a la vista y paciencia de los transeúntes de Libertad. Caminaba lentamente, sin apuro, el tiempo pasaba ancianamente frente a él, como si estuviera fuera de los dominios de la continuidad del mismo. Veía a la gente cabizbaja, con sus miradas pegadas en el piso, como si allí hallaran las respuestas a las preguntas que él pensaba que estaban pensando; veía a algunos escolares saliendo de sus colegios, rumbo a sus casa. Había llegado a su destino.
Miró el reloj, se demoró en llegar… ¿Dos minutos?, no podía ser, algo debía andar mal, el reloj sin pila… o, sí, claro, había olvidado sus lentes en el trabajo. Subió las escaleras tras saludar al portero, el vertical de su derecha conducía hacía el ascensor, pero no. Prefería caminar.
- ¿Venís por hojas?- le consultó la maciza secretaria.
- Sí, me mandaron del ciber- respondió prestamente el chico de camisa.
- ¿Y no tienen a otro pa hacer esas cosas?- inquirió nuevamente la mujer.
- No sé- respondió- yo cacho que no, o yo lo hago más rápido, ¿No?
- ¡Jaja!, ¿Todo rápido?- pregunto sarcástica la mujer tomando unas bolsas de papeles.
- No pues- respondió siguiendo el juego- algunas cosas se hacen lentito, hay que demorarse.
- ¡Jajaja!, de más – afirmó jocosa la secretaria- ahí están las renmas, toma- agregó, pasándole dos bolsas.
- Vale- respondió recibiendo las bolsas- ya, me voy, chao
- ¿Te vay?, ¿Rápido?- dijo rompiendo en carcajadas, volviendo a su oficina
Y partió de vuelta. Bajó los escalones raudamente, como si algo lo apurara, pero no, nada lo hacía.
Salió del lugar, miró el reloj, cuatro y media, bah, de seguro no le tomó el tiempo mientras estuvo conversando con las secretaria. Y se puso a caminar, animado, de una extraña manera, estaba animado, como si algo en su interior se hubiese encendido, como si tuviera un motor nuevo para llegar y continuar con su aburrida rutina. Rutina que esperaría terminar en Marzo, cuando se supondría que volvería a estudiar.
Sin darse cuenta estaba corriendo. Sólo sentía que el resto de la gente quedaba atrás mientras el pasaba, como si los apresara el tiempo en la burbuja de la cronía. Llegó en un santiamén al mall, de vuelta. Subió las escaleras mecánicas, corriendo. Sentía que no se podía detener. Su cuerpo estaba en un ritmo inmenso, en el que sin darse cuenta estaba pasando a llevar a todo el resto del mundo mientras pasaba.
Llegó, pasó las hojas de carta y se sentó. Miró la pantalla del computador y jadeó: Eran las cuatro treinta y uno.
El resto de la tarde paso igual. Lenta. Lo único que le agradaba era que la rubia permaneció ahí durante hora y media. Al salir, pagó lo que debía. Mientras escribía la boleta, la mujer anotaba algo en algo que parecía ser un papel. Era su numero de teléfono, el cual se lo entregó en el momento que Ángelo le pasaba la boleta, ante la mirada atónita de su compañero, desde el otro extremo de los computadores. Luego de eso se fue.
Y llegó la hora de irse, su jornada había terminado. Su, hoy, eterna jornada por fin había llegado a su fin, era hora de partir a casa. Tomó sus cosas del cajón junto la caja, se despidió y partió.
Luego de veinte minutos pasó el microbús. El azul vehículo partía lentamente, al igual de cómo había sentido las horas pasar durante el día, sentí como si todo el mundo estuviera confabulado contra él, para hacerlo volverse loco, como el creía que se estaba volviendo.
Llegaba, luego de 10 horas de trabajo y treinta minutos de lento viaje, a su barrio. Ángelo se bajó del bus, sintiendo la suave garúa, que extrañamente refrescaba lo que había sido un ardiente día.
Caminó algunos metros cuando lo deslumbró la luz de un vehículo que pasaba frente a él. Cuando pudo ver, vio que de la nada, aparecía Belén, hermana pequeña de su amigo Anthony, quien quedaba frente a frente al auto, el que estaba a punto de arroyarla.
Pensó claro, recordó a Mauricio, se persignó y corrió lo más rápido que pudo, de una velocidad tal que alcanzó el vehículo en un segundo, sacando a la niña de frente del auto, poniéndola en un lugar seguro. Cuando miró donde estaba, se dio cuenta que estaba como a diez metros de donde partió, más, la había salvado.
Miró a su alrededor, nadie había visto tan impresionante hecho. Sólo se veían en la calle, las huellas en llamas que habían quedado por la fricción de sus pasos, llamas que eran apagadas por la lluvia, que aumentaba un poco.
***

sábado, 3 de noviembre de 2007

Largo capítulo sobre los Cortés

8
Ambos hermanos iban en el auto; le había costado, pero por fin Cristóbal había aprendido a manejar, y eso, para su padre, era suficiente para prestarle el auto. Tanto Cristóbal como Damián, tenían en la mente las mismas preguntas, y sabían que ya llegaría el momento adecuado para tener las respuestas que buscaban con tanto afán.
- Ejem…-tosió falsamente Damián- ¿y a que hora vamos a conversar el tema?
- Ahora yo cacho-respondió su hermano- cuando lleguemos a la casa.
- Dale- sentenció el chico de alta estatura – ¿y oye?
- ¿Qué?- inquirió Cristóbal
- ¿Note llamó la atención una hueá?- preguntó Damián.
- ¿Qué cosa?-respondió el de abundante cabellera.
- Si el hermano del Chino murió sacando al otro hermano…
- Al Daniel-interrumpió Cristóbal
- Si, a ese mismo-afirmó- pero la hueá que yo te digo, es que si el hermano del Chino murió salvando, al Daniel. ¿Cómo es que quedó vivo el más chico, siendo que también estaba en la casa que se cayó?
- ¿Sabís que?-dijo Cristóbal- no se me había ocurrido, igual rara la hueá.
- Eeee, ¿un milagro?- preguntó Damián.
- Quizás-respondió su hermano – últimamente se dan harto los milagros- dijo, mirando por el espejo a su hermano, haciéndole notar la relación con lo fantástico y traumante que había sido tener en sus brazos, a su hermano muerto, y más aun verlo recobrar la vida en un instante; vuelto a la vida, gracias a él.
Desde ahí hasta su casa, ni uno de los dos, se atrevió ni a mascullar una ligera palabra. La burbuja de aquel silencio era lo perfecto, ante la nube de atribulaciones que los hermanos Cortés sentían, las dudas increíbles, sobre sucesos increíbles que tenían en sus cabezas. Sólo el ruido de motor irrumpía en esa hermosa situación.
Llegaron tras una hora de viaje. Podría ser menos, pero Cristóbal aun era un novato en lo que manejar competía.
Eran las ocho y media, mas, recién había terminado de esconderse el sol, la noche caía lentamente sobre Curauma, dejando entrar con ella, ese leve susurro de un fresco viento, que invadía sin respeto el acalorado ambiente. Damián respiró hondo el aire del exterior del auto, llenando sus pulmones con el limpio oxígeno. Mientras, Cristóbal cerraba el portón de la casa, mirando hacia el estacionamiento de la casa. No estaba el automóvil de su madre, lo que significaba una cosa. Le tocaba turno en el hospital nuevamente.
Entraron a la casa. Continuaba ese crudo silencio, previo siempre a las cosas grandes, como si ellos ya supieran las respuestas que tanto querían. Damián fue a la cocina a tomar un vaso de jugo, Cristóbal lo siguió. Tras servirse ambos un poco de zumo naranja, subieron a la habitación de Damián.
- Ya- dijo Cristóbal sentándose en la cama de su hermano- ahora conversemos po’.
- Mm.-dijo tragando su hermano- que mierda pasó.
- Lo mas claro es que te dispararon- sentenció Cristóbal.
- Y era un tipo de gafas oscuras, que te buscaba a ti- agregó Damián.
- ¿Por qué me buscaban a mi?- preguntó extrañado el hermano mayor.- ¿Qué mierda tengo de especial?
- No se- contestó dubitativo, el chico del mechón en la frente – lo que recuerdo es que cuando desperté, gritaste: “¡Damián, Damián, te dispararon y yo… y yo…!”
- No me acuerdo que dije, estaba asustado- interrumpió Cristóbal- puta, que mas querí’, ¡No le disparan a tu hermano todos los días po’!
- Pero te mirabas las manos, como queriendo decir algo- dijo extrañado Damián
- ¿Te digo una cosa?- pregunto tímido su hermano mayor – puede que suene descabellado, pero…
- Que po’-interrumpió el menor de los Cortés
- Creo… que te reviví yo- sentenció serio Cristóbal- pero es una teoría no mas’
- ¿Sabís que?- dijo Damián- creo lo mismo, en serio.
- Pero… ¿Cómo podríamos comprobarlo?- preguntó con decisión el mayor
- No sé…-dijo Damián- es decir, tengo una idea, loca, pa’ variar
- ¿Cuál?- dijo su hermano.
- ¿Vamos a la morgue?- preguntó se hermano menor
- ¿Qué hueá estay diciendo?- preguntó casi irrisoriamente
- Sí hueón- afirmó Damián - ¿vamos?, tenemos el auto del papá y el portero del hospital de Viña nos conoce.
Silencio. Los dos hermanos se miraron, como si estuvieran estudiando la descabellada idea. Más, estaban de acuerdo en ir. Tenían el vehículo, amistades como para entrar, y lo mas importante, la decisión como para hacer cualquier cosa que los ayude a salir del infierno de dudas que tenían en sus cabezas. Luego de ese razonamiento, ya les parecía más racional la propuesta.
Y partieron, la fría noche y las escasas gotas de una lánguida lluvia que ya terminaba. El motor del automóvil, ahora si que era la única música que los Cortés tenían. Pasó un corto tiempo y llegaron; estacionaron el Yaris en una esquina, cerca de los carabineros y se bajaron.
Entraron sin problemas al hospital, el guardia hasta los saludó cuando pasaron. Subieron en el ascensor sin hablarse, no querían que nada interrumpiese su empresa.
Hasta que llegaron. Los pasillos insolentemente callados, era como una burla a la tensión que sentían los hermanos, como si el viejo edificio les dijera algo, los animara, o los reprendiera, frente a la descabellada idea. Entraron a la habitación de los que nunca responden, no había nadie de turno ahí, estaban de suerte.
- Ya- dijo respirando profundo Damián- démosle.
- ¿Y cuál abrimos?- preguntó susurrando su hermano mayor
- No se po’, elige tu- respondió el menor.
- Ya, esa -dijo apuntando Cristóbal a una con el numero nueve
Y nuevamente el silencio. Eran los restos de un viejo, anciano, como de unos ochenta años, con una mirada de sueño admirable, envidiable digo.
Se miraron los hermanos, respiraron profundo. Cristóbal posó sus manos sobre el cadáver y ahí se quedó. No pasaba nada. Se quedó ahí como por diez minutos. Estaba nervioso, sudaba, se preguntaba en su mente que era lo que tenia que hacer. Pero lo más importante era lo que pasaba: nada.
- ¿Y?-pregunto Damián.
- No sé…-respondió confundido el de larga cabellera- no sé que pasa.
- A ver…-dijo el menor de los Cortés, verificando si el cadáver respiraba- Nada.
Cristóbal puso las manos sobre el cadáver una vez más; en su mente pasaban mil cosas, mil teorías se estaban bajando de lo posible, junto con la llegada de mil interrogantes nuevas. Una idea rondaba fuerte de pronto su cabeza, el no había revivido a su hermano, sino….
- ¡Hueón!- dijo de pronto Damián, interrumpiendo las cavilaciones de su hermano- ¡Alguien viene!
- Emm.- titubeó el mayor- ya… vamos
Dicho esto, se escondieron tras un escritorio, en la larga sala de luces apagadas, mientras un guardia pasaba por fuera con una linterna. Ambos hermanos rogaron por que este no los viera; en el momento en que el haz de luz, alumbro el rostro del guardia, Cristóbal notó una cosa: el supuesto guardia, no era nadie más que el tipo de gafas, el que le había disparado a su hermano, ahora con un brazo vendado.
- No, no están aquí-dijo por radio el tipo- falsa alarma
Luego de decir esto el tipo se perdió entre los pasillos de la morgue, alumbrando con su linterna hacia donde se dirigía. Los Cortés, esperaron unos minutos, veinte para ser exactos, luego de este tiempo salieron agazapados del edificio, con una mezcla de susto y desconcierto: no lograron las respuestas que buscaban.
- ¿Y?- preguntó Damián- No creo que hayamos resuelto nada.
- Sí- respondió- algo respondimos, descartamos la teoría que yo revivo gente
- Eso… ¿Qué quiere decir?- preguntó extrañado el chico de alta estatura.
- No sé Damián, no sé- respondió pensativo su hermano mayor- no me quiero atrever a nada.
Damián, no alcanzó a agregar nada, puesto que una Van negra, bastante familiar, lo arrolló de improviso. El chico voló por los aires hasta estrellarse con violencia contra el duro concreto. Cristóbal, quedó pasmado mirando el horrible espectáculo que se repetía una vez más. Su hermano, tirado en el suelo, a unos diez metros de él, yacía con el cuello roto y la cabeza partida, sangrando, sangrando en grandes cantidades. Había muerto.
Cristóbal no supo que hacer, se quedo paralizado por el miedo, como cuando una cobra real mira a su victima, anulando toda posibilidad de escape. Así estaba él, mirando el cuerpo de su hermano, con la sangre helada y los pelos de punta.
De pronto, algo sucedió, el cuello de su hermano volvía a su lugar, se levantaba. Su cráneo aplastado por el golpe se regeneraba, al igual que todas las laceraciones producto de la caída: por segunda vez, estaba volviendo.
Se acercó a su hermano, quién lo miraba atónito. Damián se había curado por completo de sus heridas, y su miraba se centraba en la van, que nuevamente arremetía en contra de los hermanos.
- ¡Cuidado!- gritó a su hermano Cristóbal, quien se giró, tomo a su hermano, viendo el peligro inminente, se desprendió con fuerza del suelo, elevándose velozmente hacia el cielo.
El tipo de barba miraba sonriente, se bajaba del vehículo y haciendo sombra con su mano sobre sus ojos, trataba de ver a los Cortés, los que lejos, escapaban a varios kilómetros por hora, en el aire.

***

jueves, 1 de noviembre de 2007

Despedidas

7
Eran las dos, la misa de despedida estaba terminando. Él nunca ha sido muy religioso, y menos con esto que le estaba pasando. Perdió a su hermano. Como podían pedir que creyera en Dios; para él, si existiera Dios, no hubiera dejado que su hermano muriera de esa manera.
El sol brillaba alto y fuerte, como solía hacer; los cables del tendido eléctrico le hacían perder la mirada del féretro por algunos momentos. Por primera vez desde mucho tiempo, lloró.
Eduardo derramaba las lágrimas mas amargas que conocía, recordaba a cada instante el momento funesto en que Mauricio se perdió entre las llamas. Mas, Daniel estaba bien, se había logrado esconder milagrosamente de entre las llamas. Una satisfacción al menos, dentro de tanta pena.
Sus amigos estaban con él, Anthony junto con Belén, Cristóbal y Damián, Felipe, Ángelo y Salvador, entre otros. Todos contagiados del triste luto caminaban al sol, hacia el campo donde depositarían los restos calcinados de Mauricio, su partner, su hermano.
El verde prado, contrastaba con el luto de la mirada de Eduardo, similar a la de todos los presentes. Su madre no paraba de llorar, su padre serio y ojeroso la abrazaba, dándole un consuelo que ni él poseía.
Desde el camino opuesto, se bajaba de un colectivo Natalia, mejor amiga de Eduardo. Corrió y abrazó fuertemente a su amigo por algunos instantes, lo soltó y clavó la mirada en el suelo, sin mirar a nadie a la cara. Se veía demacrada, somnolienta, como si hubiese llorado toda la noche. Más, no estaba equivocado.
El sacerdote hizo algunas oraciones que él desconocía, Eduardo se sentía en un completo estado de entropía, solo existía en ese momento, el féretro donde estaba Mauricio y él, parados frente a frente, anhelantes, como si hubiesen que dado muchas cosas por decirse. Y si que quedaban.
Acabó la ceremonia. El caoba negro bajaba hasta su última morada, a la vista de todos los presentes, sin más música que los gemidos de algunos y el llanto de otros. No había más que hacer: era la despedida.
Todos volvían hacia la entrada del campo santo. Era una peregrinación lenta y callada. Daniel de la mano de su hermana; Eduardo un poco mas atrás, junto a sus padres, que sin mirarse ni hablarse, ya se decían todo: “Al menos estamos juntos”.
Cristóbal, Felipe y los demás iban mucho mas atrás, seguidos por Natalia, quien al pasar la primera micro se fue, sin decirle nada a nadie.
- ¿Qué le pasará a la Milla?- preguntó Ángelo extrañado por la situación.
- No cacho- respondió Anthony- siempre es así de rara.
- Algo le debe haber pasado- dijo Felipe, con una voz débil.
- ¿Qué pasa Parra?- preguntó Damián mirando fijamente a Felipe.
- Nada loco-dijo el chico tras sus gafas oscuras, mirando la hora, eran las tres y media.
- Ya -dijo con fuerza Ángelo- yo me devuelvo al trabajo, que me dieron permiso por un rato no más.
- Ya viejo, nos vemos a la noche-dijo Anthony-tengo una cosa que contarte.
- Ahí vemos-respondió a su amigo-¡Chino, me voy!- agregó dirigiéndose hacia Eduardo.
Así, uno a uno se fueron despidiendo, todos a rumbos distintos, donde sus propios destinos los llevaban, donde quizás, tal vez no muy a lo lejos, encontrarían nuevamente a Mauricio.
Eduardo se subió a un microbús junto con el resto de su familia, el viento era frío en el cementerio, comparada con la tibiez del interior del vehículo. Se sentó junto con su Kathy, su hermana, quien se acurrucó en el brazo de su hermano. Él, apoyó la cabeza en el cristal de la ventana y susurró algo. Había comenzado a llover.

domingo, 28 de octubre de 2007

Acuerdos

6

Llevaba ya el séptimo cigarrillo y ya no sentía nada. La incertidumbre del no saber que hacer era insoportable.
Había despertado en su cama luego de la puñalada con la jeringa que le había dado el tipo de barba, que lo había dejado fuera de combate. Se había levantado y buscado a su madre por toda la casa, la que estaba como si nada hubiese pasado. Se la habían llevado.
Encontró sobre la mesa un papel con un número de teléfono, firmado con las letras “P.S.”. Se quedó pasmado un buen rato mientras pensaba si todo lo que le había pasado era un sueño o era realidad; prefería que hubiese sido irreal, pero no, era mas concreto que el muro que sostenía la casa.
Botó la colilla del último cigarrillo y salió, necesitaba aire fresco para pensar. Fue a un cibercafé, para ver si estaban uno de sus amigos, necesitaba hablar con alguien, un consejo, un saber que hacer. La duda carcomía su ser cada minuto en que pensaba si su madre estaría bien o mal, hablo con su amigo Eduardo unos cinco minutos, hasta que una canción en ingles, anunciaba en su teléfono celular que una llamada estaba entrando.
- Y, ¿Pensabas que fue todo un sueño?- dijo una voz rasposa al otro lado de la línea.-te debe de doler la cabeza como un demonio, esa droga era dura chico.
- ¡Dime donde la tienen!- grito Felipe, adivinando su interlocutor.
- Tranquilo hombre fuerte, ella está bien – respondió el tipo de barba- esta, digamos, pasando una pequeña temporada de vacaciones.
- ¡Si le hacen algo…!- alcanzó a decir Felipe.
- Calma hombre, si haces todo lo que te pidamos ella estará bien.
- ¿Y qué mierda quieren que haga?-preguntó el chico de ojos pardos, mientras apretaba un farol de la luz, doblándolo.
- Que trabajes para nosotros- sentenció uno de los raptores de su madre- Solo ven mañana a las nueve al muelle Vergara, ahí estaremos yo y mi colega… ¡ah y dice que le debes un brazo roto!, jaja.
- No me causa risa- dijo enojado, caminando hacia su casa, mientras el farol se desprendía del cableado eléctrico.
- Ah, y por si acaso, te garantizo que ella está bien, es un poco testaruda, pero se esta portando bien. Tienes de donde salir tú ¿eh?- dijo el viejo de barba.
- Entonces…- titubeó Felipe.
- Mañana a las nueve en el muelle Vergara, sin llamadas, sin policías ni terceros- dijo el tipo, antes de cortar la llamada, sin esperar preguntas ni formalidades. Sólo cortó.
Entró a su casa pegando un portazo, de tal fuerza que la vieja fachada de su hogar, se hizo añicos frente al golpe de la puerta. No había forma de controlar esa fuerza, ese extraño don, que sólo viendo a un ser querido en peligro se despertó.
Muchas preguntas rondaban en su mente. Su vida monótona y benditamente normal, había sido golpeada por esto. Maldecía mil veces al cielo y a esta realidad absurda que le estaba tocando vivir. Lloró, lloro de tal manera que sus ojos ardían y no le dejaban dormir. Tenía unas ganas bestiales de tomar por el cuello a los tipos y lanzarlos al abismo.
Luego miró la cruz en la cabecera de su cama. Algo en su interior se calmó, le hizo pensar con la mente fría lo que estaba sucediendo, debía ir mañana al muelle y afrontar como un hombre lo que se le venía encima. Tenía miedo, era cierto, pero pensó: “¡Dios!, hácelo por ella”.
Estaba en esto cuando sonó el teléfono.
- ¿Aló? ¿Parra?, soy el Bily.
- Ah hola viejo, justo necesitaba alguien a quien hablar-contestó el lloroso hombre.
- Será mañana, te llamaba para avisarte algo-dijo acongojado su amigo- falleció el Mauri.
- ¿El Mauri?, ¿el hermano del Chino?-preguntó Felipe, anonadado por la repentina noticia.
- Si hueón, mañana son los funerales- sentenció Anthony- ya loco era pa’ eso, nos vemos mañana, chao.
- Ya, ahí nos vemos, bye.-dijo antes de colgar el auricular.
Ahí se quedó, tumbado en la cama, sin más musica, que la que le brindaba el frío silencio de la noche, en noches como esta, en la que la amargura reinaba en el corazón y la mente de Felipe. Costó, pero luego de unas horas, logró conciliar el sueño.

***

martes, 16 de octubre de 2007

Pérdidas

4

Él se montaba en el microbús con los audífonos puestos, dejando atrás toda realidad aparte de él y su música. Mientras la pila durara, su felicidad transitoria sería un poco mas continúa.
Felipe se sentó en un puesto junto a la ventana, como acostumbraba, para embelesarse con la vista que el mar le otorgaba, y si podía dormitar un poco antes de llegar a Playa Ancha. Odiaba tener pruebas a las ocho, no sentía su cabeza en plenitud de funciones. Miró su reflejo en la ventana del vehículo, una lánguida sonrisa dibujaba su rostro de una aparente felicidad, contraste a la monotonía que sentía.
Llegó con quince minutos de adelanto, como de costumbre, y aún con la musica en sus oidos, se encaminó a la sala en el último piso, donde rendiría dicha prueba.
Hizo la prueba algo nervioso. Mientras escribía, sentía sus puños apretados, tan apretados que hasta le hacía daño, más, era su método de relajación. Acabó la prueba con éxito, algo perplejo por lo subjetivo que pudo ser lo que puso en el papel. Más, salió de la sala, pensando.
Bajó las escaleras teniendo en la mente que en veinte minutos tendría la siguiente clase. Llegó al segundo piso, donde esperaría el efímero pasar de los minutos hasta la hora esperada, pensando fijo en algo, su madre, llevaban dos semanas peleados y mañana era su cumpleaños, y no quería ser tan hipócrita como para abrazarla y decirle “Feliz cumpleaños” , sintiendo adentro rabia contra ella. No, eso no quería.
Se acercó al teléfono y la llamó. Jugueteaba en su bolsillo con el dinero con el que volvería a casa luego de clases, mientras se conectaba la comunicación. Su espera se hizo larga. Largas piteadas del fono lo hicieron asustarse un poco, recordó el sonido de las maquinas en el hospital cuando alguien fallece, macabro.
Colgó el auricular público y salió de la universidad. Sintió esa misma histeria que siempre acusaba en los demás cuando sienten preocupación innecesaria. Para él no era innecesaria.
Tomó la primera micro, que raudamente, por suerte para él, lo llevo a su casa con rapidez. Felipe era un hombre de fe, no creía en el destino, pero sentía algo que lo inquietaba, algo como una corazonada de que su madre lo necesitaba.
Al llegar a la puerta de entrada, vio que estaba abierta, vio tambien una van negra estacionada al frente, donde un tipo de barba aguardaba en su interior leyendo el periodico, el cual, cuando lo divisó tras la calle, salió del vehículo con algo que parecía un revolver. Felipe, espantado, entro corriendo a su casa. Al llegar, vio la puerta en el piso, y todo revuelto
-¡Quien anda ahí!- grito algo titubeante
-¡Felipe! ¡Ayudam…!-escuchó gritar, la voz espantada de su madre.
- ¿Dónde estas?- preguntó el chico de gafas entrando al cuarto de su progenitora, sintiéndose paralizado por la macabra escena que observó: un tipo de gafas oscuras, inoculándole, dios sabe que cosa, con una jeringa a su madre.
-Alto o le disparo- dijo atrás de él, el tipo de barba, quien encañonaba a su madre con un arma- déjanos ir y todo estará bien para ella.
-¡Entréguenla mierda!-gritó Felipe arremetiendo contra el tipo de barba, quitándole el revolver de las manos, destrozando el cañon con sus propias manos.
-Estabamos en lo correcto-dijo el de barba desde el suelo- es él.
-Sí. Completamente de acuerdo-respondió el de gafas- Ahora tu quieto y ella viva-dijo refiriéndose a Felipe, quien quedó pasmado mirándose las manos.
Los tipos salieron raudamente con la madre de Felipe sedada, subiéndose a la van. El tipo de barba, el conductor, subió y puso en marcha el motor, mientras el de gafas oscuras, ponía a la madre del joven en la parte de atrás del vehículo.
Estaba en esto, cuando por la espalda apareció Felipe, quien le asesto un puñetazo en lo pleno de la quijada del tipo de lentes, el cual voló por los aires hasta estrellarse con una reja, cayendo inconsciente.
Se volteó para abatir al de barba, sintiendo la ira subir por su cuerpo, mas sin embargo, este ya lo estaba esperando con jeringa en mano, la cual enterró prestamente en el pecho de Felipe, el que desfalleció casi al instante.

***
5
Hacía calor, mucho, mas del que él podía soportar. Pero aun así trotaba una vuelta más, su profesor se lo exigía. Le gustaba el deporte, pero tras media hora en lo mismo ya era insoportable.
Eduardo terminó la clase y se sentía exhausto. Lo único que quería era volver a sentir la fresca suavidad de su cama, su lugar. Sin embargo algo en su interior lo inquietaba. Las ansias de descansar eran muchas, pero tenía algo pendiente antes de volver a casa. Tomó el teléfono público de fuera del colegio y marcó el número de ella, quería de una vez por todas decirle la verdad, que se arrepentía de una manera infernal, de no haber aprovechado el tiempo, de haber sido inmaduro con sus sentimientos. Más, tenía el teléfono apagado.
Subió con una amargura inmensa al autobús que lo llevaría a Gómez Carreño, el cual sin demora alguna, a pesar de ser la hora punta, lo llevó al quinto sector, donde él vivía.
- ¡Llegué!-gritó al llegar como Eduardo solía hacer.
- ¡Estoy arriba!-escuchó gritar la voz de su padre desde arriba.
- Voy- respondió antes de subir las escaleras- Hola Papá-dijo al pasar, el chico de ojos pequeños.
Exhausto, tiró su bolso sobre su cama y se estiró. Necesitaba ese descanso. No solamente sentía cansancio en su cuerpo debido a las horas de ardua tarea en el colegio, sino su mente y su alma, esa pena que hace dos días lo acongojaba no lo dejaba en paz. Solo rondaban en su cabeza las palabras que no alcanzó a decir, todo aquello que dejó en el tintero.
De pronto, entró su hermano pequeño, Daniel, a preguntarle si Mauricio se había venido con él, luego de la escuela, lo que Eduardo contestó prestamente: se había venido solo.
Las horas pasaban raudas, como tranvía atrasado por la demora del diablo, no se preocupaban de más que avanzar. Pasó unas horas en el computador, donde bajaba musica y hablaba un rato por Messenger con Felipe, o el Parra, como lo llamaba todo el grupo de amigos.
>-Necesito que me ayuden <-escribió Felipe->tengo algo que hacer y no puedo solo los necesito. <
>-¿Qué onda Parra? <-respondió Eduardo.
>- No puedo decirte por MSN, mañana baja en la mañana pa mi casa, ahí con el resto de los cabros lo hablamos <-escribió, mientras salía un icono de “no conectado” al lado de la frase que identificaba el correo de su amigo.
Eduardo apago el PC y bajó, tenia hambre. Al llegar abajo vio a sus padres y su hermana Kathy, sentado en la mesa comiendo algo, mientras veían un programa de televisión.
- ¿Y el Mauri?-preguntó extrañado el chico moreno, mientras veía la hora: eran las tres y media.
- No tengo la menor idea- respondió su padre, mientras colgaba el auricular del teléfono en su lugar.
- Lo hemos llamado toda la tarde y no contesta- dijo compungida su madre, tomándose la cabeza con las manos.
El ambiente estaba tenso, su hermano no solía hacer esto. Cuando salía, acostumbraba avisar, o por lo menos dar una llamada, avisando que iba a salir. Era extraño, pues había quedado de llegar temprano para salir a comprar con Katherine y Eduardo el regalo de cumpleaños para Daniel, el menor de todos.
Su madre se paró y se fue al segundo piso. Su padre, de homónimo nombre se le acercó y le dijo:
- ¿Lo llamas tú ahora?
- Emm, bueno- dijo Eduardo tomando el aparato celular para volver a llamarlo, pero interrumpió un grito afuera: ¡Incendio!
Era precisamente la voz de su hermano, quien, alertaba a los vecinos sobre las llamas furiosas que abrasaban las casas contiguas a la suya.
- ¡Ayuda po’ Andrés! –le dijo Mauricio, quien desenrollaba la manguera del patio, con intenciones de menguar las llamas. Eduardo respondió al llamado de su hermano tomando la manguera y disparando el agua hacia el foco de las llamas.
La escasa agua que salía, ni cosquillas le hacía al fuego que consumía las casas, mientras que los vecinos y parte de su familia sacaban a los residentes de las casas y algunos pocos objetos que pudieran salvarse. Mauricio sacaba a una señora, cuando escucharon un llanto de niño, desde el interior de las llamas. Era Daniel.
Eduardo no supo que hacer, se quedo estupefacto al ver a su hermano pequeño en medio de las inexpugnables manos del fuego, que le cerraban la salida. No sabía que pensar, su mente de improviso se había quedado en cero.
- Yo voy- sentenció Mauricio, rociándose agua sobre el cuerpo, antes de correr hacia la casa en llamas.
El resto de la gente quedó ahí, parada, mirando el heroico acto de Mauricio, quien se internaba en la fogosa realidad de las maderas llameantes, sorteando con suerte, las maderas calcinadas que caían sobre él
- ¡Mauricio, cuidado con…!- alcanzó a decir, en el preciso instante en que casa en llamas donde se había metido Mauricio para sacar a su hermano se desplomaba sobre él, perdiéndose así su figura entre las maderas calcinadas. Había muerto.

***

lunes, 8 de octubre de 2007

Evitable

3
Ya iban a ser las dos, a la hora que habían quedado de juntarse, o más bien, a la hora en que él la iría a buscar al colegio. Anthony volvía a mirar su reloj para verificar si estaba a tiempo, mientras caminaba sudoroso por la avenida Libertad. No quería llegar tarde, no le gustaba hacerlo. Y más todavía si era por ver a Lorena, no la veía hace dos semanas ya. La extrañaba, más que mas ya llevaban diez meses.
Un insolente semáforo peatonal detenía su paso. El rojo que no cambiaba era insoportable. Restaban diez minutos para las dos. De pronto, el semáforo cambio casi al instante, como si respondiese al apuro de Anthony, o Bily, como le decían sus amigos.
Llegó al colegio con diez minutos de retraso. La buscó por todos lados, pregunto por ella a una compañera conocida suya, mas, ya se había marchado. Se había retirado temprano enferma, nuevamente.
-“Sera”-penso, mientras guardaba en su bolso el regalo de aniversario que le había comprado. No había sido un buen día. Una mala calificación en matemáticas, una pelea con su madre y sin su novia ni sus amigos: mal día, pasaría otro viernes solo.
Hizo parar el microbús con rumbo al cerro, donde estaba ubicada su casa, sin saber que los vehículos no serían de su agrado por siempre. Tenía esa sensación de que algo iba a pasar, como cuando uno predice que va a llover, sí, llovería.
Sacó de su bolsillo exactamente las monedas necesarias, lo que le causo una sonrisa -“Mínimo achuntarle a las monedas eh?”-penso al entregar las monedas al chofer. Logró sentarse. Mas, las calles pasaban sin decir nada, en su cara apoyada en la ventana, esa maldita jaqueca no lo había dejado dormir en ya varios días. Sonó su teléfono, era su madre.
- ¿A dónde estas?-consultó su progenitora
- En la plaza de Viña… en la micro, ya voy pa’ la casa-respondió algo dubitativo.
- Anda a buscar a la Belén al colegio que yo no voy a alcanzar-dijo la mujer
- ¡Pero Mamá!- respondió de mala gana- Ya estoy en la micro camino a la casa, ¿Por qué no se viene sola?
- Porque no- respondió autoritaria la madre de Anthony
- Pero Mam…-alcanzo a reprochar, antes que le colgara el teléfono- ¡Puta la huea’!-maldijo al guardar el aparato telefónico.
Se bajó del vehículo, y lanzando puteadas en su mente se encamino hacia el colegio de su hermanita. Ya estaba harto de situaciones como esta, él creía que Belén ya podría cuidarse sola, ya estaba suficientemente grande.
Llegó al colegio de su hermana en el justo momento en que salían todos de golpe. Tras divisarla, llamo a Belén, quien casi sin tener que decir una palabra lo saludó y se puso en marcha.
Callados, completamente callados caminaron hasta un cruce hasta que por fin Belén rompió el silencio.
- Ya estoy harta de que la Mamá te mande a buscarme.
- Yo opino lo miso, que ya estas grande como para que tu hermano mayor te vaya a buscar al colegio- asintió Anthony- Bueno aquí entre nos, tampoco hay hecho meritos como para que la Mamá te de libertades.
- ¿Tu también vay a empezar?- dijo ofuscada la niña
- Yo no estoy empezando nada-respondió levantando las manos-solo que como tu el otro día te desapareciste…
- ¿Sabís que mas?, Chao- dijo cruzando la calle de golpe.
- ¡Espera!- gritó Anthony, cuando una micro color rojo se volcaba sobre su hermana al doblar, evitando un inminente choque.
“Quiero que se detenga”, fue lo único que pensó en ese momento, al ver en peligro a su hermana. Y así sucedió. Como si alguien la hubiese manoteado, el microbús voló por lo aires en dirección a una casa comercial del lugar.
“¡No!”, pensó de nuevo Anthony, y de nuevo sucedió. El rojo vehículo se posó suavemente sobre la acera con todos sus pasajeros ilesos. Quienes se bajaban a ver que fue lo que sucedió, pero Anthony lo sabía, de alguna manera, desquiciada para él, detuvo al microbús sobre su hermana con sólo pensarlo.
Se acercó a su hermana, tras comprobar que estaba a salvo le sugirió que se fueran lo más rápido que pudieran: no quería llamar la atención. Hizo parar un colectivo, estacionado a un costado de la plaza, y su fue, junto con Belén, rumbo a su casa. El dolor de cabeza había cesado, sin embargo estaba exhausto.
Llegaron al living de su hogar, él tiró su bolso sobre un sillón. Belén corrió escaleras arriba apresurada mente.
Anthony buscaba aun una respuesta racional a lo que había pasado, como solía hacer, mas no encontraba ninguna. Subió a su habitación, se recostó sobre su lecho y suspiró, caviló unos momentos y gritó:
-¡Belén!- y casi instantáneamente se asomó por el cuarto contiguo la cabeza de su hermana.
-¿Qué?- preguntó
-No le cuentes a nadie lo que paso hoy-dijo serio el chico de cara regordeta- Ni a la Mamá.
-Bueno-afirmó con voz melodiosa, casi alegre, mientras volvía a su cuarto.
Anthony estaba sumamente cansado. Se extendió por completo sobre la cama, los parpados se le cerraban solos. Sonrió, miró hacia la puerta, la que se cerró de golpe, luego durmió profundamente.

***

jueves, 4 de octubre de 2007

Despertares

***

1

Sonaba el celular, indicando que la jornada comenzaba de nuevo, el chico dejo que sonara un rato, hasta la tercera, y ultima advertencia, era hora de levantarse.

El sol de primavera comenzaba a dar sus primeros cariños en este octubre, mes ajetreado, si de estudios se habla. Tomó una toalla y se metió a la ducha, el agua tibia lo despertaría.

- ¡Andrés, estay atrasado!-grito una voz femenina desde la habitación de al lado del baño, era su hermana; cuatro años menor que él, que cada día tenia que recordarle la hora a Eduardo, pero que mas da así era él.

- ¡Ya voy!- respondió cerrando la llave del agua- ¡voy al tiro!- gritaba mientras salía del baño con la toalla en la cintura.

Eduardo, Andrés, como le decían en su familia, era un joven de recién cumplidos 18 años, de estatura media, buen físico, y sobre todo un buen chico.

A la media hora Eduardo ya estaba saliendo hacia el paradero, junto a su hermano menor, Mauricio, de solo dos años de diferencia.

- ¿Te vay a juntar con tus amigos hoy día?-pregunto Mauricio

- No se- respondió Eduardo- no se todavía depende de si va estar el Parra

- Ah ya, era pa' saber si te esperaba o no-dijo haciendo parar una micro con el dedo índice.

-Chao Mauri- dijo despidiendo a su hermano, creyendo que seria un hasta pronto, un hasta la noche, pero no, seria un adiós, por un largo tiempo.

***

2

Era de noche y en Curauma las noches eran así, frías. A pesar del alivio que la primavera daba durante el día; el viento helado de la noche era la tortura perfecta a cambio de aquel beneficio térmico del sol. Mas tortura lo era para Cristóbal, quien siempre se jactaba de lo friolento que era, y no bromeaba realmente lo era.

Cristóbal era un chico normal, de familia. A sus diecinueve años era una un niño de casa. Familia, universidad y amigos, sus tres partes. Contrastaba por completo con su hermano Damián, por decirlo así, mas lanzado; pasaba el tiempo entre colegio, amigos, deporte, fiestas, novia. Eran diferentes y hasta peleaban bastante pero, aunque ninguno de los dos lo admitía se querían y se cuidaban.

- Cristóbal, ¿a que hora te levantay mañana?- preguntó Damián

- Como a las seis yo cacho- respondió- y ¿pa' que?

- Pa’ que me despiertes po’

- ¿Y la Mamá no esta?- inquirió el joven de larga cabellera

- No, le toca turno- respondió- ¿me despiertas?

- Bueno oh-, afirmó con algo de risa- Buenas noches

- Buenas noches- respondió Damián cerrando la puerta de su habitación. Cristóbal, en lo mismo.

Pasó la noche ligera, como si se apurara a saber lo que sucedería el siguiente día, por algo sería. Alguien dijo que la luna se apura en su transito nocturno para dejar paso a las noticias que traiga el sol de quien sabe donde duerme.

Cristóbal salió de su cama de sobresalto, lo despertó el sonido estridente de una bala. Bajó apresuradamente las escaleras, tomando un bate de baseball en sus manos , vio una imagen que recordaría siempre: Un tipo, de gafas oscuras con un revolver en su mano, y el cuerpo de su hermano inerte sobre la alfombra del primer piso.

- ¡Alto ahí!- gritó Cristóbal bajando las escalera con intención de volarle la cabeza de un batazo, mas, al notar su presencia corrió por la puerta de la casa, hacia el patio, donde lo esperaba una van negra con un tipo de barba al volante. Había

escapado.

Ahí se quedó él por algunos momentos, con el cadáver de su hermano, pensando y llorando de impotencia, de que no pudo hacer nada para evitarlo. Miró con pena el boquete que había dejado la bala en el pecho de su hermano, se imaginó poder revivir a los muertos, como lo hacían los personajes con los que el solía jugar rol, con Anthony y los demás. Tocó la herida con sus manos y sintió algo frío en ellas: era la bala.

Miró asustado el rostro de su hermano, el que perdía el pálido fatal y recobraba su rubor: había vuelto.

-¡Damián!- gritó Cristóbal viendo que su hermano reaccionaba, estaba tosiendo.

- Agg, ¿que mierda pasa?- dijo tratando de levantarse- ¡No gritís!

- Te dispararon, moriste y yo… y yo…-titubeó el hermano mayor mirándose las manos.

- Te buscaban a ti- dijo el resucitado, mirando el agujero en la polera.

-¿Cómo?-preguntó extrañado- ¿Qué estáy diciendo?

-Sí, lo que dije-respondió Damián- el tipo de las gafas oscuras botó la puerta y dijo: “¿Cristóbal Cortés?”, apuntándome con una pistola, yo, asustado, le respondí que sí, mientras tomaba el teléfono, para llamar a los carabineros y me disparó, y yo…

¿Morí dijiste?

-Sí, moriste- respondió- no tenías pulso, no respirabas, esa bala te atravesó el corazón.

- Y la polera-agregó el alto hermano menor- ¿Le vamos a contar a la Mamá lo que pasó?

- No- sentenció- me buscaban a mi y era por algo, y por culpa de eso te dispararon a ti, no quisiera ponerla en peligro.

-¿Secreto?- pregunto el chico que se arreglaba el mechón de la frente.

-Secreto- confirmó su hermano- pero hay que ordenar eso si, a la noche conversamos y vemos que hacemos, por ahora ándate al colegio, que yo me voy pa’ la U.

-Bueno- dijo Damián tomando la puerta y sitiándola en su lugar.

Ordenaron, Cristóbal reparó la puerta mientras su hermano botaba esa polera agujereada. Dejaron todo como si nada hubiese pasado. Cristóbal se miraba las manos, pensando en la remota posibilidad que él había resucitado a su hermano, lo pensaba, pero su escepticidad lo refutaba. Pensaba en algún modo de comprobarlo. Salió al patio, donde hace unos meses había sido enterrado Nicky, su perro, un siberiano de grisáceo color, quien había sido arrollado por un auto.

-“¿Y si…?”- pensó, poniendo las manos en la tierra, buscando una comprobación a su teoría.

-¿Qué estáy haciendo?-le dijo Damián interrumpiendo las cavilaciones de su hermano.

-Nada, absolutamente nada-respondió Cristóbal entrando ala casa subiendo las escaleras.

***