martes, 13 de mayo de 2008

Revelaciones (segunda parte)

19

El viento arreciaba indolente. No como caricia, sino como latigazos de inseguridad y miedo de perder un ser querido. En otras palabras, una gélida tortura.
Los dos chicos caminaron apresuradamente desde el paradero hacia su destino. Daniel sabía que algo malo estaba pasando, lo había visto en sus visiones. Lo único que pensaba en este momento era encontrara a su amigo en casa, y que todo fuere un error, un agradable error.
Sebastián se acercó a la puerta de la entrada. Estaba abierta. La expresión del rostro del robusto varón cambió nuevamente al ver la situación. No había nadie en casa. Más, estaba todo revuelto, como si alguien hubiese estado buscando algo. Quizás…
- ¡Que mierda pasó acá hueón!- dijo Daniel al entrar
- Nada bueno- respondió sin expresión el otro chico- ¡Salva! ¿Alo? ¿hay alguien?
- Nadie hueón- respondió su amigo entrando a una habitación contigua
Ambos muchachos recorrieron las habitaciones de la casa sin encontrar un alma que los acogiese. Sólo encontraban las cosas revueltas, los cajones afuera. Sebastián se dirigió directamente al cuarto de Salvador, a ver si encontraba algo… Daniel lo siguió, pensando que, con su habilidad podría, hallarlo.
Sebastián halló algo que lo inquietó. El computador estaba encendido. En el monitor del aparato estaba la imagen “Ingrese su clave”, la cual Sebastián descubrió por casualidad la ultima vez que estuvo aquí. Mientras Daniel revisaba el cajón de un armario, donde sabía que Salvador guardaba las películas y las fotos que iba sacando. El mayor poder que tenían en este momento, era lo mucho que conocían a su amigo.
Daniel, de pronto, volvió a caer, siendo presa de otra visión. Esta ocasión, “Mojo” vio a cuatro hombres en esta misma habitación, quienes revisaban el lugar rezongando ya que “no la hallaban”. Luego de esto despertó. Sebastián, esta vez no se alarmó como la ocasión anterior. Pues ya sabía que nada malo le estaba sucediendo a su amigo. Él, solo se dedico a revisar el computador, buscando algo… lo que finalmente halló.
- Tengo algo- dijo Sebastián, al ver que Daniel despertaba
- ¿Ah?- dijo el otro chico, moviendo la cabeza para despertarse- ¿Qué encontraste?
- Conversaciones del MSN- respondió Sebastián moviendo el monitor hacia Daniel.
- Es con el Parra- dijo tras leer- ¿Y qué tiene de especial?
- Lee hasta el final po’ hueón- agregó “Mole”
- La pleno centro…- murmuró Daniel, pensando, refregándose los ojos.
- Igual el Parra anda terrible raro…- dijo Sebastián, con la misma expresión pensativa que su amigo.
Los dos muchachos echaron a volar su imaginación. Por sus mentes pasaron las más inusitadas teorías, hasta que tomaron la decisión más acertada. Darle una visita a Felipe.
Daniel seguía tratando de recordar quien eran las personas que vio en su visión. Una de las caras le era familiar, estaba seguro que lo había visto antes, no recordaba donde, pero lo conocía. Lo podía jurar.
El tránsito por las calles de Viña del Mar era escaso. Ya pocas personas quedaban deambulando por ahí. Sólo los dos muchachos, en extraño viaje, se dirigían a la calle por donde las pistas los guiaban, la casa de Felipe.
Como era de costumbre, no llamaron ni esperaron que saliese alguien. La confianza que existía en el grupo, los hacía simplemente entrar. No se escuchaba ni un alma en el patio, ni siquiera el perro les ladro cuando los vio entrar. Todo estaba inmerso en un crudo silencio.
Felipe estaba ahí sacando unos bolsos al patio cuando los vio llegar, su aspecto se veía cansado, como si no hubiese dormido. Los miró casi asustado, dejando uno de los bolsos en el suelo.
- Wena cabros ¿que tal?- saludó algo indiferente
- Hola po’ Parrita- respondió Daniel, algo inquieto
- Wena- respondió algo serio Sebastián, a quien en su cabeza le rondaba la idea de que algo andaba mal con Felipe. Se estaba comportando extraño desde el funeral de Mauricio.
- ¿Y en que andan’- preguntó el chico de lentes- a esta hora
- Pasábamos por acá- respondió Daniel- y entramos po’ hueón
- Pa’ saber sobre tu vieja- agregó Sebastián, encontrando la perfecta excusa para sacar información.
- Ahí pues- dijo haciéndolos entrar a la casa- en lo mismo no he sabido nada, y los pacos tampoco
- Pero…- dijo Daniel algo dubitativo- ¿Vas a seguir intentando?
- Mmm…- dijo Felipe levantándose del sillón- haré cualquier cosa por recuperarla
Sebastián, en ese momento, notó lo demacrado que estaba su amigo. Por las ojeras, los ojos hinchados y por la manera violenta con la que hablaba. Rasgo, poco común en al conducta de su amigo.
Felipe se paró y se apoyo en la mesa del comedor. Daniel noto que algo escribía en un taco de papel blanco, algo que desde esa distancia no podía leer. Luego de eso, el dueño de casa camino hacia la habitación del fondo, donde permaneció por un largo rato.
Los dos muchachos quedaron ahí, sin pistas sobre Salvador, y sin una respuesta a las dudas de Sebastián en respecto a la conducta de Felipe. No tenían nada.
Daniel se levantó y fue hacia la habitación. Donde estaba su amigo. El cuadro que vio ahí fue tétrico.
- Hazlo de una vez por todas- dijo Felipe, mirándose al espejo
- Pero ellos no aseguraron nada sobre mi madre- se respondió a sí mismo
- Aprovecha, llegaron solitos a nuestra casa- dijo Felipe, sonriendo, con un toco algo rasposo.
- Pero…- gruñó el chico de la fuerza, agarrándose la cabeza con ambas manos- tienen las fotos
- Con más razón aun- se respondió nuevamente, en ese diálogo demente.
- Parra- dijo Daniel- ¿Qué onda?
- Ah?- dijo Felipe, notando la presencia de Daniel- ¿Quieres saber por que?
Felipe se acercó al chico de las visiones, tomándolo por el cuello y lanzándolo contra el espejo, quebrándolo en mil pedazos. Sebastián, al escuchar el ruido corrió hacía el cuarto y vio el imprevisto espectáculo.
- ¿Quieres saber por qué Felipe lo hizo? ¿Por qué me necesita?- preguntó Felipe, refiriéndose a él en tercera persona; en el momento que tomaba una mano de Daniel y la ponía sobre su cara.
En ese instante, Daniel desfalleció en otra de sus visiones. Al tocar el rostro de su amigo, sintió una gran amargura, en la que vio como dos tipos tomaban a la madre de Felipe, apuntándola con una pistola. Luego vio Natalia y mucho fuego, mucha presión. Su mente no resistió la presión de aquellas visiones y Daniel, cayó inconciente.
Sebastián, desde la entrada de la habitación, alargó su brazo hasta Felipe golpeándolo de improviso, haciéndolo caer sobre Daniel. Luego, enroscó su brazo y parte de su cuerpo apretando a Felipe, quien seguía anonadado por la imprevista habilidad de Sebastián. Felipe tras forcejear un poco con su flexible amigo, se zafó de la captura y lo lanzó contra la muralla, haciéndola caer y pasar al otro lado, al patio.
- ¿Ahora tienen las respuestas que buscaban?- le gritó Felipe a la cara, acercándose al que estaba en el suelo, entre escombros.
Felipe se acercó a Sebastián y le lanzó el papel, ese que había escrito mientras conversaban, después de eso, le asesto un golpe en la cabeza tal, que le apagó las luces.
El chico agresor tomó una chaqueta y salió de la derrumbada casa. En el suelo había un pequeño pedazo de cristal roto, en donde vio su imagen, la de vista agresiva, llena de maldad en los ojos.
- No seré esclavo de nadie- dijo encendiendo un cigarro, rompiendo el cristal con el pie.
La noche se estaba cerrando de oscura y nublada. A duras penas se asomaba la luna menguante, como si temiese de lo sucedido. El frío se incrementaba, haciéndose frías púas que rajaban la piel y la carne, con el escozor propio de una tumba. Afuera un auto continuaba su marcha, luego de haber estado detenido ahí, por un largo lapso de tiempo. Los chicos no habían estado solos.

***

miércoles, 7 de mayo de 2008

Revelaciones (primera parte)

18

Los días calurosos lentamente estaban siendo parte del pasado, las tardes viñamarinas se estaban convirtiendo lentamente en gélidas etapas del día. Los dos hombres altos, amigos en toda ley, transitaban sin rumbo definido por la avenida Valparaíso, buscando algo que hacer, se habían juntado sin razón aparente. Más, el destino diría lo contrario.
Sebastián, conocido por sus amigos como "Mole" y Daniel, llamado "Mojo" por sus símiles, debido a dos personajes de televisión, se pararon frente un aparador, para encender un cigarrillo, para luego proseguir su ruta, en el caso que tuviesen una.
- Hueón, ta`empezando a hacer frío, ¿o es idea mía?- dijo Daniel, frotando sus brazos descubiertos con sus manos
- No seai`nenaza- respondió Sebastián- aparte ni frío hace.
- Ah, hueón- dijo Daniel, interrumpiendo- ¿acompáñame a comprar una hueá pal' pc acá a la vuelta?
- ¿Dónde?- preguntó El chico que llevaba el pelo tomado.
- Acá en la pleno centro- respondió Daniel
- Vamos- sentenció, Sebastián dándole otra aspirada al cigarrillo. Ambos chicos caminaron el resto que les quedaba de camino en completo silencio. No se esos silencios crueles, duros, sino un silencio limpio, en el que dos o más personas que se conocen tanto, no tienen necesidad de expresarse para decir algo, algo así como, todo esta dicho.
Doblaron para entrar a la galería, cuando Daniel, de sobre salto gritó algo que al principio Sebastián no entendió.
- ¿¡Qué hueá!?- le dijo asustado Sebastián.
- ¡La cámara del Salva!- respondió acercándose al objeto.
- A ver...- dijo más calmado y no menos extrañado su amigo.
- Es...- dijo, mientras tomaba la cámara, en el momento que daba un grito aterrador, entrando en un trance que lo desplomó contra el piso...
Daniel, en su inconciencia, vio imágenes que iban y venían, repitiéndose cada vez a mayor velocidad, hasta parecerle una montaña rusa, vertiginosa y violenta, que lo mandó de un grito a la realidad.

- ¡Mojo! hueón, despierta- gritaba con voz semi cortada Sebastián, con su amigo recostado en una banca del lugar
- Ahh, mi cabeza- decía Daniel, que despertaba de su extraño trance- Deja que me levante, tenemos que ayudar al Salva.
- ¿Qué?- inquirió extrañado el muchacho macizo- ¿Tuviste otra...?
- Visión- respondió interrumpiendo, viendo la dubitativa de Sebastián- En el momento que toqué la cámara del Salva, pude ver las últimas cosas que él vivió
- Extraño- dijo Sebastián, mientras se sentaba- pero ¿qué fue eso que viste?
- La casa del salva- dijo Daniel- eso fue lo primero que vi
- Vamos para allá po'-respondió Mole, quien se levantaba tomando la cámara de Salvador, guardándola en su mochila.

Como si el diablo los persiguiese, los dos jóvenes casi corrieron por las calles de Viña, espantados por lo sucedido. Ambos tenían el extraño presentimiento de que algo andaba mal... Y eso que el de las percepciones extrasensoriales era Daniel.
Tomaron el primer microbús que pasó en dirección a la casa de Salvador, nuevamente en un estricto silencio. Daniel, con su vista clavada en el techo, pensaba en lo que había visto, y en como durante las ultimas semanas había sido atacado constantemente por estas visiones. Cuando Abrazaba a alguien, cunado tocaba algo. O peor aun, mientras dormía.
Sebastián, en tanto, revisaba la cámara de Salvador. En ella detectó que había sólo tres fotografías tomadas, y que el resto del rollo estaba sin usar. Un millón de pensamientos pasaron por su mente. En que le había pasado a su amigo, a quien sólo lo había visto hace una semana.
La noche caía por completo, los dos muchachos no sabían si lo que hacían era cierto o parte de una película de ficción, lo peor era que no era ficción, para nada

(Continuará...)

miércoles, 13 de febrero de 2008

Desiertos

17

Eran ya las cinco de la tarde, todos ya se habían ido. Llevaban tres semanas desde que sucedió. Desde que su casa, eterno centro de reunión, fue parcialmente destruida por un ataque que ni quería recordar. Había sido lo más bizarro que le había sucedido en sus ya veinte años de vida.

Su casa estaba quedando como estaba. Poco a poco, gracias al trabajo de él y sus amigos, se estaba restaurando bien. Perfecto, al menos una satisfacción en medio de tanta catástrofe: casa destruida, novia enferma, amigo desaparecido…

Así, semiconforme, Anthony subió a su cuarto, uno de los pocos que estaba intacto, a recostarse un poco. Estaba cansado.

- ¡Anthony!- se escuchó el grito de su hermana en la habitación contigua.

- ¿Qué Belén?- respondió apenas levantándose- ¡Ven a hablar acá po’ ¡

- Me llamó la Mamá- dijo la hermana del chico que se levantaba- dijo que la fuéramos a buscar, porque viene cargada.

- ¿Dónde está?- preguntó Anthony

- En la bajada del cerro Castillo- afirmó

- Ya- sentenció el chico- me cambio de ropa y vamos

- Dale- confirmó Belén.

Con un resto de desgano, Anthony se preparaba para salir. Estaba aun confuso, pensaba como sus amigos estaban continuando sus vidas, tal cual, como si nada hubiese pasado. Sólo él sentía este malestar, una especie de presentimiento de lo que paso aquel día solo era un aviso de algo más grande que iba a suceder, y no estaba equivocado.

- Oye – dijo Belén entrando al cuarto de su hermano- se me ocurrió una idea

- ¿Qué cosa?- inquirió Anthony, con una cara disconforme

- Tengo una manera de llegar más rápido- sentenció Belén

- ¿A qué te refieres?- dijo extrañado su hermano.

- A esto- dijo, antes de desparecer y aparecer atrás de su hermano- así llegamos más rápido.

- ¿¡Quee!?- dijo sobresaltado, volteándose hacia su hermana

- ¿Se te olvidó que y podía hacer eso?- respondió la chica trigueña.

- No, pero me tomaste por sorpresa- respondió Anthony, bajando las escaleras

- Ya, pero ¿vamos?- insistió su hermana.

- ¿Es seguro?- preguntó escéptico el chico de cara regordeta.

- Sí oh- respondió- aparte es acá no más.

- Mmm, ya bueno ya- decido tras pensarlo unos momentos- trata de aparecer donde haya poca gente, o mejor aun, donde no haya gente.

Belén cerró los ojos, su hermano le puso las manos en los hombros, tal como ella le había pedido. Anthony no confiaba del todo en la precisión de su hermana, más, ese bichito de mal presentimiento le picaba con más fuerza en ese momento en su cabeza, se estaba arrepintiendo de ir así

- ¡Belén!-grito Anthony – mejor par…

Alcanzó a decir el chico, antes de sentir como cada partícula de su cuerpo desaparecía, sentía un miedo atroz. Cerró los ojos.

Al abrirlos, su primera visión fue aterradora, un fuerte viento levantaba una tonelada de polvo rojo frente a él. Tras ello, habían dunas tras dunas de arena, a los cuatro puntos cardinales donde se atrevía a mirar. Junto a él, Belén, su hermana, quien desfalleció en el instante en que aparecieron. Hacía demasiado calor.

- ¡Belén!- gritó antes de alcanzarla, para que no cayera al piso. La recostó en la arena y le tomo la temperatura con la mano en la frente, estaba ardiendo, y viniendo de Belén era un catástrofe, ni el océano Ártico podría bajarle la temperatura, lo sabía.

Aparte, el clima no le ayudaba en nada. Hacía un calor infernal en aquel arenal, en donde-sea que estuvieran. Tomó a su hermana en brazos, como pudo y se puso a caminar. Delante de él, tal como atrás, sólo veía arena y dunas rojizas. Creyó, por lo que había visto en la TV, que posiblemente estaría en Atacama, en el desierto. Lo último era el pensamiento más seguro que tenía.

Su hermana no respondía. Belén respiraba con dificultad, mientras más se internaban en ese infierno caluroso. Anthony se detuvo, pensó un momento las cosas más claramente: “Buscaré una carretera”

Sus brazos no podían más, la fatiga del caminar y el ardiente clima lo tenían extenuado. Dejó a su hermana en el suelo, y la hizo levitar, como sólo él podía hacerlo. De esa manera, la llevo mientras bajaba por una escarpada duna.

Desde allí vislumbró dos camionetas detenidas, y unos cinco tipos afuera, conversando. Bajó cuidadosamente a Belén, ahora con los brazos, no quería que nadie se enterara de “eso”, tal y como lo había acordado con sus amigos.

- ¡Hey¡- gritó Anthony mientras bajaba- ¡Ayuda!, ¡necesito ayuda!

- Roberto, Andrés, vayan a ayudarlo- ordenó el que pareció ser quien mandaba: un tipo de alta estatura, tez morena y rasgos sombríos.

- Muchas gracias- dijo Anthony, mientras ponía a su hermana en el asiento de atrás de uno de los vehículos, como un tipo amistosamente le había dicho- si no hubiese encontrado a nadie estaría perdido

- ¿A dónde ibai’?- pregunto el tipo alto

- Iba para… - titubeó un poco el chico mientras inventaba una mentira- …de vuelta a Viña pero me perdí del grupo

- Don Sergio, vio que si había gente cerca- dijo uno de los tipos

- Turistas- respondió el tipo aludido refiriéndose a los suyos- ¿Turistas, cierto?- preguntó ahora mirando a Anthony.

- Mmm… sí- respondió el chico que miraba de reojo a todo y a todos

- Súbete al auto y espera, vamos para Antofagasta apenas terminemos- ordeno Sergio, quien se volteó hacia la otra camioneta.

Dentro del auto, Anthony trato de hacer que su hermana respondiera, pero no. La fiebre no bajaba. Uno de los tipos le paso una botella con agua antes de dirigirse donde todos estaban.

Se quedó solo con Belén en el vehículo. Desde allí pudo ver lo que sucedía. Sergio, el tipo alto, llevaba un bolso y lo abría frente a los de la otra camioneta, quien sacaron una bolsa del interior del bolso. Una bolsa blanca. El tipo del otro vehículo, rompió con una navaja una de las bolsas y probó lo que en interior había. Era precisamente lo que Anthony estaba pensando desde un principio: traficantes.

Anthony quedó perplejo con lo que vio. No supo que hacer; si quedarse allí, y aceptar lo que vendría o correr y pedir ayuda. Trato de disimular su espanto bebiendo un largo sorbo de agua. Los tipos aun seguían revisando las bolsas, nadie lo veía, perfecto para escapar.

Pero no, si escapara, los tipos sospecharían de él. No, debía pedir ayuda. Miró a su alrededor, dentro de la camioneta, viendo en el asiento de adelante un teléfono celular. Con la mente, atrajo el celular hacia él, marcando el número de carabineros.

Los tipos venían de vuelta. Anthony con el mismo cuidado, puso el celular en su lugar, bajándose lentamente del vehículo, escondiéndose junto con Belén detrás de la camioneta.

- ¡Don Sergio!, alguien llamó a los pacos- dijo uno de lo tipos mirando su celular.

- ¡El cabro!…- dijo buscando el líder de los hombres- ¡el cabro y la niña! ¡Búsquenlos mierda!

- Al tiro jefe- dijeron al unísono los sombríos tipos, sacando revólveres del interior del vehículo. Eran seis.

Anthony silenciosamente se movía entre unos arbustos, hasta que tropezó, rompiendo una rama, alertando a los hombres que lo buscaban.

- ¡Allí está!-gritó uno de los tipos corriendo hacia donde Anthony estaba.

El chico tomó a su hermana como pudo y se puso a correr, con el solo instinto de supervivencia en mente, dejando fuera a su acostumbrado sentido común. Los tipos abrieron fuego.

Quizás suerte, quizás ayuda divina, pero las balas no los tocaron. El chico pensó en hacerlo; no quería herir a nadie, pero debía, sí, debía.

Anthony se volvió hacia sus perseguidores y levanto la mano. Al instante de ello, los revólveres volaron por lo aires quedando lejos del alcance de los tipos. Con otro gesto levantó el vehículo y lo lanzó sin pensarlo hacia sus persecutores, haciéndolo estallar estruendosamente.

Entre tos y humo, Anthony se levantó. Belén que estaba a unos metros de él, poco a poco recobraba el conocimiento. El chico se acercó a su hermana y le preguntó si estaba bien. En ese instante escucho un clic a su espalda.

- Quieto y no saldrás herido- dijo Sergio, el tipo alto, apuntándolo como a un metro con su revolver.

- Belén…-dijo Anthony titubeante- cierra los ojos

- Creo que mentí- agrego el tipo- viste demasiado, debiste aceptar mi ayuda tranquilamente.

En ese instante, la respiración del chico se agitó, como si supiese lo que iba a pasar y lo que se proponía a hacer. El viento de la tarde, aun no era suficiente para refrescar la infernal tarde aquella en el desierto; las llamas del vehículo destrozado hervían impetuosas en el lugar, como si con sus ardientes brazos anhelaran un calido brazo, calido.

El sudor en la frente de Anthony se heló en el momento en que el tipo apretó el gatillo. El 3struendo del disparo y el grito espantado de Belén eran el único ruido en medio del desierto.

El disparo, desviado por Anthony quien cerraba los ojos con desespero, llegó a posarse con violencia en el cráneo de Sergio, dejándolo en el suelo inerte, como el resto de los tipos; sus rasgos sombríos eran tragados por la nada. Su rostro inerte, se asimilaba con el de Anthony: pálido, quieto y rígido, shokeado por lo sucedido.

Luego de salir del espanto, el chico, se acercó a su hermana, la abrazó largamente, escuchando de fondo las sirenas de un furgón de Carabineros que se acercaba.

- Quiero irme a la casa- dijo Belén, extenuada

- Yo igual- respondió su hermano cerrando los ojos

- ¿Vamos?- inquirió Belén

- ¿Qué?- dijo Anthony, abriendo los ojos- estamos en … en casa

Alcanzó a decir Anthony antes de caer desplomado en el suelo por el cansancio. Estaba en casa, y él y su hermana estaban a salvo, no le importaba nada más en ese instante. Tenía sueño, mucho sueño.

***

miércoles, 30 de enero de 2008

Segundo tiempo

16

Eran ya las once y media, la noche era una de esas que da miedo salir al patio aunque el perro ladre hasta estallar sus pulmones, así era. Para Ángelo tambien lo era, siempre había sido así, aunque debía hacerse de tripas corazón y aguantar toda la noche, todo por unas lucas de más.

Hace una semana que se le había acabado el contrato en lo que el ciber del mall era, y no le quedaba más que volver a esto, a guardia de seguridad, labor que ya había desempeñado varias veces, no llenaba todas sus expectativas, pero que va, era trabajo y para Ángelo era argumento suficiente.

El chico, poniéndose una chaqueta del uniforme el mejor estado, así que era fácil que cualquier mequetrefe se metiera al terreno, pero no, él pensaba, “el que entre va a saber lo que es bueno, ja”.

La noche estaba fría. A pesar de estar en plena temporada calurosa, el viento de las noches gélidas semejaba mucho al frío del más crudo invierno que él había experimentado. Caminó por un rato, chequeando que todo estuviese en orden, tal como lo hacía cada noche, cada noche. El robusto chico se sentía agobiado por la monotonía de tener que ser el rondín de este maldito condominio, sentía que el merecía más que esto, mucho más, esto sería sólo un paso intermedio para algo, algo grande, no sabía que sería pero sería grande.

Era evidente su insatisfacción, teniendo en cuenta los recientes hechos, especialmente lo referido a lo que sucedió en la casa de Anthony, su amigo; todos esos tipos tratando de hacerles dios sabe que cosa, y él dándoles la madre paliza. Sentía que Dios le había dado un don como respuesta a sus ruegos, la rapidez con la que se podía mover si se lo proponía era increíble.

Sumido en sus pensamientos, volvió a la caseta que lo cobijaba en su jornada, sentándose en la silla, tomando su teléfono celular, revisando si lo habían llamado en su ausencia. Y de hecho, tenía un mensaje de texto. Era de un número que al principio no reconoció. El mensaje decía: “No te vi más en el ciber, te busqué y no supe donde estabas. Bárbara”

Luego reconoció el número, era de la rubia que aquel día, le dejó el número de teléfono, aquella, la de los pechos enormes. El chico sonrió.

Pensó un rato en como demonios se había conseguido su número celular y en responderle o no. Revisó la hora del mensaje, era reciente, solo hace unos seis minutos. Se devanó los sesos pensando en hacerlo, hasta que se decidió. Era sólo un mensaje.

“Acá estoy pues, si me quieres ver, ven a hacerme un poco de compañía”. Y adjunto al mensaje mandó la dirección del condominio, total, estaba sólo, había poca gente en los departamentos y él era el único guardia ese día. Que va, tentaba a su suerte.

Al rato después, recibía un mensaje de vuelta que decía “Estoy en la puerta”

Extrañado por la pronta respuesta, se levantó de su asiento y fue a abrir la puerta. Sabía que lo que estaba haciendo estaba errado, que hasta lo podían despedir por aquello, pero que va, ¿quién lo sabría?

Abrió la puerta a sobresaltos, estaba nervioso. El cielo se había despejado y se asomaban las primeras fugitivas estrellas, iluminando la sinuosa y lúgubre noche, plagada de monotonía y extrañeza

- Te demoraste en abrir- dijo la rubia, de profundos ojos azules

- Mmm…Hola- dijo Ángelo tras titubear un instante- pasa, a la caseta

- ¿Acá trabajas?- preguntó la chica al entrar al lugar, instalándose prestamente una de las dos sillas que allí habían

- Sí – respondió- por ahora, hasta que entre a estudiar

- ¿Estudiar?- inquirió la rubia que se le acercaba felinamente

- Sí…sí, eso quiero- respondió confundido mientras la chica se le acercaba poniéndole una mano sobre el pecho- ¿Qué estai hacien…?

Alcanzó a decir, hasta que de afuera se escuchó un gran estruendo, como si algo se hubiese caído. Lo repentino del golpe le heló la sangre por un instante; con esa misma sangre fría, se alejó de la chica, y con la velocidad inhumana que poseía, el chico de ojos verdes corrió hacia la procedencia de los ruidos.

- ¡Alto ahí!- gritó cortando la salida al intruso, quien llevaba tapada la cara- ¡muéstrate!

- Si tú lo quieres así- respondió el tipo sacándose el pasamontañas que ocultaba su identidad- Mi nombre es Bernard, y necesito que vengas con nosotros, eres alguien , digamos, necesario para la compañía

- No iré a ningún lado viejo- dijo sacando su luma, en el momento en el que se movía velozmente a taparle la huida al tipo, quien en ese preciso instante se volteó como para salir del lugar

- Acompáñame-dijo sereno el tipo, el viejo de barba oscura

- Creo que tu tampoco iras a ningún lado- respondió Ángelo, botando la luma al suelo, asestándole una patada en la quijada que tumbó el tipo hacia el suelo

- No estaba equivocado, nunca me equivoco con ustedes- dijo Bernard, levantándose del suelo- Hernán Ángelo Cortés, 20 años, guardia de seguridad, campeón de Tae kwon do, etcétera, sabemos todo de ti

- ¿Qué?¿Quien chucha soy vo’?- dijo casi desesperado el chico

- ¿Y tu sabes quien soy yo?- respondió alguien a su espalda, era la chica, la rubia, Bárbara, como había dicho llamarse.

- Linda, mantente alejada de esto, puede ser peligroso para ti- aconsejó Ángelo, quién valerosamente, no despegaba los ojos en el viejo, que todavía estaba en el suelo

- Deberías preocuparte más por ti- dijo con seguridad el viejo de barba- hoy en día nada es lo que parece, es cosa de mirar atrás tuyo

- ¿Ah?- alcanzó a decir Ángelo, en el momento en que la chica le daba un fuerte golpe en las piernas con el metal de la luma, que había quedado en el piso, golpe que mando al chico rápido al suelo

- Te cortamos las alas, versión chilena de flash- dijo entre carcajadas la chica voluptuosa, mientras Ángelo se retorcía de dolor por el golpe. posiblemente había roto su pierna.

- Ayúdame a que me levante- ordenó Bernard, quien permanecía en el suelo

- Sí profesor- respondió la chica extendiendo su mano, en el momento en que los músculos de rostro y cuerpo entero comenzaron a moverse grotescamente, como si volvieran a su lugar, y de hecho, eso era.

Ángelo miraba atónito y adolorido el espantoso espectáculo, tras la vomitiva mutación que la chica sufría, pudo distinguir un rostro familiar, era precisamente Darío, amigo suyo, quien tomando su forma natural corrió a traer un maletín negro, desde el interior de un auto que los aguardaba afuera.

- Vamos a dar un paseo Sr. Cortés- dijo el viejo de barba , extrayendo una jeringa con una dudosa sustancia dentro, la que apuñaló en la pierna sangrante de Ángelo, quien desfallecía casi ipso facto.

- ¿Llamo a los de limpieza?- preguntó Darío

- Sí, y que lo lleven alas instalaciones- respondió Bernard, regresando al automóvil- apúrate chico.

- Calma profesor, que no soy tan rápido como este – respondió sarcásticamente el chico de tez pálida, caminando junto con su jefe hacia fuera del condominio.

La noche seguía su curso. Se había vuelto a nublar la luna. Todo se sumía nuevamente en la ignominiosa oscuridad en la que había comenzado todo. El susurro del viento era el único canto en los momentos en que unos tipos de negro, se llevaban el cuerpo inerte de Ángelo, hacía frío. Eran las doce en punto.

***

lunes, 21 de enero de 2008

Éxodo

***
15

Ella corrió despavorida por unas horas, no sabía donde iba. La oscuridad de la noche y la que rondaba por su mente la tenían completamente confundida. Ella nunca quiso herir a nadie, menos a sus seres más queridos; todo estaba siendo demasiado para ella, ya no podía más.
Se detuvo a unos kilómetros de la carretera, donde literalmente se desplomó del cansancio. Cuando la adrenalina acaba, el cuerpo así responde, vaya que lo hace, Natalia daba fe de ello.
No sabía donde estaba, y menos lo que era; no sabía si era la misma de siempre, o un monstruo, que era el pensamiento que más la agobiaba en su interior. No quería encontrarse con nadie, no quería herir a nadie, volvía a decir entre susurros en su cabeza. Pero estaba allí, tumbada en la hierba, en medio de la noche, en una completa y absurda ignominia sobre el futuro, los más dantescos fantasmas pasaban por su cabeza cuando recordaba lo que pasó: su madre… su hermana… y luego lo que pasó con el Parra…
Él le dijo que huyera, era por algo. No sabía si hacer caso a las palabras del chico, o volver y afrontar lo que pasó. No, seguramente tenía que huir, quizás no por hacer caso a las palabras de quien casi la mata, sino por alejarse, para evitar que pase de nuevo. Aquello era insoportable.
Se levantó del suelo. No había ni una luz en el azabache de la noche, sólo el ruido del pasar de los autos a lo lejos la impulsaba en alguna dirección, la que tomo como por inercia.
Frente a Natalia, como a dos metros de ella, había una densa mata de matorrales, los que debía cruzar estoicamente si se disponía llegar a la carretera, donde pensaría hacia donde se dirigiría. Se metió en la marañosa hierba, rasgando sus pies descalzos y tironeando sus ropas en el pasar. Divisó dos figuras humanas en el otro lado, y allí permaneció hasta que estas se movieran. Eran dos hombres que bebían en el campo, Natalia pudo darse cuenta que estaban bastante borrachos, por el tambalear de sus pasos.
Cuando los hombres salieron de su vista, Natalia salió de su escondite, retomando su incierto éxodo, a través de la oscura estepa de hierba en donde estaba. Miró hacia al cielo, no con la espera de una ayuda divina, sino con el afán de ver si clarearía pronto, y no, no lo haría.
Caminó unos metros más, con las plantas de los pies desgarradas por las espinas que pisaba en cada paso, con alma compungida por la culpa, por el miedo, por el miedo al futuro, a lo incierto que era luego de los incidentes: su madre, su hermana, el ataque frustrado de Felipe. Nada para ella era indicio de un futuro luminoso, sentía que su vida sería tan oscura como esta noche, noche de la agonía, noche de la amargura, del miedo.
Divisó una luz en el fondo. Estaba llegando a la carretera, quien sabe cual y hacia donde, pero la carretera al fin. Dio un par de pasos, cambiando la hierba espinosa por frío concreto, lo que fue una bendición para sus lacerados pies. Caminó en la dirección que su instinto le decía que era la correcta, lo que no le aseguraba que lo fuera, pero que va, aun así continuó su camino.
Comenzó a sentir frío, se frotó los brazos para entrar en calor un poco, lo que era negado por la gélida brisa que arreció el camino, como si alguna broma divina estaba haciendo su camino insoportable.
Pensó en hacer algo que nunca en su vida había hecho: hacer dedo. Era arriesgado, pero la situación lo ameritaba. Quien sabía si permanecía allí por el resto de aquella infame e insoportable noche, era complicado pero útil en los nervios del escape.
A lo lejos vio unas luces altas que la encandilaron por un momento, era un camión de carga que venía en su rumbo. Levantó la mano para hacer que el gran vehículo se detuviera, lo que afortunadamente sucedió al instante.
- ¿Te llevo?- dijo el conductor del camión, un hombre viejo, de facciones toscas y sombrías
- Sí… sí por favor- respondió Natalia tras titubear unos instantes. Era el primer ser humano con el que se contactaba desde su casa, desde aquello.
Ella subió nerviosa y con dificultad al camión, el que al instante en que Natalia se instaló, partió con pesado rumbo en su camino.
- ¿Oscura la noche eh?- dijo el conductor mientras buscaba algo en la guantera- ni luz, ni luna ni estrellas, una boca de lobo de aquellas- agregó, al ver el silencio de Natalia
- ¿Para dónde va?- inquirió la chica que con dificultad se ponía el cinturón de seguridad, como el conductor le indicó con señas.
- Pa’ San Felipe- respondió sin mirarla, sacando un bolsa de la guantera- ¿Tienes hambre?- preguntó pasándole la bolsa que había extraído de la guantera
- Gra… gracias- respondió la chica recibiendo la bolsa y viendo su contenido: era una especie de sándwich con algo que parecía palta. con algo de desgano lo tomo y le dio una mordida, tenía hambre, mucha, no sabía cuanto tiempo llevaba sin comer, y menos cuanto tiempo llevaba corriendo, escapando.
Anduvieron varios kilómetros en un completo y sepulcral silencio. Sólo las luces de los postes que iban y venían en el camino, eran el único matiz en la tan anodina escena. Natalia estaba cansada, pero no quería quedarse dormida, temía lo que quizás sucedería si desfallecía.
- ¿Tienes sueño?- preguntó el conductor, mirándola de reojo para no perder el camino.
- Algo…- respondió dudosa la chica que tenía la mirada clavada en el cristal del costado, sin mirarlo, dando cabeceos y pestañeos largos por el sueño.
- Duerme un poco, que yo bajo a comprar algo- agregó el conductor mientras detenía el vehículo, al lado de una bencinera.
Ahí, literalmente echada sobre el cristal, Natalia se encandilaba con las luces del lugar, exhausta, rendida completamente al sopor de las horas que le faltaban de sueño. Pensaba en que haría, en donde iría, pero sobre todo en quien se estaba convirtiendo. Así, entre sopor y pensamientos tristes, cayo frente al sueño que la acribillaba violentamente.
Despertó de sobresalto, abriendo los ojos luego de una horrible pesadilla. Pero eso no era todo, el sueño no era tan terrible con la realidad que vio al despertar. El tipo, el conductor, la tenía maniatada de pies y manos al asiento del camión. Las ventanas y puertas estaban cerradas y algo de alba se divisaba a través del cristal.
- ¿Despertó mijita?- dijo con un aire alcohólico, el que otrora fue su salvador
- ¿Qué? ¿qué está haciendo…?- alcanzó a decir en el momento en que el camionero le tapó la boca con una de sus pesada manos, mientras que con la otra comenzaba a manosear el cuerpo de Natalia, disponiéndose a abusar de ella.
La chica, que se encontraba con las ropas desgarradas, alcanzó a morder fuertemente la mano de su agresor, lo que este respondió con una bofetada que casi la noquea. Milla, como la llamaban sus cercanos, estaba asustada, completamente sintiéndose presa del pánico de lo inevitable, de aquel negro futuro que previno desde ayer.
De pronto, comenzó a suceder de nuevo. Natalia sintió el mismo malestar que sintió cuando murieron su madre y su hermana. Sintió la misma amargura que sintió cuando vio desfallecer a sus seres queridos. Sus ojos, hinchados y lacrimosos comenzaron a soltar borbotones de sangre.
“Sí, inevitablemente estaba sucediendo”. Pensó, la chica que recibía ya el peso inerte del hombre de rasgos sombríos, los que ahora eran los rasgos de un hombre muerto: rígido, pesado, con los ojos desorbitados y sangrantes.
Tras una hora de esfuerzo, Natalia se sacó el tipo de encima, y tras otro tanto de tiempo logro desatar las amarras que la aprisionaban, no eran más que la obra burda de un borracho.
Había amanecido. La escena que vio tras bajarse del camión era deplorable, el tipo, su victima-victimario, tendido de cabeza contra el volante del camión, sangrante; sus ropas estaban hechas jirones y su mente turbada y shockeada por lo que había vuelto a hacer: había asesinado a otro ser humano. Tomó el abrigo que el camionero llevaba y partió.
Caminó un largo trecho sin encontrar nada, sólo árboles y asfalto, ni un alma, ni viva ni muerta.
Tras un rato, llego a una bifurcación del camino, la que le pareció un rayo de luz en medio de la noche oscura, oscura, como la anterior. Era el camino de entrada a Llay-Llay, donde afortunadamente, tenía familiares que la recibirían si llegaba.
Llegó tras una hora más de camino a lo que era el centro de la ciudad, eran las ocho de la mañana, momento en el que el bestial sol del interior aun no comenzaba a brillar con su fuerza plena. Había poca gente, los que recién iban a sus trabajos. Natalia apretó el puño dentro del bolsillo del abrigo, respiro profundo: su éxodo había acabado.

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