viernes, 23 de noviembre de 2007

La junta (Primera parte)

Habían pasado dos semanas desde la muerte de Mauricio. El luto aun era reciente. Todos sentían todavía reciente la partida del hermano de Eduardo.
Una calurosa tarde en Forestal, dos amigos conversando. Anthony y Ángelo ya llevaban dos horas y media hablando, como siempre había sido desde niños. Ni uno ni el otro encontraba irracional lo que les había sucedido. Por raro que fuese era la realidad misma. Se habían compartido sus experiencias: la corrida milagrosa de Ángelo y el poder dentro de la mente de Anthony
Golpeaban la puerta, uno debía bajar, estaban completamente solos, salvo por Belén, más, cuando Ángelo se paraba para ir, su amigo le dijo:
- Espera- al instante en que cerraba los ojos
- ¿Qué hueá estay haciendo?- pregunto extrañado el chico de verdes ojos
- Practicando- dijo, mientras se abría la puerta de la casa, ante la sonrisa de Ángelo, quien se asomaba a ver quien era, era Felipe.
- Vine como me dijeron- dijo sin saludar el chico que tras sus grandes lentes oscuros, mostraba unas ojeras.
- ¡Wena Parrita!- saludó animosamente Ángelo dándole la mano al chico, vestido íntegramente de negro.
- Sí, Hola, ¿Qué tal?- respondió Felipe algo displicente.
- ¿Qué pasa Parra?- inquirió Anthony, el dueño de casa, mirando a los ojos a su amigo, como solí hacer con toda la gente, tratando de saber las reales intenciones. Más esta vez no funcionaba con él. Sólo sabía que Felipe algo ocultaba.
- Nada loco- respondió El chico que se sacaba bolso y lentes del cuerpo, poniéndolos en la cama de su amigo- Quizás estoy medio cansado Bily.
- ¿Llamaron al Caco y al Damián?- preguntó Ángelo.
- El Cristóbal me llamó a mi- respondió Felipe- me dijo que se venían mas rato
- Ah ya dale- asintió satisfecho Ángelo, quien había hecho la pregunta.
- Yo llamé al Salvita, pero pa’ variar no contestó el teléfono- agregó Anthony, ante la mirada gacha de Felpe y la atención de Ángelo- Porque la idea es que seamos hartos, pa’ subirle el animo al Chino.
- Oye ¿Y le contaste al Parra?- pregunto Ángelo.
- No-respondió su amigo- ¿le contamos?
- ¿Qué hay que contarme?- preguntó extrañado el chico de negro, levantado la mirada
- Un secreto, obviamente,- previno Anthony- el otro día, que fui a buscar a mi hermanita, casi la atropellan, pero lo evite, te va a sonar algo loco pero…lo hice solo con pensarlo
- ¿Qué huea?- dijo Felipe abriendo mucho los ojos
- Algo como esto- dijo Anthony, cerrando los ojos. La mirada de su amigo estaba inquieta, como buscando algo fuera de lo normal en la habitación. Más, casi al instante, los lentes de sol de Felipe, que estaban sobre el velador de Anthony, comentaron a levantarse en el aire, solos.
El rostro de Felipe pasó de la extrañeza a la tristeza. Sabía entonces, que si uno de sus amigos estaba presentando actitudes, como las que estaba buscando la compañía, sería seguro, blanco de alguna operación. Y peor aun, quizás, tendría que él mismo, lastimar a quienes quería.
- ¿Y que opinai’?- preguntó Anthony, mirando a los dos chicos- Quedaste pa’ atrás ¿o no?
- Yo quedé igual cuando me mostró- agregó Ángelo poniendo una mano sobre el hombre del chico que levanta cosas con la mente.- y el no es el único que hace… cosas
- ¿Cómo?- preguntó extrañado Felipe.
- Así-respondió Ángelo, al instante en que movió hacia atrás de Felipe, de una manera tan rápida, que nadie pudo verlo con detenimiento- ¿ves?
Felipe no alcanzó a ver los movimientos de Ángelo, ni siquiera el roce del viento en su cara. La velocidad de su amigo era impresionante.
Tras media hora, llegaron Cristóbal y su hermano Damián. Los hermanos venían cansados, como si hubiese trajinado por mucho rato.
- Me llamó el Chino, venía en camino- dijo el mayor de los Cortés, mientras se recostaba en la cama de Anthony.
- Igual debe ser penca perder a un hermano- dijo Damián, logrando que todos se quedaran callados con su repentino comentario. Cristóbal lo miró de reojo.
- Mm.-respondió Ángelo- por lo menos todos lo recuerdan como un héroe.
- El Mauri- agregaba Anthony- me estaba cayendo mejor, incluso se estaba juntando más con nosotros
Todos esperaron el comentario de Felipe, para cerrar el círculo, pero nada pasó. Todos se miraban unos a otros, algunos de reojo, otros de frente, todos sentían que tenían algo que decir, u ocultar. El viento entraba fuerte y frío por la ventana, comenzaba a arreciar esa fresca brisa de la tarde, común en aquella parte de Viña del Mar.
El silencio no se rompía. Usualmente, estarían hablando sobre series, juegos o sobre cualquier otra estupidez, y estaría bien, ellos solían ser así; más ahora no, ya no podían, sus anodinas vidas habían sido golpeadas por las respuestas que sus cuerpos les dieron frente a las más duras pruebas. Más la pérdida de Mauricio. Ya nada sería igual.
Sonó la puerta abriéndose abajo. Ángelo, bajó en un instante a ver, todos estaban espirituados por las cosas que les habían pasado, especialmente los Cortés. Más, no era nadie más que Eduardo, que había llegado.
Al entrar, el chico de aspecto oriental, quedó pasmado, frente a la aparición súbita de Ángelo, más las caras de todos apuntándolo a él, algo asustados.
No habían sido días fáciles para Eduardo. Sus padres, sumidos en una depresión enorme; y él, teniendo que ser fuerte por ellos y por sus hermanos. Sentía que lo necesitaban más que nunca.
- Les tengo que decir una cosa- dijo Eduardo, tras salir del espanto
- ¿Qué Chino?- inquirió Anthony, sentad en la escalera hacia el segundo piso.
- Afuera están la Kathy y el Dani, que quisieron venir conmigo…- dijo Eduardo con un tono bajo.
- Pero Chino- interrumpió el dueño de casa- hácelos pasar po’.
- Ya dale- respondió Eduardo, haciendo, en señas, pasar a sus dos hermanos menores.
Mientras entraban, los jóvenes empezaron a hablar entre ellos, y a saludar a Kathy y al pequeño Daniel, quien se había sido salvado por su difunto hermano. Luego de eso, Cristóbal puso musica en el computador y todos comenzaron a conversar, algunos en grupos, otros solo con una persona. A Anthony, le importaba sólo una cosa, que Eduardo se sintiera mejor.
Nadie tocaba el tema de los “poderes”, que algunos de los chicos tenían, era ya un tema Tabú entre ellos. A veces, cuando un par, o un grupo de personas, se conocen tan bien, ya no tienen necesidad de decirse aquellas cosas, el silencio, lo decía todo.
Paraba un auto afuera, los perros ladraban. Era la gente de la compañía. A Felipe ya lo habían prevenido de esto, de hecho su misión era asegurar que estuviesen allí los Cortés. Se apenaba por tener que traicionar a sus amigos. Más, su madre lo necesitaba.
La armonía de este grupo de amigos unidos aún en la tristeza estaba a punto de ser rota…
Continuara...

viernes, 9 de noviembre de 2007

Segundos acuerdos

10

Felipe lanzaba la corbata al sillón. Estaba solo. El funeral fue triste, silencioso, nadie se atrevió ni a decir una palabra frente al féretro de Mauricio, a quien había comenzado a conocer.
El calor se mantenía, a pesar de la lluvia que estaba cayendo, la atmósfera hirviente, anhelante, se mantenía intacta. Se metió a la ducha helada por nos momentos, para ver si con esa literalidad, podía pensar un poco más fríamente. Salió, se miro al espejo y se vio: vio al chico de siempre, al chico bueno, de iglesia, aquel de moral intachable, quien, ahora, estaba dispuesto hasta matar con tal de recuperar a su madre a salvo.
Las ocho en punto, o así lo marcaba el reloj de su teléfono celular. El chico de lentes comenzó a ponerse nervioso: necesitaba que el reloj se apurase, para así saber con que mierda lo podían extorsionar. ¿Dinero?, no, de seguro no, eso era lo que menos tenía. Aparte, el tipo, ya le había dicho que se trataba de un trabajo. Pero quizás que trabajo sería…
Tomó de la cocina un cuchillo, el más amenazador que encontró, y se lo guardó en el cinto del pantalón, para sentir una, quizás, falsa seguridad.
Partió al lugar citado, con una sensación de vacío inmenso en su interior. Ese vacío que se siente cuando no sabes que hacer, no sabía si seguirles el juego, con tal de tener a su madre a salvo o mandar todo a la mierda, y aprovechar el magnífico don que Dios le dio, para retorcer a los captores y desollarlos vivos.
Cinco para las ocho, frío, octavo cigarrillo. La espera se hacía eterna. La ansiedad corroía su ser. Los nervios lo estaban matando.
Y se detuvo un vehículo familiar, el de los tipos. De dentro se bajó sólo el tipo de barba, lo que le causó extrañeza a Felipe, quien se le acercó unos metros y dijo:
- Eres valiente ¿Sabes?
- ¿Por venir solo dices?- preguntó seguro el tipo de barba- se que no harás ninguna tontería estando tu madre en juego, es lo único que te queda.
- ¿Qué dices?- dijo extrañado el chico de ojos pardos
- Sabemos todo de ti-afirmó- nacimiento, desaparición de tu padre, viaje de tu hermana, estudios, hasta tu salud dental.
- ¿Crees que me asustas con eso?- dijo Felipe tratando de ser fuerte
- Deberías…- agregó- En fin, mi nombre es Bernard, trabajo, junto a mi lesionado socio, en una compañía, en la que nos dedicamos a gente como tu.
- ¿Cómo yo?- volvió a inquirir- ¿A qué te refieres con eso?
- Especiales- respondió- con variantes en sus genes que provocan habilidades increíbles. Tan increíbles que a veces no se pueden controlar, y ahí entramos nosotros, o mejor aun, aquí entras tú.
- ¿Qué tengo que ver yo con ello?- preguntó Felpe, empuñando la mano
- Mucho, tú tienes la fuerza suficiente como para resistir algunas habilidades- afirmó con propiedad- aquí un ejemplo: Mujer, Nombre de pila Natalia, nickname, Milla, 20 años, ubicación Gómez Carreño, estudiante, y de familia de 3 personas.
- ¿Qué?- grito asombrado- ella… ella es amiga mía, no la metas en esto por favor.
- No me dejaste terminar- dijo Bernard, gesticulando con las manos- han muerto tres personas en los últimos dos meses, y en todos asociamos, y comprobamos la influencia de Milla, de una manera extraña, hay sangre de ella en todas las victimas.
- Ya entiendo- murmuró el chico de lentes- y pretendes que yo la detenga.
- Muchas veces es sólo detener, pero esta vez no- dijo el viejo- esta vez no basta con eso, hay que silenciarla.
- ¿Silenciarla? – dijo algo exaltado el hombre fuerte
- ¿Has matado a alguien alguna vez?- Preguntó del tipo de barba, sacando un maletín del vehículo.
- Por supuesto que no- respondió firmemente Felipe.
- Aprenderás- agregó, sacando un revolver del maletín, pasándoselo a Felipe, quien algo ofuscado lo guardo en el bolsillo de su negra chaqueta.
- Ella está ahora en su casa- afirmó- está vigilada, está ahí hace horas. Es el momento preciso para que tú entres.
- ¿Qué debo hacer?- preguntó Felipe, mientras seguía a Bernard, quien se subía a la Van.
- Silenciarla- sentenció, mientras se subía al vehículo; Felipe, lo imitó y partieron.
Entrar, disparar, quemar el departamento y listo: esas eran las instrucciones que Bernard le había dado, más ahí lo dejó. Parado frente a un cajero automático, con la mente anhelante y dubitativa: ¿realmente haría cualquier cosa por recuperarla?
Caminó hacía la entrada de los edificios donde vivía Natalia, estaba oscuro. Entró, el portón estaba abierto, descompuesto hace semanas. No había sido mucho tiempo desde que estuvo con ella la última vez, se juntaron cantaron, rieron, y sobre todo estuvieron ahí, los tres, junto a Eduardo, eran felices.
Subió cada peldaño con el corazón en la mano, como sintiendo en su mente sesenta razones para desistir, más ochenta más para hacerlo, pensaba: “Mierda, hácelo por ella”
Tocó la puerta una vez, estaba abierta. Entró sigilosamente, sin hacer ningún ruido, sin ni siquiera respirar. Buscó en las habitaciones a Natalia, su amiga.
Volteó cerca del pasillo que conducía a la habitación de ella, se topó con un espectáculo que lo dejó estupefacto: los cadáveres de la madre de Milla y el de su hermana, allí inertes, con un fuerte olor debido al tiempo de descomposición, tres días, estimaba.
Con la mano sobre la boca, para no vomitar, tanto por el olor como por el miedo, se acercó a los cadáveres. Ambos sangraban de los ojos, como si la vida se les hubiese arrancado por ellos. Escuchó un gemido, llanto, luego la voz:
- ¡Yo no quería!, se me acercaron… - decía entre gemidos Natalia, quien salía de la habitación poniéndose de espaldas a él, viéndolo por un espejo.
- ¡Milla!- dijo Felipe, apretando el arma en su bolsillo, acercándose unos centímetros.
- ¡Para!, ¡No te acerques!- le gritó- no quiero hacerte daño, no quiero que tu... que tu... como ellas...- alcanzó a decir, antes de romper a llorar.
Le costaba verla llorar. Primero porque era la primera vez la veía así de vulnerable, ella solía jugar a la chica ruda. Y en segundo porque la quería, y sabía lo que tenía que hacer; sabía que debía tomar el revolver y ponerle una bala dentro a ella, lo sabía.
Sacó el arma, se le acercó sin que ella se diera cuenta y le dijo:
- Te quiero amiga- cerrando los ojos, puso el dedo en el gatillo, sin tocarlo
- ¿Qué?- dijo Natalia, volteándose, echándose espantada hacia atrás.
Felipe tambaleaba, era la primera vez que mataría a alguien, lo superaba. No podía hacerlo. Natalia comenzó a llorar, sus ojos se oscurecían. “¡No otra vez!”, pensó, mientras sus saladas lágrimas de mujer se tornaban en rojas gotas de sangre que salían a borbotones de sus ojos, ella gritaba, lloraba. Felipe, comenzó a ver nublado, rojo, sus fuerzas flaqueaban, desfallecía.
El chico se desplomó sobre el piso, inerte. Sus ojos lloraban roja sangre, tal como los de su amiga, quien lo miraba atónita, ya cansada de llorar. Había muerto.
Natalia se acercó al cuerpo del chico, lo abrazó y lloró una vez más. Esta vez sus lágrimas eran del prístino color de las lágrimas cuando se sufre el propio dolor, no el ajeno. Maldecía al cielo por este castigo, no podía mirar a nadie a los ojos sin que este muriese casi al instante, se sentía como una maldita viuda negra, capaz de matar a quienes amaba, como a su madre y a su hermana.
Ahora Felipe. Pensar que lo estaba recién conociendo a fondo, estaba sintiéndose realmente amiga suya, y pasaba esto, lo había asesinado.
De pronto, Milla sintió un empujón en su pecho que la lanzó contra el techo, haciéndola sangrar por la boca. Era Felipe, había vuelto.
- Parra... Agg- masculló Natalia levantándose del piso, adolorida por la fuerza con la que fue lanzada.
- Felipe ya no está aquí preciosa- dijo el chico, refiriéndose a sí mismo – habla conmigo mejor, que yo le daré el recado, ¡jajajaja!- rió estrepitosamente, tomando el revolver del piso
- ¡Parra! – dijo Milla cayendo al piso aterrada por la locura de su amigo.
- Creo que va a ser lo de siempre, siempre acabando lo que este estúpido deja a medias- dijo Felipe, fuera de sí, sacándole el seguro al arma, poniéndola a medio metro de la cabeza de Natalia.
Y el disparo tronó como un cañón. El humo saliente de la punta del revolver lo sellaba todo, había terminado. Era uno de los pasos más difíciles que había tenido que tomar en toda su vida, esto ya no haría que su anodina vida fuera lo de siempre, la musica ya no volvería a sonarle tan armoniosa como lo solía hacer. Más, el disparo había dado en la muralla, ella estaba intacta.
- ¡Vete!, huye mientras puedas- dijo Felipe, botando el arma al suelo, cayendo él tambien de rodillas. Era ahora él el que lloraba.
- Pero…-alcanzó a decir Natalia, antes de que el confundido chico la interrumpiera.
- ¡Sólo vete!, están vigilando afuera, ándate por atrás, por la quebrada, huye lo mas que puedas, corre Milla, corre.
Ella se quedó congelada por algunos momentos, pensando si esto era fantasía o realidad, si realmente esto estaba pasando. Y era verdad, vaya que si lo era, mas de lo que ella podía aguantar.
Salió del departamento, corrió con todas su fuerzas, el corazón puso en ello, el alma entera. Corrió como si llevase el diablo adentro, pero no, sólo era el miedo, no tanto el miedo a ser herida, sino el miedo a herir. Había huido entre las sombras de la noche.
Mientras, Felipe tomó fuerzas de la nada y roció todos los cuartos de parafina, prendiendo el gas. Comenzó a bajar los escalones, encendiendo el noveno cigarrillo, lanzando el encendedor prendido al departamento, el que se envolvió en llamas de un instante a otro.
Abajo, lo aguardaba un auto azul, con el tipo de lentes, vendado, saliendo de el. Arriba, el fuego hacía su limpio trabajo otra vez. Para él todo estaba bien, ella estaría a salvo.

***

lunes, 5 de noviembre de 2007

Tiempo

9

La tarde había sido rara, el trabajo, la gente, incluso la mujer que vendía globos al frente de él le parecía rara. Bueno, rara obviamente había sido esta jornada, pues había asistido al funeral del hermano de un amigo suyo, Mauricio. Pensaba en lo heroico de la muerte de él. Morir por quien uno ama, para Ángelo era la forma mas digna de morir, tenía fe en ello.
Las horas pasaban lentas. Más, este no había sido un buen día para el comercio. La poca gente que transitaba por el mall, parecía desinteresada por completo en sus servicios; nadie buscaba una fotocopia ni una hora de Internet a las tres y media de la tarde.
Sentía el lánguido pasar de las horas en su pelo, en su cara, en sus ojos. Sentía como si la aguja delgada del reloj lacerara su cuerpo con la infamia que es responder a esto, al constructo absurdo del hombre, el tiempo.
Una cliente. Por fin una maldita cliente en todo el día. Mejor aun considerando los “atributos” que tenía la joven. Era más o menos baja, rubia, ojos pardos, como los de él. Luego de salir de lo embobado que había quedado con el generoso escote de la muchacha, la hizo pasar a uno de los equipos a su izquierda.
- ¡Ángelo!- gritó su compañero- anda a buscar dos renma de carta a la oficina por fa’
- ¿Ahora?- pregunto algo ofuscado el chico
- No, pa’ mañana- dijo irónico el tipo espigado.
- Ya, voy al tiro- respondió Ángelo, parándose de la silla circular en la que pasaba gran parte de su día.
Hacía calor, esta primavera lentamente daba anuncios de lo que sería un calido verano. Ni una pizca de un fresco viento que lo refresque en su empresa. Así, acalorado partió caminando a la oficina, a buscar el mandado. Las sombras de los árboles dibujaban sus extrañas figuras sobre las aceras, a la vista y paciencia de los transeúntes de Libertad. Caminaba lentamente, sin apuro, el tiempo pasaba ancianamente frente a él, como si estuviera fuera de los dominios de la continuidad del mismo. Veía a la gente cabizbaja, con sus miradas pegadas en el piso, como si allí hallaran las respuestas a las preguntas que él pensaba que estaban pensando; veía a algunos escolares saliendo de sus colegios, rumbo a sus casa. Había llegado a su destino.
Miró el reloj, se demoró en llegar… ¿Dos minutos?, no podía ser, algo debía andar mal, el reloj sin pila… o, sí, claro, había olvidado sus lentes en el trabajo. Subió las escaleras tras saludar al portero, el vertical de su derecha conducía hacía el ascensor, pero no. Prefería caminar.
- ¿Venís por hojas?- le consultó la maciza secretaria.
- Sí, me mandaron del ciber- respondió prestamente el chico de camisa.
- ¿Y no tienen a otro pa hacer esas cosas?- inquirió nuevamente la mujer.
- No sé- respondió- yo cacho que no, o yo lo hago más rápido, ¿No?
- ¡Jaja!, ¿Todo rápido?- pregunto sarcástica la mujer tomando unas bolsas de papeles.
- No pues- respondió siguiendo el juego- algunas cosas se hacen lentito, hay que demorarse.
- ¡Jajaja!, de más – afirmó jocosa la secretaria- ahí están las renmas, toma- agregó, pasándole dos bolsas.
- Vale- respondió recibiendo las bolsas- ya, me voy, chao
- ¿Te vay?, ¿Rápido?- dijo rompiendo en carcajadas, volviendo a su oficina
Y partió de vuelta. Bajó los escalones raudamente, como si algo lo apurara, pero no, nada lo hacía.
Salió del lugar, miró el reloj, cuatro y media, bah, de seguro no le tomó el tiempo mientras estuvo conversando con las secretaria. Y se puso a caminar, animado, de una extraña manera, estaba animado, como si algo en su interior se hubiese encendido, como si tuviera un motor nuevo para llegar y continuar con su aburrida rutina. Rutina que esperaría terminar en Marzo, cuando se supondría que volvería a estudiar.
Sin darse cuenta estaba corriendo. Sólo sentía que el resto de la gente quedaba atrás mientras el pasaba, como si los apresara el tiempo en la burbuja de la cronía. Llegó en un santiamén al mall, de vuelta. Subió las escaleras mecánicas, corriendo. Sentía que no se podía detener. Su cuerpo estaba en un ritmo inmenso, en el que sin darse cuenta estaba pasando a llevar a todo el resto del mundo mientras pasaba.
Llegó, pasó las hojas de carta y se sentó. Miró la pantalla del computador y jadeó: Eran las cuatro treinta y uno.
El resto de la tarde paso igual. Lenta. Lo único que le agradaba era que la rubia permaneció ahí durante hora y media. Al salir, pagó lo que debía. Mientras escribía la boleta, la mujer anotaba algo en algo que parecía ser un papel. Era su numero de teléfono, el cual se lo entregó en el momento que Ángelo le pasaba la boleta, ante la mirada atónita de su compañero, desde el otro extremo de los computadores. Luego de eso se fue.
Y llegó la hora de irse, su jornada había terminado. Su, hoy, eterna jornada por fin había llegado a su fin, era hora de partir a casa. Tomó sus cosas del cajón junto la caja, se despidió y partió.
Luego de veinte minutos pasó el microbús. El azul vehículo partía lentamente, al igual de cómo había sentido las horas pasar durante el día, sentí como si todo el mundo estuviera confabulado contra él, para hacerlo volverse loco, como el creía que se estaba volviendo.
Llegaba, luego de 10 horas de trabajo y treinta minutos de lento viaje, a su barrio. Ángelo se bajó del bus, sintiendo la suave garúa, que extrañamente refrescaba lo que había sido un ardiente día.
Caminó algunos metros cuando lo deslumbró la luz de un vehículo que pasaba frente a él. Cuando pudo ver, vio que de la nada, aparecía Belén, hermana pequeña de su amigo Anthony, quien quedaba frente a frente al auto, el que estaba a punto de arroyarla.
Pensó claro, recordó a Mauricio, se persignó y corrió lo más rápido que pudo, de una velocidad tal que alcanzó el vehículo en un segundo, sacando a la niña de frente del auto, poniéndola en un lugar seguro. Cuando miró donde estaba, se dio cuenta que estaba como a diez metros de donde partió, más, la había salvado.
Miró a su alrededor, nadie había visto tan impresionante hecho. Sólo se veían en la calle, las huellas en llamas que habían quedado por la fricción de sus pasos, llamas que eran apagadas por la lluvia, que aumentaba un poco.
***

sábado, 3 de noviembre de 2007

Largo capítulo sobre los Cortés

8
Ambos hermanos iban en el auto; le había costado, pero por fin Cristóbal había aprendido a manejar, y eso, para su padre, era suficiente para prestarle el auto. Tanto Cristóbal como Damián, tenían en la mente las mismas preguntas, y sabían que ya llegaría el momento adecuado para tener las respuestas que buscaban con tanto afán.
- Ejem…-tosió falsamente Damián- ¿y a que hora vamos a conversar el tema?
- Ahora yo cacho-respondió su hermano- cuando lleguemos a la casa.
- Dale- sentenció el chico de alta estatura – ¿y oye?
- ¿Qué?- inquirió Cristóbal
- ¿Note llamó la atención una hueá?- preguntó Damián.
- ¿Qué cosa?-respondió el de abundante cabellera.
- Si el hermano del Chino murió sacando al otro hermano…
- Al Daniel-interrumpió Cristóbal
- Si, a ese mismo-afirmó- pero la hueá que yo te digo, es que si el hermano del Chino murió salvando, al Daniel. ¿Cómo es que quedó vivo el más chico, siendo que también estaba en la casa que se cayó?
- ¿Sabís que?-dijo Cristóbal- no se me había ocurrido, igual rara la hueá.
- Eeee, ¿un milagro?- preguntó Damián.
- Quizás-respondió su hermano – últimamente se dan harto los milagros- dijo, mirando por el espejo a su hermano, haciéndole notar la relación con lo fantástico y traumante que había sido tener en sus brazos, a su hermano muerto, y más aun verlo recobrar la vida en un instante; vuelto a la vida, gracias a él.
Desde ahí hasta su casa, ni uno de los dos, se atrevió ni a mascullar una ligera palabra. La burbuja de aquel silencio era lo perfecto, ante la nube de atribulaciones que los hermanos Cortés sentían, las dudas increíbles, sobre sucesos increíbles que tenían en sus cabezas. Sólo el ruido de motor irrumpía en esa hermosa situación.
Llegaron tras una hora de viaje. Podría ser menos, pero Cristóbal aun era un novato en lo que manejar competía.
Eran las ocho y media, mas, recién había terminado de esconderse el sol, la noche caía lentamente sobre Curauma, dejando entrar con ella, ese leve susurro de un fresco viento, que invadía sin respeto el acalorado ambiente. Damián respiró hondo el aire del exterior del auto, llenando sus pulmones con el limpio oxígeno. Mientras, Cristóbal cerraba el portón de la casa, mirando hacia el estacionamiento de la casa. No estaba el automóvil de su madre, lo que significaba una cosa. Le tocaba turno en el hospital nuevamente.
Entraron a la casa. Continuaba ese crudo silencio, previo siempre a las cosas grandes, como si ellos ya supieran las respuestas que tanto querían. Damián fue a la cocina a tomar un vaso de jugo, Cristóbal lo siguió. Tras servirse ambos un poco de zumo naranja, subieron a la habitación de Damián.
- Ya- dijo Cristóbal sentándose en la cama de su hermano- ahora conversemos po’.
- Mm.-dijo tragando su hermano- que mierda pasó.
- Lo mas claro es que te dispararon- sentenció Cristóbal.
- Y era un tipo de gafas oscuras, que te buscaba a ti- agregó Damián.
- ¿Por qué me buscaban a mi?- preguntó extrañado el hermano mayor.- ¿Qué mierda tengo de especial?
- No se- contestó dubitativo, el chico del mechón en la frente – lo que recuerdo es que cuando desperté, gritaste: “¡Damián, Damián, te dispararon y yo… y yo…!”
- No me acuerdo que dije, estaba asustado- interrumpió Cristóbal- puta, que mas querí’, ¡No le disparan a tu hermano todos los días po’!
- Pero te mirabas las manos, como queriendo decir algo- dijo extrañado Damián
- ¿Te digo una cosa?- pregunto tímido su hermano mayor – puede que suene descabellado, pero…
- Que po’-interrumpió el menor de los Cortés
- Creo… que te reviví yo- sentenció serio Cristóbal- pero es una teoría no mas’
- ¿Sabís que?- dijo Damián- creo lo mismo, en serio.
- Pero… ¿Cómo podríamos comprobarlo?- preguntó con decisión el mayor
- No sé…-dijo Damián- es decir, tengo una idea, loca, pa’ variar
- ¿Cuál?- dijo su hermano.
- ¿Vamos a la morgue?- preguntó se hermano menor
- ¿Qué hueá estay diciendo?- preguntó casi irrisoriamente
- Sí hueón- afirmó Damián - ¿vamos?, tenemos el auto del papá y el portero del hospital de Viña nos conoce.
Silencio. Los dos hermanos se miraron, como si estuvieran estudiando la descabellada idea. Más, estaban de acuerdo en ir. Tenían el vehículo, amistades como para entrar, y lo mas importante, la decisión como para hacer cualquier cosa que los ayude a salir del infierno de dudas que tenían en sus cabezas. Luego de ese razonamiento, ya les parecía más racional la propuesta.
Y partieron, la fría noche y las escasas gotas de una lánguida lluvia que ya terminaba. El motor del automóvil, ahora si que era la única música que los Cortés tenían. Pasó un corto tiempo y llegaron; estacionaron el Yaris en una esquina, cerca de los carabineros y se bajaron.
Entraron sin problemas al hospital, el guardia hasta los saludó cuando pasaron. Subieron en el ascensor sin hablarse, no querían que nada interrumpiese su empresa.
Hasta que llegaron. Los pasillos insolentemente callados, era como una burla a la tensión que sentían los hermanos, como si el viejo edificio les dijera algo, los animara, o los reprendiera, frente a la descabellada idea. Entraron a la habitación de los que nunca responden, no había nadie de turno ahí, estaban de suerte.
- Ya- dijo respirando profundo Damián- démosle.
- ¿Y cuál abrimos?- preguntó susurrando su hermano mayor
- No se po’, elige tu- respondió el menor.
- Ya, esa -dijo apuntando Cristóbal a una con el numero nueve
Y nuevamente el silencio. Eran los restos de un viejo, anciano, como de unos ochenta años, con una mirada de sueño admirable, envidiable digo.
Se miraron los hermanos, respiraron profundo. Cristóbal posó sus manos sobre el cadáver y ahí se quedó. No pasaba nada. Se quedó ahí como por diez minutos. Estaba nervioso, sudaba, se preguntaba en su mente que era lo que tenia que hacer. Pero lo más importante era lo que pasaba: nada.
- ¿Y?-pregunto Damián.
- No sé…-respondió confundido el de larga cabellera- no sé que pasa.
- A ver…-dijo el menor de los Cortés, verificando si el cadáver respiraba- Nada.
Cristóbal puso las manos sobre el cadáver una vez más; en su mente pasaban mil cosas, mil teorías se estaban bajando de lo posible, junto con la llegada de mil interrogantes nuevas. Una idea rondaba fuerte de pronto su cabeza, el no había revivido a su hermano, sino….
- ¡Hueón!- dijo de pronto Damián, interrumpiendo las cavilaciones de su hermano- ¡Alguien viene!
- Emm.- titubeó el mayor- ya… vamos
Dicho esto, se escondieron tras un escritorio, en la larga sala de luces apagadas, mientras un guardia pasaba por fuera con una linterna. Ambos hermanos rogaron por que este no los viera; en el momento en que el haz de luz, alumbro el rostro del guardia, Cristóbal notó una cosa: el supuesto guardia, no era nadie más que el tipo de gafas, el que le había disparado a su hermano, ahora con un brazo vendado.
- No, no están aquí-dijo por radio el tipo- falsa alarma
Luego de decir esto el tipo se perdió entre los pasillos de la morgue, alumbrando con su linterna hacia donde se dirigía. Los Cortés, esperaron unos minutos, veinte para ser exactos, luego de este tiempo salieron agazapados del edificio, con una mezcla de susto y desconcierto: no lograron las respuestas que buscaban.
- ¿Y?- preguntó Damián- No creo que hayamos resuelto nada.
- Sí- respondió- algo respondimos, descartamos la teoría que yo revivo gente
- Eso… ¿Qué quiere decir?- preguntó extrañado el chico de alta estatura.
- No sé Damián, no sé- respondió pensativo su hermano mayor- no me quiero atrever a nada.
Damián, no alcanzó a agregar nada, puesto que una Van negra, bastante familiar, lo arrolló de improviso. El chico voló por los aires hasta estrellarse con violencia contra el duro concreto. Cristóbal, quedó pasmado mirando el horrible espectáculo que se repetía una vez más. Su hermano, tirado en el suelo, a unos diez metros de él, yacía con el cuello roto y la cabeza partida, sangrando, sangrando en grandes cantidades. Había muerto.
Cristóbal no supo que hacer, se quedo paralizado por el miedo, como cuando una cobra real mira a su victima, anulando toda posibilidad de escape. Así estaba él, mirando el cuerpo de su hermano, con la sangre helada y los pelos de punta.
De pronto, algo sucedió, el cuello de su hermano volvía a su lugar, se levantaba. Su cráneo aplastado por el golpe se regeneraba, al igual que todas las laceraciones producto de la caída: por segunda vez, estaba volviendo.
Se acercó a su hermano, quién lo miraba atónito. Damián se había curado por completo de sus heridas, y su miraba se centraba en la van, que nuevamente arremetía en contra de los hermanos.
- ¡Cuidado!- gritó a su hermano Cristóbal, quien se giró, tomo a su hermano, viendo el peligro inminente, se desprendió con fuerza del suelo, elevándose velozmente hacia el cielo.
El tipo de barba miraba sonriente, se bajaba del vehículo y haciendo sombra con su mano sobre sus ojos, trataba de ver a los Cortés, los que lejos, escapaban a varios kilómetros por hora, en el aire.

***

jueves, 1 de noviembre de 2007

Despedidas

7
Eran las dos, la misa de despedida estaba terminando. Él nunca ha sido muy religioso, y menos con esto que le estaba pasando. Perdió a su hermano. Como podían pedir que creyera en Dios; para él, si existiera Dios, no hubiera dejado que su hermano muriera de esa manera.
El sol brillaba alto y fuerte, como solía hacer; los cables del tendido eléctrico le hacían perder la mirada del féretro por algunos momentos. Por primera vez desde mucho tiempo, lloró.
Eduardo derramaba las lágrimas mas amargas que conocía, recordaba a cada instante el momento funesto en que Mauricio se perdió entre las llamas. Mas, Daniel estaba bien, se había logrado esconder milagrosamente de entre las llamas. Una satisfacción al menos, dentro de tanta pena.
Sus amigos estaban con él, Anthony junto con Belén, Cristóbal y Damián, Felipe, Ángelo y Salvador, entre otros. Todos contagiados del triste luto caminaban al sol, hacia el campo donde depositarían los restos calcinados de Mauricio, su partner, su hermano.
El verde prado, contrastaba con el luto de la mirada de Eduardo, similar a la de todos los presentes. Su madre no paraba de llorar, su padre serio y ojeroso la abrazaba, dándole un consuelo que ni él poseía.
Desde el camino opuesto, se bajaba de un colectivo Natalia, mejor amiga de Eduardo. Corrió y abrazó fuertemente a su amigo por algunos instantes, lo soltó y clavó la mirada en el suelo, sin mirar a nadie a la cara. Se veía demacrada, somnolienta, como si hubiese llorado toda la noche. Más, no estaba equivocado.
El sacerdote hizo algunas oraciones que él desconocía, Eduardo se sentía en un completo estado de entropía, solo existía en ese momento, el féretro donde estaba Mauricio y él, parados frente a frente, anhelantes, como si hubiesen que dado muchas cosas por decirse. Y si que quedaban.
Acabó la ceremonia. El caoba negro bajaba hasta su última morada, a la vista de todos los presentes, sin más música que los gemidos de algunos y el llanto de otros. No había más que hacer: era la despedida.
Todos volvían hacia la entrada del campo santo. Era una peregrinación lenta y callada. Daniel de la mano de su hermana; Eduardo un poco mas atrás, junto a sus padres, que sin mirarse ni hablarse, ya se decían todo: “Al menos estamos juntos”.
Cristóbal, Felipe y los demás iban mucho mas atrás, seguidos por Natalia, quien al pasar la primera micro se fue, sin decirle nada a nadie.
- ¿Qué le pasará a la Milla?- preguntó Ángelo extrañado por la situación.
- No cacho- respondió Anthony- siempre es así de rara.
- Algo le debe haber pasado- dijo Felipe, con una voz débil.
- ¿Qué pasa Parra?- preguntó Damián mirando fijamente a Felipe.
- Nada loco-dijo el chico tras sus gafas oscuras, mirando la hora, eran las tres y media.
- Ya -dijo con fuerza Ángelo- yo me devuelvo al trabajo, que me dieron permiso por un rato no más.
- Ya viejo, nos vemos a la noche-dijo Anthony-tengo una cosa que contarte.
- Ahí vemos-respondió a su amigo-¡Chino, me voy!- agregó dirigiéndose hacia Eduardo.
Así, uno a uno se fueron despidiendo, todos a rumbos distintos, donde sus propios destinos los llevaban, donde quizás, tal vez no muy a lo lejos, encontrarían nuevamente a Mauricio.
Eduardo se subió a un microbús junto con el resto de su familia, el viento era frío en el cementerio, comparada con la tibiez del interior del vehículo. Se sentó junto con su Kathy, su hermana, quien se acurrucó en el brazo de su hermano. Él, apoyó la cabeza en el cristal de la ventana y susurró algo. Había comenzado a llover.