viernes, 9 de noviembre de 2007

Segundos acuerdos

10

Felipe lanzaba la corbata al sillón. Estaba solo. El funeral fue triste, silencioso, nadie se atrevió ni a decir una palabra frente al féretro de Mauricio, a quien había comenzado a conocer.
El calor se mantenía, a pesar de la lluvia que estaba cayendo, la atmósfera hirviente, anhelante, se mantenía intacta. Se metió a la ducha helada por nos momentos, para ver si con esa literalidad, podía pensar un poco más fríamente. Salió, se miro al espejo y se vio: vio al chico de siempre, al chico bueno, de iglesia, aquel de moral intachable, quien, ahora, estaba dispuesto hasta matar con tal de recuperar a su madre a salvo.
Las ocho en punto, o así lo marcaba el reloj de su teléfono celular. El chico de lentes comenzó a ponerse nervioso: necesitaba que el reloj se apurase, para así saber con que mierda lo podían extorsionar. ¿Dinero?, no, de seguro no, eso era lo que menos tenía. Aparte, el tipo, ya le había dicho que se trataba de un trabajo. Pero quizás que trabajo sería…
Tomó de la cocina un cuchillo, el más amenazador que encontró, y se lo guardó en el cinto del pantalón, para sentir una, quizás, falsa seguridad.
Partió al lugar citado, con una sensación de vacío inmenso en su interior. Ese vacío que se siente cuando no sabes que hacer, no sabía si seguirles el juego, con tal de tener a su madre a salvo o mandar todo a la mierda, y aprovechar el magnífico don que Dios le dio, para retorcer a los captores y desollarlos vivos.
Cinco para las ocho, frío, octavo cigarrillo. La espera se hacía eterna. La ansiedad corroía su ser. Los nervios lo estaban matando.
Y se detuvo un vehículo familiar, el de los tipos. De dentro se bajó sólo el tipo de barba, lo que le causó extrañeza a Felipe, quien se le acercó unos metros y dijo:
- Eres valiente ¿Sabes?
- ¿Por venir solo dices?- preguntó seguro el tipo de barba- se que no harás ninguna tontería estando tu madre en juego, es lo único que te queda.
- ¿Qué dices?- dijo extrañado el chico de ojos pardos
- Sabemos todo de ti-afirmó- nacimiento, desaparición de tu padre, viaje de tu hermana, estudios, hasta tu salud dental.
- ¿Crees que me asustas con eso?- dijo Felipe tratando de ser fuerte
- Deberías…- agregó- En fin, mi nombre es Bernard, trabajo, junto a mi lesionado socio, en una compañía, en la que nos dedicamos a gente como tu.
- ¿Cómo yo?- volvió a inquirir- ¿A qué te refieres con eso?
- Especiales- respondió- con variantes en sus genes que provocan habilidades increíbles. Tan increíbles que a veces no se pueden controlar, y ahí entramos nosotros, o mejor aun, aquí entras tú.
- ¿Qué tengo que ver yo con ello?- preguntó Felpe, empuñando la mano
- Mucho, tú tienes la fuerza suficiente como para resistir algunas habilidades- afirmó con propiedad- aquí un ejemplo: Mujer, Nombre de pila Natalia, nickname, Milla, 20 años, ubicación Gómez Carreño, estudiante, y de familia de 3 personas.
- ¿Qué?- grito asombrado- ella… ella es amiga mía, no la metas en esto por favor.
- No me dejaste terminar- dijo Bernard, gesticulando con las manos- han muerto tres personas en los últimos dos meses, y en todos asociamos, y comprobamos la influencia de Milla, de una manera extraña, hay sangre de ella en todas las victimas.
- Ya entiendo- murmuró el chico de lentes- y pretendes que yo la detenga.
- Muchas veces es sólo detener, pero esta vez no- dijo el viejo- esta vez no basta con eso, hay que silenciarla.
- ¿Silenciarla? – dijo algo exaltado el hombre fuerte
- ¿Has matado a alguien alguna vez?- Preguntó del tipo de barba, sacando un maletín del vehículo.
- Por supuesto que no- respondió firmemente Felipe.
- Aprenderás- agregó, sacando un revolver del maletín, pasándoselo a Felipe, quien algo ofuscado lo guardo en el bolsillo de su negra chaqueta.
- Ella está ahora en su casa- afirmó- está vigilada, está ahí hace horas. Es el momento preciso para que tú entres.
- ¿Qué debo hacer?- preguntó Felipe, mientras seguía a Bernard, quien se subía a la Van.
- Silenciarla- sentenció, mientras se subía al vehículo; Felipe, lo imitó y partieron.
Entrar, disparar, quemar el departamento y listo: esas eran las instrucciones que Bernard le había dado, más ahí lo dejó. Parado frente a un cajero automático, con la mente anhelante y dubitativa: ¿realmente haría cualquier cosa por recuperarla?
Caminó hacía la entrada de los edificios donde vivía Natalia, estaba oscuro. Entró, el portón estaba abierto, descompuesto hace semanas. No había sido mucho tiempo desde que estuvo con ella la última vez, se juntaron cantaron, rieron, y sobre todo estuvieron ahí, los tres, junto a Eduardo, eran felices.
Subió cada peldaño con el corazón en la mano, como sintiendo en su mente sesenta razones para desistir, más ochenta más para hacerlo, pensaba: “Mierda, hácelo por ella”
Tocó la puerta una vez, estaba abierta. Entró sigilosamente, sin hacer ningún ruido, sin ni siquiera respirar. Buscó en las habitaciones a Natalia, su amiga.
Volteó cerca del pasillo que conducía a la habitación de ella, se topó con un espectáculo que lo dejó estupefacto: los cadáveres de la madre de Milla y el de su hermana, allí inertes, con un fuerte olor debido al tiempo de descomposición, tres días, estimaba.
Con la mano sobre la boca, para no vomitar, tanto por el olor como por el miedo, se acercó a los cadáveres. Ambos sangraban de los ojos, como si la vida se les hubiese arrancado por ellos. Escuchó un gemido, llanto, luego la voz:
- ¡Yo no quería!, se me acercaron… - decía entre gemidos Natalia, quien salía de la habitación poniéndose de espaldas a él, viéndolo por un espejo.
- ¡Milla!- dijo Felipe, apretando el arma en su bolsillo, acercándose unos centímetros.
- ¡Para!, ¡No te acerques!- le gritó- no quiero hacerte daño, no quiero que tu... que tu... como ellas...- alcanzó a decir, antes de romper a llorar.
Le costaba verla llorar. Primero porque era la primera vez la veía así de vulnerable, ella solía jugar a la chica ruda. Y en segundo porque la quería, y sabía lo que tenía que hacer; sabía que debía tomar el revolver y ponerle una bala dentro a ella, lo sabía.
Sacó el arma, se le acercó sin que ella se diera cuenta y le dijo:
- Te quiero amiga- cerrando los ojos, puso el dedo en el gatillo, sin tocarlo
- ¿Qué?- dijo Natalia, volteándose, echándose espantada hacia atrás.
Felipe tambaleaba, era la primera vez que mataría a alguien, lo superaba. No podía hacerlo. Natalia comenzó a llorar, sus ojos se oscurecían. “¡No otra vez!”, pensó, mientras sus saladas lágrimas de mujer se tornaban en rojas gotas de sangre que salían a borbotones de sus ojos, ella gritaba, lloraba. Felipe, comenzó a ver nublado, rojo, sus fuerzas flaqueaban, desfallecía.
El chico se desplomó sobre el piso, inerte. Sus ojos lloraban roja sangre, tal como los de su amiga, quien lo miraba atónita, ya cansada de llorar. Había muerto.
Natalia se acercó al cuerpo del chico, lo abrazó y lloró una vez más. Esta vez sus lágrimas eran del prístino color de las lágrimas cuando se sufre el propio dolor, no el ajeno. Maldecía al cielo por este castigo, no podía mirar a nadie a los ojos sin que este muriese casi al instante, se sentía como una maldita viuda negra, capaz de matar a quienes amaba, como a su madre y a su hermana.
Ahora Felipe. Pensar que lo estaba recién conociendo a fondo, estaba sintiéndose realmente amiga suya, y pasaba esto, lo había asesinado.
De pronto, Milla sintió un empujón en su pecho que la lanzó contra el techo, haciéndola sangrar por la boca. Era Felipe, había vuelto.
- Parra... Agg- masculló Natalia levantándose del piso, adolorida por la fuerza con la que fue lanzada.
- Felipe ya no está aquí preciosa- dijo el chico, refiriéndose a sí mismo – habla conmigo mejor, que yo le daré el recado, ¡jajajaja!- rió estrepitosamente, tomando el revolver del piso
- ¡Parra! – dijo Milla cayendo al piso aterrada por la locura de su amigo.
- Creo que va a ser lo de siempre, siempre acabando lo que este estúpido deja a medias- dijo Felipe, fuera de sí, sacándole el seguro al arma, poniéndola a medio metro de la cabeza de Natalia.
Y el disparo tronó como un cañón. El humo saliente de la punta del revolver lo sellaba todo, había terminado. Era uno de los pasos más difíciles que había tenido que tomar en toda su vida, esto ya no haría que su anodina vida fuera lo de siempre, la musica ya no volvería a sonarle tan armoniosa como lo solía hacer. Más, el disparo había dado en la muralla, ella estaba intacta.
- ¡Vete!, huye mientras puedas- dijo Felipe, botando el arma al suelo, cayendo él tambien de rodillas. Era ahora él el que lloraba.
- Pero…-alcanzó a decir Natalia, antes de que el confundido chico la interrumpiera.
- ¡Sólo vete!, están vigilando afuera, ándate por atrás, por la quebrada, huye lo mas que puedas, corre Milla, corre.
Ella se quedó congelada por algunos momentos, pensando si esto era fantasía o realidad, si realmente esto estaba pasando. Y era verdad, vaya que si lo era, mas de lo que ella podía aguantar.
Salió del departamento, corrió con todas su fuerzas, el corazón puso en ello, el alma entera. Corrió como si llevase el diablo adentro, pero no, sólo era el miedo, no tanto el miedo a ser herida, sino el miedo a herir. Había huido entre las sombras de la noche.
Mientras, Felipe tomó fuerzas de la nada y roció todos los cuartos de parafina, prendiendo el gas. Comenzó a bajar los escalones, encendiendo el noveno cigarrillo, lanzando el encendedor prendido al departamento, el que se envolvió en llamas de un instante a otro.
Abajo, lo aguardaba un auto azul, con el tipo de lentes, vendado, saliendo de el. Arriba, el fuego hacía su limpio trabajo otra vez. Para él todo estaba bien, ella estaría a salvo.

***

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