lunes, 5 de noviembre de 2007

Tiempo

9

La tarde había sido rara, el trabajo, la gente, incluso la mujer que vendía globos al frente de él le parecía rara. Bueno, rara obviamente había sido esta jornada, pues había asistido al funeral del hermano de un amigo suyo, Mauricio. Pensaba en lo heroico de la muerte de él. Morir por quien uno ama, para Ángelo era la forma mas digna de morir, tenía fe en ello.
Las horas pasaban lentas. Más, este no había sido un buen día para el comercio. La poca gente que transitaba por el mall, parecía desinteresada por completo en sus servicios; nadie buscaba una fotocopia ni una hora de Internet a las tres y media de la tarde.
Sentía el lánguido pasar de las horas en su pelo, en su cara, en sus ojos. Sentía como si la aguja delgada del reloj lacerara su cuerpo con la infamia que es responder a esto, al constructo absurdo del hombre, el tiempo.
Una cliente. Por fin una maldita cliente en todo el día. Mejor aun considerando los “atributos” que tenía la joven. Era más o menos baja, rubia, ojos pardos, como los de él. Luego de salir de lo embobado que había quedado con el generoso escote de la muchacha, la hizo pasar a uno de los equipos a su izquierda.
- ¡Ángelo!- gritó su compañero- anda a buscar dos renma de carta a la oficina por fa’
- ¿Ahora?- pregunto algo ofuscado el chico
- No, pa’ mañana- dijo irónico el tipo espigado.
- Ya, voy al tiro- respondió Ángelo, parándose de la silla circular en la que pasaba gran parte de su día.
Hacía calor, esta primavera lentamente daba anuncios de lo que sería un calido verano. Ni una pizca de un fresco viento que lo refresque en su empresa. Así, acalorado partió caminando a la oficina, a buscar el mandado. Las sombras de los árboles dibujaban sus extrañas figuras sobre las aceras, a la vista y paciencia de los transeúntes de Libertad. Caminaba lentamente, sin apuro, el tiempo pasaba ancianamente frente a él, como si estuviera fuera de los dominios de la continuidad del mismo. Veía a la gente cabizbaja, con sus miradas pegadas en el piso, como si allí hallaran las respuestas a las preguntas que él pensaba que estaban pensando; veía a algunos escolares saliendo de sus colegios, rumbo a sus casa. Había llegado a su destino.
Miró el reloj, se demoró en llegar… ¿Dos minutos?, no podía ser, algo debía andar mal, el reloj sin pila… o, sí, claro, había olvidado sus lentes en el trabajo. Subió las escaleras tras saludar al portero, el vertical de su derecha conducía hacía el ascensor, pero no. Prefería caminar.
- ¿Venís por hojas?- le consultó la maciza secretaria.
- Sí, me mandaron del ciber- respondió prestamente el chico de camisa.
- ¿Y no tienen a otro pa hacer esas cosas?- inquirió nuevamente la mujer.
- No sé- respondió- yo cacho que no, o yo lo hago más rápido, ¿No?
- ¡Jaja!, ¿Todo rápido?- pregunto sarcástica la mujer tomando unas bolsas de papeles.
- No pues- respondió siguiendo el juego- algunas cosas se hacen lentito, hay que demorarse.
- ¡Jajaja!, de más – afirmó jocosa la secretaria- ahí están las renmas, toma- agregó, pasándole dos bolsas.
- Vale- respondió recibiendo las bolsas- ya, me voy, chao
- ¿Te vay?, ¿Rápido?- dijo rompiendo en carcajadas, volviendo a su oficina
Y partió de vuelta. Bajó los escalones raudamente, como si algo lo apurara, pero no, nada lo hacía.
Salió del lugar, miró el reloj, cuatro y media, bah, de seguro no le tomó el tiempo mientras estuvo conversando con las secretaria. Y se puso a caminar, animado, de una extraña manera, estaba animado, como si algo en su interior se hubiese encendido, como si tuviera un motor nuevo para llegar y continuar con su aburrida rutina. Rutina que esperaría terminar en Marzo, cuando se supondría que volvería a estudiar.
Sin darse cuenta estaba corriendo. Sólo sentía que el resto de la gente quedaba atrás mientras el pasaba, como si los apresara el tiempo en la burbuja de la cronía. Llegó en un santiamén al mall, de vuelta. Subió las escaleras mecánicas, corriendo. Sentía que no se podía detener. Su cuerpo estaba en un ritmo inmenso, en el que sin darse cuenta estaba pasando a llevar a todo el resto del mundo mientras pasaba.
Llegó, pasó las hojas de carta y se sentó. Miró la pantalla del computador y jadeó: Eran las cuatro treinta y uno.
El resto de la tarde paso igual. Lenta. Lo único que le agradaba era que la rubia permaneció ahí durante hora y media. Al salir, pagó lo que debía. Mientras escribía la boleta, la mujer anotaba algo en algo que parecía ser un papel. Era su numero de teléfono, el cual se lo entregó en el momento que Ángelo le pasaba la boleta, ante la mirada atónita de su compañero, desde el otro extremo de los computadores. Luego de eso se fue.
Y llegó la hora de irse, su jornada había terminado. Su, hoy, eterna jornada por fin había llegado a su fin, era hora de partir a casa. Tomó sus cosas del cajón junto la caja, se despidió y partió.
Luego de veinte minutos pasó el microbús. El azul vehículo partía lentamente, al igual de cómo había sentido las horas pasar durante el día, sentí como si todo el mundo estuviera confabulado contra él, para hacerlo volverse loco, como el creía que se estaba volviendo.
Llegaba, luego de 10 horas de trabajo y treinta minutos de lento viaje, a su barrio. Ángelo se bajó del bus, sintiendo la suave garúa, que extrañamente refrescaba lo que había sido un ardiente día.
Caminó algunos metros cuando lo deslumbró la luz de un vehículo que pasaba frente a él. Cuando pudo ver, vio que de la nada, aparecía Belén, hermana pequeña de su amigo Anthony, quien quedaba frente a frente al auto, el que estaba a punto de arroyarla.
Pensó claro, recordó a Mauricio, se persignó y corrió lo más rápido que pudo, de una velocidad tal que alcanzó el vehículo en un segundo, sacando a la niña de frente del auto, poniéndola en un lugar seguro. Cuando miró donde estaba, se dio cuenta que estaba como a diez metros de donde partió, más, la había salvado.
Miró a su alrededor, nadie había visto tan impresionante hecho. Sólo se veían en la calle, las huellas en llamas que habían quedado por la fricción de sus pasos, llamas que eran apagadas por la lluvia, que aumentaba un poco.
***

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