viernes, 14 de diciembre de 2007

La verdad sobre Mauricio

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13
- Chao Andrés- dijo al subirse al bus, separándose de su hermano; Mauricio no sabía que esta iba a ser la última mañana que se verían.
La mañana, aunque algo fría, era agradable. Mauricio se sentía cómodo, aunque más cómodo se sentiría si aun estuviese en su cama durmiendo. Pero que va, él ya iba rumbo al colegio.
Frente a él, que iba sentado en el penúltimo asiento, había un tipo de barba que lo miraba y anotaba algo en una libreta, cosa que le llamó la atención a Mauricio. Al rato después, el tipo se bajó del microbús, unas cuadras antes del lugar donde Mauricio se tenía que bajar.
Al llegar al colegio, el calor se incrementó, el sol brillaba alto y precioso en medio del cielo, las veredas y asfaltos relucían ante el roce del astro rey. Entró a clases, todo normal, excepto el calor, anormalmente fuerte, a él no le molestaba de sobremanera, pero a sus compañeros sí, muchos estaban al borde del desmayo y algunos deliraban de fiebre.
- Jóvenes- dijo el profesor- debido a la extraña situación climática, se cancelaran las clases de hoy, el profesor de Matemáticas, quien les debería hacer clases la siguiente hora se fue con licencia médica.
- ¿Y nos vamos no más?- preguntó Mauricio algo extrañado
- Sí señor Cortés- respondió el pedagogo. Luego de esto, Mauricio, como todos sus compañeros, tomó sus cosas y partió.
Caminó algunas cuadras, no tenía apuro. Al rato de andar, se fijó que la mayoría de las personas, andaban abrigadas, y al pasar cerca de él se sacaban algunas prendas. Extraño.
Paró en una esquina. Miró hacia atrás y vio un automóvil que de hace varias cuadras lo estaba siguiendo. Era una especie de camioneta negra, con dos tipos adentro, tipos que no alcanzó a ver bien.
Estaba asustado. Mauricio no sabía que hacer, no sabía si lo querían asaltar, o quizás algo peor. Lo único que se ocurrió, fue caminar mas rápido, sin correr, para que no se notara su nerviosismo, según lo que sabía, eso era peor.
La camioneta aún lo seguía. Ahora lo hacía a mayor velocidad. Casi lo alcanzaba. Lo que atinó a hacer, fue entrar a un ciber-café, esconderse allí. Respiró profundo y se puso a pensar que hacer. Al mirar hacia fuera vio que el automóvil se detenía, lo estaban esperando.
“Dios mío, que hago”, pensó mientras la gente que estaba en el local, salía despavorida. Algunas presentaban quemaduras en el rostro, otros salía vomitando. Algo pasaba, algo que a él no lo afectaba.
Cuando salió toda la gente, vio que en la puerta, entraron dos tipos, los que estaban en la camioneta negra, vestidos con unos trajes rarísimos, Mauricio nunca había visto nada así antes.
- Mira lo que ha hecho, señor Cortés- dijo el tipo de barba- mucha gente esta muriendo por culpa suya.
- ¿Qué, qué esta diciendo? ¿Quién es usted?- preguntó asustado Mauricio, cayendo al suelo por el espanto
- Así como lo oye- respondió- nadie aguanta 300 grados Celsius- agregó, mirando un aparato que llevaba en la mano
Mauricio no entendía, miraba a su alrededor y no entendía sus palabras. Se miró sus manos, rojas, vio su cuerpo entero, el que brillaba con un brillo insólito. Sentía su cuerpo al borde de la ignición, el local comenzaba a prenderse en fuego.
- ¡Tráelo!- dijo el tipo de barba al otro que lo acompañaba – ¡calma chico!- dijo mirando a Mauricio, al tiempo que tomaba un extintor y lo rociaba sobre el chico, que ahí, en el suelo, comenzaba a prenderse en llamas.
- ¿Qué me pasa?-dijo asustado- ¿Qué pasa?- alcanzó a decir en el momento en que el otro tipo, le disparaba con un rifle, lo que parecía ser un sedante. Y sí, lo era.
Mauricio estaba inconsciente, completamente sedado. Los dos tipos, sacándose las mascaras, lo llevaron entre los dos hacia la camioneta. Lo depositaron allí y partieron. Mientras salían, los bomberos apagaban los grandes incendios que Mauricio había provocado, retirando tambien, las decenas de cadáveres calcinados que estaban regados por las veredas ardientes.
Cuando Mauricio despertó, estaba en un cuarto, de lo que parecía ser un hospital. El chico estaba adolorido, encerrado en dios sabe donde. Empezó a sentir miedo.
- ¿Qué tal estás?- preguntó el tipo de barba de antes, quien entraba en la habitación.
- ¿Qué pasó?- preguntó asustado- ¿Qué me hicieron?- insistió exaltándose un poco.
- Cálmate- le ordenó el viejo de barba oscura- lo único que sacas con exaltarte es dañar a otros
- ¿Qué?- preguntó Mauricio, sentándose en la camilla.
- Lo que pasó allá, en el centro, no fue un accidente. Fuiste tú- dijo, sentenciando el tipo que lo trajo hasta acá
- Explícate- dijo mirándolo fijo el chico, quien buscaba una manera de escapar.
- En ti- prosiguió el hombre- hay unos genes, que te dan habilidades fuera de lo común, naciste con ellas, algunos les llaman bendiciones, pero pueden ser muy peligrosas
- ¿Quiere decir, que el incendio en el ciber lo provoqué yo?- dijo Mauricio, tratando de entender las descabelladas palabras que salían de la boca del tipo.
- Exacto- sentenció- tu habilidad es el fuego, lo produces y puedes llegar a manipularlo con facilidad. Pero aun es muy pronto para esto, aun no lo puedes controlar
- Entiendo- dijo el chico de las manos rojas
- Nosotros no estamos para herirte- dijo tratando de tranquilizar a Mauricio- de hecho, te daremos algo para los nervios, una medicina que tomar cuando sientas que estás perdiendo el control
- ¿Cuál?- preguntó Mauricio, poniéndose de pie
- Esta- respondió el tipo de barba, mientras sacaba un frasco, pasándoselo al chico que frente a él, se sentía como en la dimensión desconocida- dos pastillas y listo, ahora puedes irte
Dicho esto, el otro hombre que acompañaba al de barba, lo llevó a un vehículo, en cual lo llevó de vuelta a Gómez Carreño. En el viaje, Mauricio pensaba en todo lo que le estaba pasando. Pensaba en la gente que había matado; obvio, fue sin querer, un accidente, pero los remordimientos lo atormentaban cada vez con más fuerza, haciendo que cayeran las primeras lágrimas.
- Aquí te dejo- dijo parando el vehículo, a una s cuantas cuadras de la casa del chico, que sin pronunciar una palabra, se bajada del automóvil, caminando en rumbo a su hogar.
Al avanzar unos metros, una idea lo paralizó por completo: ¿Qué tal si se descontrolaba con su familia? ¿Qué tal si perdía el control cuando estuviesen sus padres, sus hermanos o alguien querido?
El pensamiento lo inquietó, comenzó a temblar del miedo a una perdida, una perdida importante si es alguien querido, no lo podría soportar. Miró el suelo, un papel comenzaba a prenderse en llamas y llevado por el viento cerca de una casa.
“¡No!, ¡No de nuevo!” pensó alarmado, sacando las pastillas de su bolsillo. Temblando, trató de tomarse algunas, pero temblaba de manera tal, que se le cayeron todas al piso, rodando hacia la rejilla del alcantarillado.
“¡No!”, gritó con fuerte y desesperada voz esta vez. Golpeaba el suelo con sus manos, pero ya era muy tarde, todo a su alrededor comenzaba a encenderse en insolentes y furibundas llamas, que saltando unas a otras comenzaban a poseer todo cuanto tocaban.
Gritó y gritó a todos lados, alertando sobre las llamas que abrazaban las casas del lugar, corría de un lado para otro tratando de hallar una respuesta a lo que había causado.
Desde su casa, salió Eduardo, hermano y su padre. Mauricio le ordenó a su hermano que lo ayudara con la manguera, para tratar de atenuar las llamas que la acosaban con inclemencia; más era inútil: mientras él no se calmara, as llamas no se apagarían ni echándole el océano completo.
Mauricio corrió hacia una de las casas, ayudando a salir una vecina, que tosiendo, salía de las maderas calcinadas. En esto escuchó la voz de su hermano pequeño, Daniel, quien pedía ayuda: estaba en medio el fuego.
Sabía que el miedo no solucionaba nada, pero aun así lo sentía, y al sentirlo, el fuego crecía burlón ante él, como mofándose y poniéndole en la cara que lo que pasaba era todo culpa de él. Sacudió la cara, tratando de pensar claro, pero no podía, había provocado que mucha gente muriese, y no quería que pasara más. Más ahora, su propio hermano, moriría por culpa suya.
“Yo lo provoco, yo debo arreglarlo” pensó, mientras se rociaba agua con la manguera. “Debo apagarlo”, era lo único que pensaba, cuando se internaba en medio de las llamas, lanzándose sobre su hermano, cubriéndolo, en el preciso momento en que la casa se desplomaba sobre él.
Ya no había vuelta atrás. Pensaba: “La única forma de apagarlo es esta, apagarme yo mismo. El culpable muere, el inocente vive, le parecía justo”.

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