martes, 16 de octubre de 2007

Pérdidas

4

Él se montaba en el microbús con los audífonos puestos, dejando atrás toda realidad aparte de él y su música. Mientras la pila durara, su felicidad transitoria sería un poco mas continúa.
Felipe se sentó en un puesto junto a la ventana, como acostumbraba, para embelesarse con la vista que el mar le otorgaba, y si podía dormitar un poco antes de llegar a Playa Ancha. Odiaba tener pruebas a las ocho, no sentía su cabeza en plenitud de funciones. Miró su reflejo en la ventana del vehículo, una lánguida sonrisa dibujaba su rostro de una aparente felicidad, contraste a la monotonía que sentía.
Llegó con quince minutos de adelanto, como de costumbre, y aún con la musica en sus oidos, se encaminó a la sala en el último piso, donde rendiría dicha prueba.
Hizo la prueba algo nervioso. Mientras escribía, sentía sus puños apretados, tan apretados que hasta le hacía daño, más, era su método de relajación. Acabó la prueba con éxito, algo perplejo por lo subjetivo que pudo ser lo que puso en el papel. Más, salió de la sala, pensando.
Bajó las escaleras teniendo en la mente que en veinte minutos tendría la siguiente clase. Llegó al segundo piso, donde esperaría el efímero pasar de los minutos hasta la hora esperada, pensando fijo en algo, su madre, llevaban dos semanas peleados y mañana era su cumpleaños, y no quería ser tan hipócrita como para abrazarla y decirle “Feliz cumpleaños” , sintiendo adentro rabia contra ella. No, eso no quería.
Se acercó al teléfono y la llamó. Jugueteaba en su bolsillo con el dinero con el que volvería a casa luego de clases, mientras se conectaba la comunicación. Su espera se hizo larga. Largas piteadas del fono lo hicieron asustarse un poco, recordó el sonido de las maquinas en el hospital cuando alguien fallece, macabro.
Colgó el auricular público y salió de la universidad. Sintió esa misma histeria que siempre acusaba en los demás cuando sienten preocupación innecesaria. Para él no era innecesaria.
Tomó la primera micro, que raudamente, por suerte para él, lo llevo a su casa con rapidez. Felipe era un hombre de fe, no creía en el destino, pero sentía algo que lo inquietaba, algo como una corazonada de que su madre lo necesitaba.
Al llegar a la puerta de entrada, vio que estaba abierta, vio tambien una van negra estacionada al frente, donde un tipo de barba aguardaba en su interior leyendo el periodico, el cual, cuando lo divisó tras la calle, salió del vehículo con algo que parecía un revolver. Felipe, espantado, entro corriendo a su casa. Al llegar, vio la puerta en el piso, y todo revuelto
-¡Quien anda ahí!- grito algo titubeante
-¡Felipe! ¡Ayudam…!-escuchó gritar, la voz espantada de su madre.
- ¿Dónde estas?- preguntó el chico de gafas entrando al cuarto de su progenitora, sintiéndose paralizado por la macabra escena que observó: un tipo de gafas oscuras, inoculándole, dios sabe que cosa, con una jeringa a su madre.
-Alto o le disparo- dijo atrás de él, el tipo de barba, quien encañonaba a su madre con un arma- déjanos ir y todo estará bien para ella.
-¡Entréguenla mierda!-gritó Felipe arremetiendo contra el tipo de barba, quitándole el revolver de las manos, destrozando el cañon con sus propias manos.
-Estabamos en lo correcto-dijo el de barba desde el suelo- es él.
-Sí. Completamente de acuerdo-respondió el de gafas- Ahora tu quieto y ella viva-dijo refiriéndose a Felipe, quien quedó pasmado mirándose las manos.
Los tipos salieron raudamente con la madre de Felipe sedada, subiéndose a la van. El tipo de barba, el conductor, subió y puso en marcha el motor, mientras el de gafas oscuras, ponía a la madre del joven en la parte de atrás del vehículo.
Estaba en esto, cuando por la espalda apareció Felipe, quien le asesto un puñetazo en lo pleno de la quijada del tipo de lentes, el cual voló por los aires hasta estrellarse con una reja, cayendo inconsciente.
Se volteó para abatir al de barba, sintiendo la ira subir por su cuerpo, mas sin embargo, este ya lo estaba esperando con jeringa en mano, la cual enterró prestamente en el pecho de Felipe, el que desfalleció casi al instante.

***
5
Hacía calor, mucho, mas del que él podía soportar. Pero aun así trotaba una vuelta más, su profesor se lo exigía. Le gustaba el deporte, pero tras media hora en lo mismo ya era insoportable.
Eduardo terminó la clase y se sentía exhausto. Lo único que quería era volver a sentir la fresca suavidad de su cama, su lugar. Sin embargo algo en su interior lo inquietaba. Las ansias de descansar eran muchas, pero tenía algo pendiente antes de volver a casa. Tomó el teléfono público de fuera del colegio y marcó el número de ella, quería de una vez por todas decirle la verdad, que se arrepentía de una manera infernal, de no haber aprovechado el tiempo, de haber sido inmaduro con sus sentimientos. Más, tenía el teléfono apagado.
Subió con una amargura inmensa al autobús que lo llevaría a Gómez Carreño, el cual sin demora alguna, a pesar de ser la hora punta, lo llevó al quinto sector, donde él vivía.
- ¡Llegué!-gritó al llegar como Eduardo solía hacer.
- ¡Estoy arriba!-escuchó gritar la voz de su padre desde arriba.
- Voy- respondió antes de subir las escaleras- Hola Papá-dijo al pasar, el chico de ojos pequeños.
Exhausto, tiró su bolso sobre su cama y se estiró. Necesitaba ese descanso. No solamente sentía cansancio en su cuerpo debido a las horas de ardua tarea en el colegio, sino su mente y su alma, esa pena que hace dos días lo acongojaba no lo dejaba en paz. Solo rondaban en su cabeza las palabras que no alcanzó a decir, todo aquello que dejó en el tintero.
De pronto, entró su hermano pequeño, Daniel, a preguntarle si Mauricio se había venido con él, luego de la escuela, lo que Eduardo contestó prestamente: se había venido solo.
Las horas pasaban raudas, como tranvía atrasado por la demora del diablo, no se preocupaban de más que avanzar. Pasó unas horas en el computador, donde bajaba musica y hablaba un rato por Messenger con Felipe, o el Parra, como lo llamaba todo el grupo de amigos.
>-Necesito que me ayuden <-escribió Felipe->tengo algo que hacer y no puedo solo los necesito. <
>-¿Qué onda Parra? <-respondió Eduardo.
>- No puedo decirte por MSN, mañana baja en la mañana pa mi casa, ahí con el resto de los cabros lo hablamos <-escribió, mientras salía un icono de “no conectado” al lado de la frase que identificaba el correo de su amigo.
Eduardo apago el PC y bajó, tenia hambre. Al llegar abajo vio a sus padres y su hermana Kathy, sentado en la mesa comiendo algo, mientras veían un programa de televisión.
- ¿Y el Mauri?-preguntó extrañado el chico moreno, mientras veía la hora: eran las tres y media.
- No tengo la menor idea- respondió su padre, mientras colgaba el auricular del teléfono en su lugar.
- Lo hemos llamado toda la tarde y no contesta- dijo compungida su madre, tomándose la cabeza con las manos.
El ambiente estaba tenso, su hermano no solía hacer esto. Cuando salía, acostumbraba avisar, o por lo menos dar una llamada, avisando que iba a salir. Era extraño, pues había quedado de llegar temprano para salir a comprar con Katherine y Eduardo el regalo de cumpleaños para Daniel, el menor de todos.
Su madre se paró y se fue al segundo piso. Su padre, de homónimo nombre se le acercó y le dijo:
- ¿Lo llamas tú ahora?
- Emm, bueno- dijo Eduardo tomando el aparato celular para volver a llamarlo, pero interrumpió un grito afuera: ¡Incendio!
Era precisamente la voz de su hermano, quien, alertaba a los vecinos sobre las llamas furiosas que abrasaban las casas contiguas a la suya.
- ¡Ayuda po’ Andrés! –le dijo Mauricio, quien desenrollaba la manguera del patio, con intenciones de menguar las llamas. Eduardo respondió al llamado de su hermano tomando la manguera y disparando el agua hacia el foco de las llamas.
La escasa agua que salía, ni cosquillas le hacía al fuego que consumía las casas, mientras que los vecinos y parte de su familia sacaban a los residentes de las casas y algunos pocos objetos que pudieran salvarse. Mauricio sacaba a una señora, cuando escucharon un llanto de niño, desde el interior de las llamas. Era Daniel.
Eduardo no supo que hacer, se quedo estupefacto al ver a su hermano pequeño en medio de las inexpugnables manos del fuego, que le cerraban la salida. No sabía que pensar, su mente de improviso se había quedado en cero.
- Yo voy- sentenció Mauricio, rociándose agua sobre el cuerpo, antes de correr hacia la casa en llamas.
El resto de la gente quedó ahí, parada, mirando el heroico acto de Mauricio, quien se internaba en la fogosa realidad de las maderas llameantes, sorteando con suerte, las maderas calcinadas que caían sobre él
- ¡Mauricio, cuidado con…!- alcanzó a decir, en el preciso instante en que casa en llamas donde se había metido Mauricio para sacar a su hermano se desplomaba sobre él, perdiéndose así su figura entre las maderas calcinadas. Había muerto.

***

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